Martes, 17 de agosto de 2010. Como nos pilla muy cerca del hotel, el primer sitio al que vamos es la basílica de San Giovanni in Laterano; investigando un poco me enteré de que en realidad tiene "categoría" de catedral, que su nombre en español es San Juan de Letrán (que era el que a mí me sonaba) y que es la basílica más antigua de Roma. Esto de madrugar ayuda bastante, así que tenemos la suerte de llegar allí a primera hora y, quitando una o dos personas más, somos los únicos que la estamos visitando. Casi mejor, porque el día anterior por la tarde habíamos visto a bastante gente y supongo que dentro habría un escándalo considerable; yo no es que sea religiosa, pero si entro en un sitio en el que pone "recinto sagrado, guarden silencio", suelo hacerlo. Y en la mayoría de los sitios sagrados que visitamos, en cuanto se juntaba un poco de gente aquello no era ni medio normal...
Por fuera esta iglesia es impresionante, y eso que a mí el barroco no es que me entusiasme especialmente; y en el interior tiene unos mosaicos espectaculares. Echamos allí un rato buscando las huellas dactilares que supuestamente Borromini dejó en algunas de las piedras, pero eso es como buscar una aguja en un pajar. En el baldaquino, situado sobre el altar mayor, se guardan las cabezas de San Pedro y San Pablo; a mí esto de las reliquias siempre me ha dado un poco de yuyu, de todas formas. Al otro lado de la plaza en la que se encuentra la basílica, está la Scala Santa (escalera santa), por la que se supone que hay que subir de rodillas, o eso hacen los peregrinos, ya que al parecer por esa misma escalera subió Jesús en el palacio de Poncio Pilato en Jerusalén. No sé si esto será cierto o no, pero sí es cierto que mis rodillas no están para estos trotes.
Desde aquí nos vamos dando un paseo hasta la estación de Termini, a donde nos dirigimos para comprarnos la Roma Pass. Ya con ella en la mano, nos acercamos hasta la basílica de Santa Maria Maggiore, construida en el punto más alto del monte Esquilino. Para entrar en esta iglesia, como en prácticamente todas las que hay en Roma, se deben llevar los hombros cubiertos y casi siempre también las rodillas. Como yo ya iba prevenida, había echado en la maleta un pañuelo que llevaba siempre conmigo y lo usaba cuando hacía falta. De todas formas, en casi todas las iglesias te prestan pañuelos si los necesitas; incluso en alguna los llego a ver de un tejido que era algo entre papel y tela, de usar y tirar. Santa Maria Maggiore es tan imponente por fuera, que por dentro me la esperaba igual. Y no es que no me guste, pero me espero algo mucho más impresionante; no está mal, con su techo artesonado y sus preciosos mosaicos, pero al terminar el viaje descubro que hay muchas otras iglesias que me gustaron bastante más que esta.
Después nos acercamos a uno de los edificios del Museo Nacional Romano: el palazzo Massimo alle Terme, que alberga una muestra de los mejores ejemplos de arte romano de la ciudad. Aunque también es cierto que toda Roma es como un museo, porque vas andando por la calle y entre edificios más actuales te encuentras de repente con restos de una columna, o de un antiguo templo, o una estatua... Lo más llamativo de este museo, para mi gusto, son no sólo las estatuas sino sobre todo los mosaicos. También me gusta mucho un mural, que ocupa una sala entera, y parece como si estuvieras en un jardín porque toda la pintura son árboles y pájaros. Junto a este museo, en la misma plaza, está el obelisco de Dogali, un obelisco egipcio que data de la época de Ramsés II y que tiene a su "hermano gemelo" en los jardines de Boboli de Florencia. En 1887, en la batalla de Dogali, fueron asesinados más de 500 soldados italianos por las tropas etíopes; para conmemorar este suceso se decidió colocar aquí el obelisco, y en su base se transcribieron los nombres de los soldados fallecidos.
A continuación nos dirigimos a otro de los edificios del Museo Nacional Romano: las termas de Diocleciano, que en su época eran las mayores de este tipo. Hoy día están compuestas no sólo por las termas sino también por bibliotecas, salas de conciertos y jardines. En este edificio se exhiben jarrones, ánforas y objetos de barro y bronce, así como algunos objetos funerarios. El claustro es una de las cosas que más me gusta, todo lleno de árboles y hasta un gato que se pasea por allí como si estuviera en su casa. Junto a las termas está la iglesia de Santa Maria degli Angeli, que por fuera se encuentra bastante mal conservada aunque aún podemos ver en su interior el techo abovedado que se proyectó en los planos originales.
Desde aquí cruzamos la piazza della Repubblica y pasamos por otra plaza más pequeña en la que hay una estatua enorme con varias figuras, una de ellas un Moisés de Bernini. Al lado está la iglesia de Santa Maria della Vittoria, pero pasan justo dos minutos de la hora a la que cierran a mediodía, así que dejamos la visita para otro momento.Seguimos andando y pasamos por la via delle Quatre Fontane, que como su nombre indica tiene una pequeña fuente en cada esquina, justo en el cruce de dos calles; y vemos también de pasada el palazzo Barberini, que se supone que es donde se hospeda Audrey Hepburn en su papel de princesa Ana de la película Vacaciones en Roma; hoy día este edificio alberga parte de la Galería Nacional de Arte Antiguo. Nos dirigimos después hasta la iglesia de Santa Trinitá dei Monti, desde donde hay unas vistas perfectas de toda la ciudad, y a cuyos pies se encuentra la famosa escalinata de la piazza di Spagna. Muy cerca de allí está la porta Pinciana, que da entrada a los jardines de la villa Borghese.
Antes del viaje hemos reservado por internet las entradas para la galería, así que después de comer nos dedicamos a dar un paseo por los jardines y a tomar unos helados, para hacer un poco de tiempo hasta la hora de la visita, que es de 17 a 19 (además de ser preferible reservar las entradas, las visitas se hacen en grupos limitados y sólo puedes permanecer en la galería durante dos horas). Una cosa que me gusta un montón de la galería Borghese es que como está prohibido hacer fotos, para asegurarse de que ningún listillo las hace a escondidas, te hacen dejar en la consigna absolutamente todo: mochilas, bolsos, teléfonos móviles... Vamos, que llegas a la puerta "pelao", acompañado únicamente de la entrada.
¿Qué decir de la galería Borghese? Me encanta la historia del arte y además sabía que aquí se expone una increíble muestra de esculturas de Bernini, así que no podía dejar pasar la ocasión. Incluso mi acompañante, que no es en absoluto aficionado al arte, se queda boquiabierto con la mayoría de las esculturas. Yo le intento explicar algunas cosas como puedo, pero la verdad es que en estas ocasiones echo de menos no haber buscado un rato para pegarme una buena empollada y así ser luego capaz de contar más cosas y que por lo menos la gente no se me aburra...
Para rematar este día, lo último que hacemos es ir a ver la archiconocida fontana di Trevi, que me gusta muchísimo pero me deja alucinada ver la cantidad de turistas que hay. Es como si estuvieran todos ahí concentrados, vaya tela. Casi no te puedes ni sentar en las escaleras, ni en las barandillas, ni nada. Creo que esto no es nada original decirlo, pero a pesar del barullo de gente, la fontana es una de las cosas que más me gusta de Roma; de hecho la vemos varias veces, porque descubrimos que a poco que te dediques a pasear por el centro, siempre acabas encontrándotela. Lo único que veo es que es tan grande que está ahí medio encajonada; y por supuesto, los carabinieri no hacen más que pegar silbatazos cada vez que alguien toca el agua, que está prohibido. En fin...