SINTRA
Continuo mi periplo rumbo a una de las flamantes joyas patrimoniales de este viaje por tierras lusas: Sintra
La brevedad “rácana” de mi tiempo en esta preciosa e idílica villa medieval colisiona de bruces con mi anhelo malogrado de visitar el afamado Castelo da Pena.
Me guardo en el zurrón la pataleta y la tristeza pueril para purificar mis sentidos en el fantástico Palacio de la Villa (SXII).
Contemplo a la muchedumbre hacinada a mi alrededor, como almas de un rebaño gregario que atora las calles o “ruas” en su deambular errático y bullicioso, que tiene tanto de invocación multitudinaria y procesión ritual…
Es éste un enclave de blasón turístico, un “Benidorm” sin playa, pero con idéntico reclamo de gente que se cruza sin mirarse y se entremezcla como el agua y la sal.
El Palacio de la Villa me sorprende gratamente con su preciosa sala de baños “azulejada”. Es un detalle relativamente anodino frente a la anomalía estética de irresistible belleza en la Sala das Pegas, con su techumbre invadida de urracas pintadas. El rey Sebastián está presente y me espía desde los cuadros que habitan en la alcoba.
Me induce a proseguir para cebar mis sentidos con nuevas “rarezas” pictóricas que me dejan patitieso en la Sala de los Cisnes.SALA DE LOS CISNES
La mirada queda cautiva en el soberbio artesonado, con pinturas de estas gráciles aves de albo plumaje. No concluyen aún las experiencias de embeleso.
Otra sala convexa engaña de tal modo que, cuando mis ojos se elevan en pos del firmamento, se topan con una bóveda con forma de cubierta de barco pintada con escenas que aluden a expediciones marinas (Sala de las embarcaciones S.XV-XVI).
SALA DE LAS EMBARCACIONES
Quieren mis emociones estallar en miríadas de colores y así, se impregnan de esplendor en la Sala de los blasones, construida en tiempos de D.Manuel (1495-1521).
No puedo abarcar todo lo que absorben mis retinas. En el centro “refulge” ensoberbecido el blasón del rey y su progenie, así como irrumpen grotescos los venados, que representan a la nobleza.
El Palacio de la villa o del pueblo, único palacio Real de la edad media construido en Portugal, fue la residencia estival de los monarcas después de que el Rey Alfonso Henriques conquistara el antiguo castillo de los moros en el siglo XII y sus sucesores le otorgaran esplendor y lustre actual.
Ensimismó al mismísimo Lord Byron esta villa; quedó prendado de las ínfulas románticas de Sintra y eligió este lugar para establecer su residencia.
Me llaman la atención las enormes chimeneas (33 metros) que me sobrecogen y menguan frente a la blanca entrada principal escalonada.
Sintra, antiguo enclave de culto astronómico en la era de los celtas y los visigodos, es P.H. Unesco desde 1995.
Otro elemento arquitectónico destacable es el precioso ayuntamiento de estilo manuelino.
Como ya he hecho en alguna ocasión pretérita, como colofón, un apunte gastronómico. Nuevamente surgen los dulces lusos; tienen todo el protagonismo con las deliciosas queijadas y travesseiros.
El mejor lugar para adquirirlos está en la pastelería Piriquita (Rua das Padarias). Afamada, siempre está llena de gente. Es imprescindible también subir por esta callejuela empinada y medieval hasta el mirador da Ferraria. A nuestro paso, brotan las tiendas con encanto repletas de paños, cerámica, objetos de corcho, mantelería…
SALA DE LOS BLASONES