Por eso, me muerdo la lengua y me quedo con las ganas -que estás de vacaciones, Negre, contente, me dice Él- para no decir nada a esas dos adolescentes de escasa Secundaria que pululan en mi comedor vacacional y con las que comparto el agua clorada de la piscina y el saludo mañanero por los pasillos de este lugar. Y no abro la boca, aunque se me van los pensamientos, al verlas con sus gorras beisboleras blancas mientras comemos fideuá y ensalada, a tres o cuatro mesas de distancia.
- No entiendo, Negre -me dice Él, mientras se afana con el postre.
- ¿Hum?- digo, mirando de reojo a Niña Pequeña, que ha tirado por enésima vez la servilleta al suelo.
- Esas chicas -señala con la punta de su redondeada barbilla-. Van a la piscina y a la playa a tostarse al sol, tan ricamente, con esta calorina, y no llevan gorra. Y ahora se la ponen para comer.
- Bienvenido al mundo adolescente -contesto, intentando concentrarme en el helado.
- Claro, que la culpa es de sus padres...
- Pues eso digo yo durante diez meses al año -concluyo, saboreando los restos de helado de mi cuchara-. Pero no digas nada, que son vacaciones y voy de incógnito...

