Revista Ciencia

Crónicas mundanas del COVID-19

Por Cristóbal Aguilera @CAguilera2
Tomo distancia de las redes sociales, televisiones y radios e intento alejarme de todo aquello que viene del más allá del espacio físico y temporal que me impone el confinamiento. Usaré mis sentidos hasta donde me alcancen sin otros medios que los que la naturaleza puso a mi servicio. Algunos de ellos están algo mermados, tal vez infrautilizados, lo iré descubriendo, creo. Por evidentes motivos haré un uso especial de la vista y el oído. No desprecio los otros. El tacto queda relegado a la parte más íntima y próxima. El gusto intentaré afinarlo para recuperar sabores perdidos y el olfato me guiará en un ambiente primaveral que recupera sutilezas aromáticas que habían quedado tapadas.
Día 1 de confinamiento Covid-19
Crónicas mundanas del COVID-19El silencio. Una mañana de domingo especialmente silenciosa. Oigo pasar algunos coches, seguramente conducidos por quien no sabe o no quiere saber lo que está pasando, que rompen el silencio. ¿Hay más aves de lo normal?
A media mañana descubro un vecindario que ni siquiera sabía que existía. Hablan entre ellos, me asomo y me ven. Creo que es la primera vez que los veo. Saludo y, sin querer, me veo envuelto en la conversación. Hablan del coronavirus.
Ya no pasan coches, sólo algún afortunado que pasea tres perros. Siento que tiene bula, pero no lo envidio por su privilegio. No está aliviado de su carga, ni de su obligación, me digo. Creo que hasta lo compadezco.
Siento y oigo el viento en la terraza, como no puedo trasladar su sonido os dejo la foto del momento.
El principal desasosiego que trae este primer día es la distancia, que ahora se ha hecho tremenda, imposible para con mi madre. No es capaz de entender qué es lo que pasa y yo no puedo explicárselo. No es por la distancia física es por la tremenda dificultad que tiene explicar cosas ininteligibles para una persona de noventa años. Hay galaxias de por medio. Este no es su mundo y todo lo que se le pida de más está de sobra. Intentamos solventar una pequeña crisis doméstica por teléfono y no hay manera. Es sorprendente cómo las cosas que carecen de importancia adquieren una dimensión imposible. Me abruma la impotencia. Ahora entiendo como el coronavirus afecta a la maldita distancia entre personas.
Hace apenas unos días todo podía esperar, ahora vivo un presente incierto.

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