Qué mejor despertar que escuchando la embriagante música de William Akcerman, os invito a disfrutar de este sublime interludio y que lo hagamos con el pensamiento puesto en quienes nos cuidan. Dos días seguidos con sol. Se empieza a obrar el milagro.
Dia 14 de semiconfinamiento Covid-19
En estas dos semanas que llevamos he salido a la calle en tres ocasiones, sin contar la de hoy, es decir una cada 4,6666666 días, o más o menos cada 112 horas. Estaría bien cada cada qual hiciera este ejercicio y así poder observar el grado de confinamiento. Creo que en total no ha llegado a dos horas hurtadas. En las tres ocasiones anteriores las salidas fueron a estilo "raid", una penetración rápida en el territorio amigo del supermercado para conquistarlo y aprovisionarnos; seguida de una visita, con gran competencia y operatividad táctica, a casa del yayo para dejarle parte del botín y asegurarme que las cosas estaban en su sitio y que no había novedad en el frente.
¡Joder! Acabo de incumplir con la máxima que me había impuesto de no hacer mención, bajo ningún concepto, a esta situación con argot militarista. Lo compenso compartiendo la foto de la floración que en estos momentos disfrutamos.
Después de esas salidas rápidas y casi esenciales, restringidas a elementos de supervivencia, hoy ha tocado realizar una compra algo más detallada. Nos pasa como a todos y progresivamente se van consumiendo hasta las peladuras, todo sea por cumplir y no aportar nada a la adversidad. Tal vez sea la máxima expresión de la inútil utilidad social.
Lo primero ha sido colocarme unos guantes de látex, que gracias a nuestro hijo teníamos en casa por su tendencia exagerada a atascar el inodoro cuando requiere de evacuaciones sólidas. He seguido las recomendaciones, pero como nos encontramos bien no he considerado necesario el uso de "bozal" siempre y cuando se cumpliesen las medidas establecidas. Por supuesto que lo he hecho. Aunque hay que ver lo que cuesta acostumbrase a las distancias.
Llevo guantes, me miro las manos y no me las reconozco, como no me reconozco en casi nada de lo que hago una vez franqueada la puerta que da acceso a este mundo tan complicado que es el que tenemos ahora mismo.
Nada más pisar la calle, dirección al supermercado, que apenas dista 400 metros de casa, lo primero que hago es sentir una inmensa carga de furtividad. He consultado el origen latino de la palabra y proviene de "furtivus", que a su vez se deriva de "fur", que significa ladrón.
Furtiva es la forma en la que ando por la acera camino del supermercado. Furtiva es la mirada que cruzo con alguna de las personas que van o vienen por el otro lado, y aunque las veo con bolsas de la compra me pregunto ¿pero de dónde vendrá esta gente? ¿es que no son conscientes de la situación? Furtiva es la mirada que recibo de las personas que asomadas a los balcones, o desde detrás de sus ventanas, me miran. Las saludo con una mueca furtiva que viene a decir: es que no me queda casi nada en casa y tengo que ir al supermercado, de verdad". Furtiva es la excusa que me invento, porque todos somos ladrones del tiempo que robamos al confinamiento.
Llego a casa, cierro la puerta tras de mí, respiro hondo y se me escapa un suspiro profundo al sentirme seguro en mi reino aséptico.