Fue el excelso Hermano Mijares quien me introdujo a las duras y realistas líneas de una de las odas más reflexivas del patrimonio escrito español. Desde aquellas primaveras adolescentes reverberan aún en mi mente sus inteligentes versos que, al menos a mí, me han hecho especular y meditar sobre nuestro paso por la vida, sus miserias y sus triunfos. Por razones de espacio no puedo reproducir todas sus estrofas, pero si la primera y más conocida, pues es la que contiene la idea que me empuja a escribir esta entrada:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.
Prácticamente desde que tengo uso de razón, no he dejado de escuchar a vecinas, porteros y comentaristas lo bien que se estaba en sus "tiempos". Que si antes se respetaba a los mayores, que si los tomates sabían mejor, que si la vida moderna es un desastre con sus complicaciones, sus prisas, sus precios y su tecnología absorbente de cerebros que nos hace menos humanos y menos solidarios. Muchos de los que habitan en el mundo no dejan de decir lo bien que estaríamos si volviésemos al pasado, a una "vida en armonía" con la naturaleza, cada uno cultivando su idílico huerto en el patio trasero y disfrutando del tiempo libre en la terraza. En mi humilde opinión, todos ellos sufren de lo que yo denomino el Síndrome de Jorge Manrique, pues creen a pies juntillas que "cualquier tiempo pasado fue mejor". Pero la historia nos cuenta una realidad muy diferente y, para demostrarlo, os ofrezco un viaje al pasado revisando las diferentes épocas, sus estilos de vida y el bienestar, si existía, que disfrutaban sus ciudadanos. Si alguno encuentra un momento en el que cree que los humanos vivían más y mejor, es libre de detenerse ahí y de hacérmelo saber, igual y me convence. Si no, será mejor que aceptemos que nuestro mundo actual, con sus limitaciones, desigualdades, guerras e injusticias, es para la gran mayoría de los Homo sapiens, preferible a todo lo conocido hasta ahora.
Quisiera empezar con el tiempo más alejado del presente del que yo recuerde, id est, mi infancia allá por mediados de los años 70. En aquel entonces no teníamos ni consolas de videojuegos ni teléfonos móviles pues, aunque ambos acababan de ser inventados, eran un lujo fuera del alcance del ciudadano común. Al menos en el México de mis amores que yo vivía, la sociedad parecía estar en un momento de grandes expectativas, con alto crecimiento, buena educación al alcance de la mayoría de los niños y un sistema de seguridad social bastante aceptable para la época. No todo era color de rosa, por supuesto, pues la contaminación empezaba a hacer estragos en las poblaciones de ciudades como México D.F., Los Ángeles, Manchester, Londres o Roma, mucho peor en esos años de lo que es ahora gracias, en parte, al desarrollo de la gasolina sin plomo. Pero si miramos fuera de las fronteras de Norteamérica y Europa, la imagen es más que desoladora.
Para empezar, la mayoría de los seres humanos vivía bajo el yugo de las dictaduras, desde la China de Mao, pasando por la Unión Soviética y hasta el régimen genocida de Pol-Pot en Camboya, más de dos mil millones de personas, 50% de la población mundial,
sufrían en un estado de semi-esclavitud. En África las cosas no iban mejor y, aparte de los desmanes políticos de líderes corruptos y asesinos como Idi-Amín en Uganda y Mobutu Sese Seko en el Congo, las hambrunas se sucedían constantemente sin que el resto del mundo prestara mucha atención. El peor ejemplo, entre muchos, fue el desastre humanitario en Biafra, un estado que se había establecido después de separarse de Nigeria en 1967, donde dos millones de niños murieron de hambre. En Sudamérica se sucedían los golpes de estado y los gobiernos resultantes cambiaban de rumbo más que una bandada de pájaros al ocaso, manteniendo a sus ciudadanos en un constante estado de desesperanza y pobreza.Si observamos la gráfica de arriba, podemos ver que en 1970 la esperanza de vida a nivel mundial no llegaba a los 60 años y un africano apenas podía aspirar a vivir hasta los 45. Ambas medias han subido 10 puntos de porcentaje desde entonces y, aunque aún queda mucho por hacer, no podemos negar que es un dato positivo.
Creo que me ahorraré algunas palabras al viajar una generación atrás, cuando en la década de los 40 el mundo explotó en el evento más violento, sangriento y cruel de la historia. La Segunda Guerra Mundial dejó un mundo convulso, dividido, y con cincuenta millones menos de humanos. Dudo mucho que alguien pueda decir que fue el mejor momento para vivir y algo parecido con lo sucedido entre 1914 y 1918 en Europa, África y el Medio Oriente. Diez millones de muertos y el nacimiento en Rusia de uno de los regímenes más oscuros y perversos de la historia.
En el siglo XIX las cosas no estaban mejor. Es verdad que la revolución industrial había subido mucho el nivel de algunas minorías y en algunos países, pero para la gran masa humana, los beneficios tardarían más en llegar. Casi toda África y buena parte de Asia aún se encontraban bajo la bota del colonialismo, con mínimos derechos y pocas expectativas de progreso. En Europa, las ciudades en donde las primeras fábricas vieron su aparición, pronto se llenaron de inmigrantes llegados del campo buscando una salida a sus míseras existencias, sólo para encontrar explotación en jornadas de hasta 14 horas diarias y hacinación en barrios con las peores condiciones de salubridad. Los que prefirieron seguir en la agricultura no tuvieron más suerte, en un mundo en el que dependían del clima, sin instrumentos para asegurar sus cosechas y sin ningún tipo de protección social ni privada.
Qué os puedo contar de la Edad Media y del sistema feudal, extendido por prácticamente todo el mundo. Si eras un señor, seguro que vivías mejor que los demás, pero por mucho que habitaras un castillo, tu esperanza de vida no pasaría de los cincuenta años, ya que estabas en guerra constante contra enemigos reales o imaginarios. Si eras un siervo, pues eso, a trabajar para tu amo toda tu vida, en condiciones miserables de empleo y vivienda y castigado a latigazos por la más mínima infracción. Pero si vivías Europa, el Medio Oriente o el norte de África a mediados del siglo XIV, probablemente la peste bubónica acabaría con tu sufrimiento en unos cuantos días. Tan sólo en el viejo continente, fallecieron 25 millones de personas (33% de la población) debido a la enfermedad, y otros 60 millones en Asia.
Del otro lado del charco, en las civilizaciones precolombinas, algunos podrían decir que se vivía mejor. Grandes ciudades con todos los servicios, comida suficiente, buen clima y sin las terribles enfermedades de Europa. Pero recordemos que tanto mayas como aztecas e incas eran pueblos guerreros y que si eras hombre, no sería fácil escapar el servicio militar y tus posibilidades de terminar descuartizado no eran nimias, y si sobrevivías pero estabas en el bando perdedor, podrías acabar tus días en el altar del sacrificio.
Saltemos ahora al Imperio Romano, donde igualmente sólo unos pocos en el poder podían vivir como reyes, o como generales que luego se convertirían en emperadores, aunque fuese sólo por unos meses, ya que era muy posible que un colega suyo le echara el ojo al trono y acabaría bajo su espada. Si te quedabas en centurión o en soldado raso, firmarías un contrato de 25 años con la Legión, pero tus posibilidades de cumplirlo eran ínfimas, y lo más seguro es que acabaras tu vida en el campo de batalla o mutilado, eso sí, con una pensión.
Para los civiles que vivían en la capital del imperio, las cosas no iban tan mal, pues el "estado del bienestar" estaba diseñado para mantener a la turba entretenida con panem et circenses para que no se alebrestara, utilizando los tributos de las provincias. Ahora bien, los privilegios no estaban al alcance de cualquiera, siendo Roma una sociedad estructurada en castas que dividían a patricios, plebeyos y esclavos. ¿Alguien piensa que la vida en Roma era mejor que ahora? Sigamos.
Lo mismo que valía para Roma se puede aplicar a Grecia, una civilización con fuertes divisiones sociales y constantes guerras, civiles y foráneas. Eso sí, la democracia ayudó a que algunos individuos que no pertenecían a la nobleza alcanzaran posiciones de poder y prestigio, pero eran la minoría y los pobres lo eran tanto como lo son ahora, pero en mayor cantidad.
Los reinos antiguos de Egipto, Mesopotamia, China y la India no quedan en mejor lugar. Dictaduras monárquicas en las que los súbditos se debían a su rey y para él, o ella, trabajaban y morían, ya fuese de enfermedades o en el campo de batalla.
Vivir en la prehistoria puede parecer algo más idílico para algunos. No había ciudades, ni esclavos, o pocos, las decisiones del clan eran democráticas y la sociedad en su conjunto se encargaba del
bienestar de todos los miembros del grupo. Cultivaban o recolectaban sólo lo que consumían y no se desperdiciaba nada. ¿Qué vivían en harmonía con la naturaleza? Bueno, puede decirse que algo hay de verdad en ello, pero no olvidemos que en esa época nuestros ancestros acabaron con los mamuts y otras especies y que en el proceso muchos hombres y mujeres cayeron bajo las garras o los cuernos de las bestias. ¿Es eso lo que querríamos para nuestros hijos? Yo no.No he mencionado todavía la práctica inexistencia de la medicina en buena parte de la historia. Existían algunos remedios caseros para ciertas molestias e incluso podían repararse algunos huesos rotos, pero la gente moría de cáncer y otras enfermedades que en aquel entonces se consideraban misteriosas. Desde la antigüedad y hasta la era moderna la esperanza de vida no sobrepasó los 35 años de media y en ello tuvo mucho que ver la alta mortalidad infantil. Incluso en el siglo XVIII, los humanos utilizaban una táctica animal muy común, que es el tener muchas crías para asegurar que, al menos, algunos sobrevivían.
Concluyendo, la vida es y siempre ha sido dura para el hombre. La naturaleza no es particularmente benévola con nuestra especie (ni con ninguna otra) y hemos encontrado cientos de obstáculos durante nuestra evolución y desarrollo, pero hemos conseguido un nivel de vida que ya quisieran nuestros antepasados: largas vidas, acceso a la medicina para la mayoría, educación, protección contra las inclemencias del tiempo, más libertades (en casi todo el mundo aunque quedan islas de esclavitud) y, sobre todo, el simple hecho de que como humanos tengamos ciertos derechos.
Las desigualdades siempre han existido, y seguirán existiendo mientras seamos humanos, pero a pesar de que un 20% de la población mundial fuese dueña del 80% de la riqueza como claman algunos, es una diferencia mucho menor de la que sufrieron nuestros antepasados. Que podemos mejorar, por supuesto, y en ello estamos. La esperanza de vida a nivel global sigue aumentando y cada vez más de nuestros hermanos tienen acceso a los servicios más básicos. Para muestra un botón: de acuerdo con una Agencia Inter-Departamental de las Naciones Unidas, el número de muertes de niños menores de cinco años ha descendido de 12,6 millones en 1990 a 6,6 en 2012. Desde 1990, todas las regiones del mundo excepto el África subsahariana y Oceanía, han reducido la mortalidad infantil en un 50%. Según la revista The Economist,
"en 1990, el 43% de la población en los países en vías de desarrollo vivían en la pobreza extrema...para el año 2000, esa proporción se había reducido al 30% y, en 2010 al 21%. La proporción global de pobreza a nivel global se ha reducido a la mitad en 20 años."
Podría seguir dando datos positivos sobre el aumento del acceso a la sanidad, agua y vacunas en los países más pobres, pero las limitaciones de espacio en este formato me lo impiden. Os dejo un par de enlaces en los que podréis encontrar más información si queréis profundizar en el tema.
Yo estoy muy contento de vivir en la época que me ha tocado. Entre muchas cosas porque tengo internet, que me ha permitido acceder a información que hace una generación mis padres difícilmente habrían conseguido y porque gracias a esta maravillosa herramienta puedo mantenerme en contacto constante con mi familia, amigos, y personas desconocidas pero con las que comparto muchas aficiones y frustraciones. Hoy, mientras me meta entre pecho y espalda un delicioso cocido, pensaré en los muchos que aún subsisten con apenas las suficientes calorías, pero me consolaré con saber que el futuro les depara mejor suerte.
Si alguien sigue pensando que cualquier tiempo pasado fue mejor, que me lo diga.
Fuente: Jorge Manrique.
C. Marco