Revista Religión
Leer | Lucas 5.1-11 | Las peticiones sencillas de Dios son, a menudo, peldaños que conducen a mayores bendiciones en la vida. Cuando Simón Pedro aceptó la invitación de Jesús, cambió de ser un pescador de peces a ser un pescador de hombres.
Una noche improductiva de trabajo había dejado agotado a Pedro, sin duda alguna. Sin embargo, le permitió al Señor Jesús subir a su embarcación para que le hablara a la multitud. Cuando el Señor terminó de hablar, le pidió al veterano pescador que se dirigiera a aguas más profundas. Pedro sabía que la hora no era buena para pescar, pero obedeció y fue bendecido, no con una, sino con dos barcadas de peces.
A menudo, las bendiciones de Dios son resultado de obedecer peticiones que parecen ilógicas. Aunque preferimos que nos pida realizar algo grande para impactar multitudes, la obediencia en lo pequeño es nuestro mayor logro. Si desobedecemos el llamado a cumplir con alguna acción menor, ¿qué razón tendrá para confiarnos mayores responsabilidades?
Si Pedro se hubiera negado a prestar su embarcación al Señor o a salir a pescar, habría perdido la bendición inmediata de tener una gran pesca, y quizás también la oportunidad de ser un discípulo de Jesús. Al caminar con el Señor durante tres años, Pedro fue testigo de milagros más espectaculares que aquella gran pesca: Un ciego recuperó la vista; Lázaro fue resucitado; y ante la petición del Señor Jesús, el mismo Pedro caminó sobre las aguas. Es decir, todo eso fue resultado de aceptar el llamado del Señor cada vez que Él le pidió que hiciera algo aparentemente pequeño.
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