Revista Arte

Cry Macho

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

En el recorrido cinematográfico de Clint Eastwood una película como Cry Macho desentonaría si no viniéramos observando en la última década, aproximadamente, un acercamiento del actor-director a su propia realidad física, puliendo esas aristas misántropas sin perder la dosis de acidez, ironía e incorrección que han contribuido a su propia leyenda.

En "Mula" se realizaba el mismo viaje pero con un propósito muy distinto, las deudas a pagar eran de muy diferente naturaleza y el propósito individual se sustituye ahora por otro generoso y hasta altruista que, al final del viaje, derivará en la correspondiente recompensa personal.

domar un caballo salvaje sin que su cuerpo se descoyunte.

El cine es un enorme creador de ficciones verosímiles y también de espejos deformantes de la realidad. Cuando se criticó que Eastwood utilizara en la formidable " American Sniper " un muñeco para encarnar al bebé hijo del protagonista perdían el fondo de la cuestión por la forma, o si se quedaban en la parquedad y anacronismo de unos efectos especiales anticuados estaban, como en el fondo ocurre con el cine más comercial, primando el continente sobre el contenido.

El continente de Cry Macho puede ser vulgar pero el contenido no lo es, la historia será esquemática pero está directamente encaminada a conseguir trasladarnos cariño y empatía hacia el personaje de Eastwood y no tanto hacia el joven protagonista, hijo putativo y ad hoc del nonagenario transformado en septuagenario.

Eastwood juega con esa posibilidad del cine de hacernos creer lo imposible, si lo consigue o no, cada espectador lo valorará, pero la mezcla de ternura y fragilidad que consigue el personaje de Millo no desentona en la filmografía de grandes personajes del director. En este sentido Cry Macho es deudora directa de Gran Torino, una vuelta de tuerca a aquélla desde un lado mucho más amable y políticamente correcto, como si aquel personaje de Kowalski tuviera que limpiar su boca de tanto insulto racista para dejar un recuerdo políticamente correcto del cineasta. Si Mike Millo es el reverso evolucionado del Kowalski casi 20 años después no es porque Eastwood necesite "borrar su historial de búsquedas", es, simplemente, que en fase de plegar velas de manera definitiva, su abordamiento de los temas se ha ido dulcificando, tanto para referirse a los héroes anónimos de la cultura americana ("Sully", "Richard Jewell", "15:17 Tren a Paris") como para asomarse a la marginalidad socioeconómica en momentos de ocaso personal ("Mula" y "Cry Macho").

La historia del anciano encargado de trasladar a un adolescente problemático, y en problemas, desde México DF a Texas, para entregarlo al padre que salvó a Millo tras un accidente de rodeo que le retiró de la competición, es una historia retributiva, de saldar cuentas con el pasado y que, probablemente, resulte poco convincente de principio a fín.

Las líneas argumentales son esquemáticas, un viaje, un objetivo, unos malos muy poco efectivos como contrapeso dramático, la amenaza de la policía; pero en el fondo subyace esa idea del norteamericano procedente del Mayflower de construirse desde la adversidad y el individualismo, aprovechando la oportunidad del momento para encontrar el lugar en el mundo.

Un mundo perfecto ", la necesidad de un padre y la necesidad de un hijo a préstamo. La filmografía de Eastwood está llena de adultos que, de manera improvisada, ejercen una influencia definitiva sobre niños o adolescentes cuyas referencias paternas están distorsionadas o, temporalmente ausentes, "El jinete pálido", "Un mundo perfecto", "El principiante", "Mystic River", "Million dollar baby", "Gran Torino" o "Cry Macho", sea cual sea el objeto directo del tema tratado, terminan acercándose a la paternidad de alguna manera, más sutil e inteligentemente o menos, como es este caso del que hablamos, pero sin que el cine de Eastwood se resienta de su sustancia primordial, el clasicismo de sus imágenes y el empeño en contar y mantener una historia coherente con el pasado del cineasta.

Sólo desde el convencido seguidor de su cine puede uno posicionarse como defensor de "Cry Macho", en el furgón de cola de su cine de la última década junto con "Sully" o "15:17", hermana de "Mula" en su aparente, o quizás real, sencillez y esquematismo, pero heredera de ese cine de frontera en el que se rehúye el problema racial y se reivindica la mezcla y la fluidez del paso como método de conocimiento humano y de toma de conciencia de que las diferencias nos terminan haciendo más ricos de pensamiento y tolerancia, ejercicio crítico hacia el muro trumpiano que, de refilón, se ve en las imágenes aunque no se verbalice su oposición al mismo.

Los Harry Callahan, Joe, Monco, Blondie de su éxito comercial a partir de los 70 hace tiempo que dejaron paso a una relajación de las reacciones manteniendo la agresividad de la mirada. Ahora no, ahora toca reivindicar que quizás se equivocó en algún momento creando una imagen donde los hombres no lloran, donde los problemas se resolvían alegrándole a uno el día con una magnum 38. No es el gallo el que tiene que llorar en esta película, es Eastwood a través de Millo quien reivindica el derecho a llorar como muestra de masculinidad tan válida como otra.

Lloremos nosotros también porque puede ser la última nueva película del maestro, que sigue sabiendo dónde colocar la cámara en cada momento, enfocar los interiores con la luz tamizada del exterior o regalarnos bellos planos de exteriores texanos para recordarnos que Chloé Zhao no los ha inventado.

Título original: Cry Macho. Año: 2021. País: Estados Unidos. Dirección: Clint Eastwood. Guion: N. Richard Nash, Nick Schenk. Novela: N. Richard Nash. Música: Mark Mancina. Fotografía: Ben Davis. Reparto: Clint Eastwood, Dwight Yoakam, Fernanda Urrejola, Sebestien Soliz, Horacio García Rojas, Ana Rey. Productora: Malpaso Productions, Albert S. Ruddy Productions, Daniel Grodnik Productions, QED International. Distribuidora: Warner Bros., HBO Max. 104 minutos


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