El sol sigue mostrándose esquivo en esta pequeña porción del planeta. Calienta suavemente y se agradece, sobre todo porque cuando se nubla el viento tiene un punto de frialdad desagradable.
Día 7 de semi-confinamiento Covid-19
He hecho la compra. Poca gente en la calle. Respetuosa y manteniendo las distancias. Da hasta cierto respeto saludarse y sin embargo no es posible evitar la mirada. No hace falta hablar, se oye lo que nos decimos en un susurro con una claridad que ya hubiéramos querido en muchas ocasiones.
El supermercado está bien surtido, no veo ni carencias ni aglomeraciones. Hay de todo. Parece que el frenesí del fin del mundo de los primeros días va, poco a poco, entrando en la rutina. Es lógico, mejor acaparar poco, distribuir los recursos de forma eficiente y ordenada y... de paso tener la necesidad, casi obligación, de hacer pequeñas escapadas furtivas para adquirir cualquier cosa.
La gente no se está. Solo está el tiempo justo para adquirir lo que necesita. Nos hemos vuelto eficientes en todo, hasta en los hábitos mundanos del "fer dissabte".
Nunca como Donuts, me sientan fatal, pero tienen un nosequé que me vuelve loco. Hoy iba con la intención de regalarme un par y... los he olvidado. Igual tengo ya la excusa perfecta para ir mañana a buscarlos. No lo creo, esperarán a que la necesidad sea evidente. Tal vez cuatro o cinco días. ¡Maldíta sea!.
Los suministros incluían medidas adicionales. Hay que aprovisionar al Yayo, que resiste en su fortaleza interior, física y mental. Nos ha pedido una botella de vino, le he llevado dos, así, a lo grande, que no le falte de nada.
Una decena de murciélagos revolotea sobre mi cabeza al llegar el ocaso del día. Me quedo mirándolos. Claro, ya está aquí el inicio primaveral y los días se han estirado un poco. Es como siempre y como siempre me encanta verlos dar vueltas locas semi-acrobáticas al punto de parecer que van a chocar con todo. ¿Por qué será que hoy no los veo como siempre?