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Cuadernos canadienses (IV): Algonquin park

Por Esperanza Redondo Morales @esperedondo
Otro de los lugares que tuve la inmensa suerte de conocer cuando estuve en Canadá fue el parque provincial de Algonquin, un sitios muy querido por los canadienses y que además creo que es de los que, pase el tiempo que pase, siempre recuerdas como si hubieras estado allí ayer mismo. Aquí intentaré recoger mis impresiones de la semana casi completa que pasamos en Algonquin, aunque me temo que las palabras se quedarán seguramente cortas...

Cuadernos canadienses (IV): Algonquin park

En marcha

Antes de lanzarse a la aventura, hay que tener en cuenta que en Canadá no existe la acampada libre, así que aunque nos encontremos ante un parque natural, el más antiguo de Canadá, que por cierto tiene nada menos que 7.000 kilómetros cuadrados, no es posible visitarlo a tu aire. Seguro que os suena incluso gracioso para tratarse de un lugar lleno de lagos y bosques en los que acampar, pero hay que hacer siempre una reserva antes de plantarse allí sin preguntar. Esto puede parecer una tontería, pero la verdad es que está muy bien pensado, porque la idea es que los visitantes de Algonquin puedan disfrutar del parque pero que, al mismo tiempo, no abusen de sus recursos. Las reservas se pueden gestionar a través de la página web del parque, y también por teléfono si os apetece; últimamente también hay incluso empresas que se dedican a organizar tanto visitas guiadas como rutas de senderismo o en canoa.

Cuadernos canadienses (IV): Algonquin park

Preparando nuestra zona de acampada

Si, como nosotros, vas por tu cuenta, lo único que tienes que hacer es dar tus datos, el número de personas que irán al parque y, por supuesto, las fechas en las que está prevista la visita. En el mismo momento de la reserva te indicarán si hay sitios libres en los que acampar, y es que a pesar de que como he dicho es un parque gigantesco, si todos los sitios están reservados no va a ser posible que te dejen acceder. Una vez gestionada y confirmada nuestra reserva, ya sí podremos ponernos en camino. El camino desde Toronto no es excesivamente largo, unos 250 kilómetros por la autopista 400 en dirección norte, así que en unas tres horitas (el límite de velocidad es de 100 kilómetros por hora) nos plantaremos en una de las puertas del parque, en este caso la Sur, que es la que pilla más cerca.

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Atardecer junto a uno de los lagos

Más o menos todo el mundo sabe lo que hay que llevarse cuando se va de acampada a cualquier sitio: tienda de campaña, saco de dormir, esterilla, botas de senderismo, una bolsa de aseo, utensilios básicos de cocina... Pero para ir a Algonquin nos hará falta además la canoa, ya que la necesitaremos para movernos por la inmensidad de lagos que hay en el parque; y con ella los remos y también el chaleco salvavidas, absolutamente obligatorio, igual que los envases desechables o reciclables para la comida que llevemos. También nos hará falta algo impermeable, y es que en estas latitudes te puede llover aunque sea pleno verano; y por este mismo motivo, cerillas impermeables por si necesitamos hacer fuego, siempre y cuando no esté prohibido, que en algunos momentos lo está. Como además de ir por los lagos, la mayoría del tiempo lo pasaremos entre bosques muy muy espesos, es recomendable llevar un spray antimosquitos o un ungüento para después; en realidad es casi mejor llevarse las dos cosas. Si aun así se nos olvida algo, en el parque lo tienen todo pensado y en las cabañas de las diferentes entradas venden y alquilan cualquier cosa que te puedas imaginar, desde los propios chalecos salvavidas hasta incluso canoas, o cualquier otra cosa que se te pueda ocurrir y que te hayas dejado en casa.

Cuadernos canadienses (IV): Algonquin park

Tarde de paseo

Una vez en el parque, tendremos que buscar las zonas señalizadas para aparcar. Allí dejaremos nuestro coche y no volveremos a verlo hasta que haya pasado nuestra estancia en Algonquin, porque durante todo el tiempo que pasemos allí nuestro medio de transporte serán únicamente nuestras piernas y en todo caso nuestra canoa. En el interior del parque no hay carreteras, ni casas, ni por supuesto paradas de metro o de autobús; todo lo que veremos serán miles y miles de kilómetros de bosque, infinidad de lagos inmensos, un laberinto de senderos y caminos, y todo lo que oiremos será el sonido de la naturaleza en estado puro, o el de los remos al deslizarse nuestra canoa por el agua. Porque aquello es tan inmenso que durante nuestra estancia allí será bastante fácil que ni siquiera lleguemos a cruzarnos con nadie más. Cuando hayamos encontrado un sitio donde aparcar, deberemos pasar por la cabaña de madera que hay en cada entrada al parque. Allí hay que hacer una serie de trámites que son obligatorios; como cuando llegas a un hotel y te registras. En este caso, los guardas forestales (los rangers que llaman allí) confirmarán la reserva, el número de personas, cuántos días, cuántas tiendas de campaña y de qué color, y en qué zonas del parque está hecha la reserva. A mí esto me pareció una exageración, pero es que me explicaron que como reservas un número concreto de días, y al pasar ese tiempo tienes que volver a la cabaña antes de dejar el parque, si los forestales ven que ha pasado ese tiempo y no has avisado de que te marchas, salen en helicóptero a buscarte por si ha pasado algo; y claro, saber a cuántas personas buscan, en qué zona iban a estar y de qué color eran sus tiendas de campaña les sirve de bastante ayuda.

Cuadernos canadienses (IV): Algonquin park

Muertas después de un portage interminable

Cuando todo esto esté confirmado, en la cabaña nos dan una bolsa amarilla con la que nos tenemos que apañar durante todo el tiempo que estemos en el parque. Por eso comentaba al principio que siempre hacen mucho hincapié en que los envases de comida que lleves sean reciclables o desechables, porque en esta bolsa no puedes tirar por ejemplo envases de cristal ni latas. Y os aseguro que los canadienses son muy escrupulosos con estas normas, y a la que cualquiera se descuida le cascan una multa. Así que tú verás cómo te las compones, pero al salir del parque y deshacerte de la bolsa, en ella solo deben ir los restos que estén permitidos.
Hemos hecho todos los trámites y ahora ya, por fin, vamos a buscar el sitio en el que hemos reservado nuestra estancia. Lo suyo es saberse orientar con el mapa del parque (nosotros lo llevábamos desde casa, pero en las cabañas de las entradas también los tienen), o bien con una brújula; pero si vas en grupo, seguramente habrá más de una persona a la que se le den bien estas cosas. No es mi caso, que con los mapas aún soy capaz de orientarme más o menos, pero lo de las brújulas me supera. Esto es importante porque, una vez que te vayas adentrando en el bosque, lo más seguro es que no te encuentres con nadie a quien preguntar, a no ser que tengas la rara suerte de ver a alguien en alguno de los caminos que unen unos lagos con otros (y que en todas partes aparecen señalizados como portage), que es de los pocos sitios en los que a lo mejor, durante al menos un rato, no estás solo porque además de las zonas de acampada, el parque está lleno de rutas senderistas y es en estos cruces de caminos donde suele haber más afluencia de visitantes. Puede que el sitio en el que vayas a estar te pille más o menos cerca de la entrada del parque, o puede que te toque pegarte un buen paseo hasta llegar a él; normalmente esto será lo más probable. En cualquier caso, lo ideal es que lleves en la mochila todo lo que necesites, que te la eches a la espalda y que tengas todo el tiempo las manos libres; nosotros lo que hicimos fue ponernos directamente el chaleco salvavidas nada más llegar, y cargar con las mochilas porque las manos las íbamos a necesitar cada dos por tres. Y es que claro, para ir por los lagos la canoa está muy bien, pero cuando tienes que atravesar uno de los caminos que unen un lago con otro, no hay más remedio que echarse la canoa a la espalda y arrear con ella hasta el siguiente lago; y tener las manos libres es fundamental, porque algunos de estos portages son de unos pocos metros de longitud, pero también los hay bastante largos, incluso de varios kilómetros.

Cuadernos canadienses (IV): Algonquin park

Amanecer

Si ya tienes claro dónde te toca acampar, y si ya te has orientado entre el laberinto de lagos y senderos que forman el parque, solo tendrás que buscar la señal que indica la zona de acampada; estas señales son bastante fáciles de encontrar porque suelen estar colocadas en los troncos de los árboles y tienen el fondo naranja muy llamativo y una tienda de campaña de color negro pintada encima, así que no tienen pérdida. Ahora ya solo falta "atracar" en el puerto, descargar los trastos de la canoa y acomodarse. Algunas veces, al llegar, a lo mejor te encuentras con que los que han estado antes que tú han dejado algo de "recuerdo", como una pila de ramas secas por si los siguientes necesitan hacer fuego, o algún cartel de bienvenida, o detallitos así muy canadienses que siempre son agradables y además a mí me llamaron mucho la atención porque al menos en España estas cosas no suelen ser habituales. Y lo que te encontrarás siempre siempre siempre será toda la zona de acampada limpia como una patena, sin basuras ni ningún tipo de resto de nada. Una de las primeras cosas con las que los forestales insisten hasta la saciedad es con la bolsa de la comida y la de la basura, la que te dan a la entrada; en cuanto llegues y te pongas a la tarea de acomodarte, lo más práctico es que coloques las dos bolsas en los clavos que hay en los árboles, y sobre todo que te acuerdes de volver a colocarlas en alto por la noche, antes de irte a dormir. Porque en cuanto te pongas a desembalar trastos, a montar la tienda y a sacar cosas de la mochila, aunque parezca que allí no hay nadie verás que al poco rato empiezan a asomar por allí, tímidamente, un montón de ardillas de Siberia que no te quitarán ojo de encima. Y durante el día no verás a demasiados bichos, o al menos los verás de lejos, pero por la noche cuando todo está en silencio y estás dentro de tu tienda con la luz apagada y listo para dormir, sí empezarás a escuchar todo tipo de ruidos de a saber qué animales (principalmente serán osos negros y mapaches, que son los que más abundan por la zona).

Cuadernos canadienses (IV): Algonquin park

Bruma matutina

Durante los días que pases en el parque te podrás mover libremente por allí, aunque no conviene alejarse mucho de la zona en la que has acampado y desde luego no hay que salirse del área en la que se ha hecho la reserva. Cuanto más te alejes más camino tendrás que recorrer luego para volver, y si ya es un poco complicado orientarse en un lugar así por el día, no me quiero ni imaginar lo que tiene que ser moverse en mitad del bosque por la noche. Otra cosa que hay que tener en cuenta es que en mitad del parque tampoco hay duchas ni cuartos de baño propiamente dichos; lo que sí hay, repartidos por todas las zonas, son unos cubículos de madera con una tapa y un agujero en el centro, donde te puedes sentar para hacer lo que necesites. Pero lo de ducharse está complicado, aunque sí te puedes bañar en cualquiera de los lagos pero no usar jabones ni champús, y desde luego el agua está bastante fresquita incluso en verano.
Para terminar, creo que queda más que claro que la visita al parque de Algonquin es algo que recomiendo sin dudarlo ni un momento. Es increíble estar en plena naturaleza y poder observar esos amaneceres y atardeceres que parecen cuadros impresionistas; ver en su hábitat natural (a veces incluso de cerca, si tenemos suerte) mapaches, alces, ardillas, osos, colimbos, castores; y sentirse absolutamente enano ante esos paisajes tan impactantes y tan maravillosos, casi imposibles de describir con palabras, o al menos yo no encuentro las palabras adecuadas para transmitir todo lo que puede ver y sentir durante los días que estuve allí. Si alguna vez tenéis ocasión de viajar a Canadá y de visitar este parque, no lo dudéis ni un segundo. Estoy segura de que lo disfrutaréis enormemente; en mi caso, de todos los lugares que he tenido la oportunidad de conocer, Algonquin es hasta ahora uno de los que más se ha quedado en mi corazón y en mis retinas, sospecho que para siempre.

Cuadernos canadienses (IV): Algonquin park

El verdadero significado de "en mitad de ninguna parte"...


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