La cineasta irlandesa Nora Twomey finalmente debuta en solitario en la dirección de un largometraje animado. Si no es fácil para las mujeres dirigir cine en general, parece que este género incorpora una serie de obstáculos adicionales: Twoney ha tenido que demostrar su talento codirigiendo El secreto del libro de Kells (2009) antes de hacerse un hueco en el panorama de la animación cinematográfica mundial con El pan de la guerra (2017). Basada en la novela del mismo título, publicada en 2002, de la escritora canadiense Deborah Ellis, fruto de sus entrevistas a mujeres refugiadas en Pakistán y Rusia. Por su experiencia directa sobre el terreno y los testimonios que reúne, no se puede decir que esta activista antibelicista no sepa de lo que habla, y lo que trasciende en el libro y en la película --por muy ficcionado que esté-- tiene el aplomo triste de un estado de las cosas tan sencillo de explicar como complicado de modificar. Lo digo porque las audiencias occidentales suelen desconfiar de los relatos ambientados en sociedades alejadas culturalmente y que proponen diagnósticos críticos tan directos y sencillos como este de ahora. Tendemos a pensar que la realidad no puede ser tan simple y que el drama maniqueo no encaja bien con la denuncia política. Pues no; a veces es al contrario, como lo demuestra El pan de la guerra.
El filme relata la debacle social e individual --especialmente para la mujeres-- que se le vino encima a Afganistán con el régimen de los talibanes: no le bastó al país con las invasiones extranjeras o las guerras civiles que lo arrasaron, sino que encima debe hacer frente a una paranoia religiosa y a un poder omnímodo y discrecional ejercido por una patulea de cafres. La anécdota que pone en marcha la película lo expresa todo esto de una manera mucho más directa e intuitiva: Parvana es una adolescente que decide jugarse la vida y disfrazarse de chico para poder trabajar y dar de comer a su madre y hermanos tras la injusta detención de su padre. El pan de la guerra no busca convencer a base de escenas ni momentos definitorios, es simplemente una cronología de la desesperación cotidiana, de la lucha por sobrevivir de cualquier manera: sortear la muerte, comer y trabajar para ganar algo de dinero. Y una mínima esperanza de encontrar a su padre con vida. Cualquier otra anécdota que no entrara en este esquema sería considerada pura estética o concesión al drama.
Película directa, sencilla, relato muy bien estructurado, preparando al público para el gran final --con justificables licencias dramáticas incluidas-- que, sin anular la impresión general, sorprende por el punto en el que deja la historia. Sin embargo, me parece una buena manera de ofrecer un final de ficción digno y a la altura de un conflicto real y sangrante que sabemos perfectamente que no ha terminado.