Revista Cultura y Ocio

Cualquier cosa menos

Publicado el 15 agosto 2017 por María Bertoni

El título de este post debería llevar una coma después de la palabra cosa y tres puntos suspensivos al final pero, sin ninguna puntuación, recrea mejor la concatenación sin pausa de las palabras “Cualquier cosa menos el peronismo (o en su defecto el kirchnerismo)” y su variante menos frecuente, y a esta altura más bien extemporánea, “Cualquier cosa menos el comunismo“. Por si no lo hizo, corresponde pedirle al lector extranjero que se imagine en la Argentina, país donde nació, se formó y gobernó el líder del también llamado justicialismo, y donde se le teme al marxismo-leninismo más por inducción que por experiencia propia.

El cualquier-cosismo-menos no es un fenómeno exclusivo ni de nuestro país ni de nuestro presente. En Francia, por ejemplo, se lo registró con intensidad cada vez que el lepenismo llegó a la instancia de ballottage presidencial. La última vez ocurrió meses atrás, y sin dudas inclinó la balanza a favor del triunfo electoral de Emmanuel Macron.

Claro, el peronismo no constituye ninguna amenaza en territorio galo y al comunismo ortodoxo siempre se lo mantuvo a raya. Por eso, en su mayoría, los franceses cualquier-cosistas ubican después del menos a la derecha extrema. Por lo visto, les hizo mella la experiencia de sus antepasados con el nazismo y con el pétainismo colaboracionista de los años ’40.

Como algunos franceses y otros tantos ciudadanos europeos, una buena porción de argentinos está convencida de que el peronismo fue –y sigue siendo– tan totalitario como el nazismo, el mussolinismo, el stalinismo, el franquismo. Acá y allá convierten el término Populismo en una lápida pesada que bloquea cualquier discusión histórica interesante, es decir, abierta a la posibilidad de revisar ciertas viejas (y nada inocentes) homologaciones.

En contra de lo que podría pensarse, el argentino cualquier-cosista no apunta contra la pata derecha o reaccionaria del peronismo, ésa que –en nombre de la lucha anticomunista– aplastó vidas e infundió terror tras el desplazamiento de Héctor Cámpora a mediados de 1973 y hasta el golpe de Estado de 1976. No… El argentino cualquier-cosista repudia la pata izquierda o con pretensiones revolucionarias, aquélla articulada con la meta de justicia e inclusión social.

Esos compatriotas prefieren cualquier otra alternativa política porque el movimiento que fundó Juan Domingo Perón les resulta una incubadora inagotable de prácticas clientelares, violentas, delictivas, miserables. Los más sinceros también señalan la arista subversiva de un cáncer que consideran endógeno, y por lo tanto difícilmente extirpable: el peronismo, un engendro exclusivamente argentino, supone una amenaza permanente (y mutante a juzgar por la derivación K) contra nuestro statu quo blanco y burgués.

Entre los argentinos cualquier-cosistas, algunos desconocen, otros no le temen, un tercer segmento siente admiración por la derecha que administró nuestro país por períodos mucho más extensos que los casi tres años transcurridos entre julio de 1973 y marzo de 1976. Durante una centuria por lo menos, esa facción que prefirió llamarse conservadora, liberal y/o de centro se valió de comicios fraudulentos, de la proscripción partidaria, de golpes de Estado, de leyes y tribunales hechos a medida, de las fuerzas autoproclamadas de seguridad pero en realidad represivas, para ejercer el poder político en función de sus intereses económicos.

Curiosamente, los compatriotas cualquier-cosistas no ven en esa conducta histórica ningún indicio de corrupción, clientelismo, vaciamiento, patoterismo. La capacidad de discernimiento se les nubla todavía más en pleno siglo XXI, en parte porque esa derecha consiguió (re)tomar las riendas del gobierno –primero porteño, luego nacional– por mandato popular, es decir, tras ganar elecciones sin haber fraguado resultados ni usufructuado de alguna proscripción.


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