Puede que el planeta se despeñe a un ritmo uniforme y científicamente acelerado, y que la existencia haya caído bajo la penumbra de la monotonía acondicionada, pero hay que reconocer al menos una cosa: que el poder mata, pero no miente. Ni engaña a nadie, más allá del que finge que sigue engañado. Pues lo que la dominación hace, lo hace con luz y taquígrafos, aunque a veces el brillo de sus focos deslumbre a primera vista cegando al espectador alucinado que cree ver castillos en el aire y tierras de la leche y la miel. Sin duda de eso se trata, pero la perturbación visual dura el instante que dura la más mínima reflexión, cuando esta se decide a tomar distancia atravesando al otro lado del espejismo. Entonces el deslumbramiento se hace diáfano, y el espectáculo realidad. Porque si puede haber exceso de información y ruido mediático, si la iluminación del plató es demasiado intensa por exceso o por defecto, lo que en ningún caso existe es la ocultación, ya que el poder está tan convencido de su victoria y se ha envanecido tanto, que no le importa enseñar sus cartas y pregonar su juego. Propiamente hablando, no hay trileros porque no hay trampa, ni cartón, ni mesa, ni cubiletes. Y si hay primos es porque quieren serlo.
A.P.L.