Cuando el anticiclón dejó de ser bueno
Hoy en día seguimos diciendo con total tranquilidad que el tiempo es bueno o es malo. Pocas veces nos ponemos a reflexionar sobre el auténtico sentido de estas afirmaciones. Tendría gracia asistir a un debate entre agricultores y hosteleros discutiendo sobre cuándo el tiempo es bueno o malo. Para el campesino, ¿la lluvia es mala? Para los directores de las estaciones de esquí, ¿el calor es bueno?
A pesar de que hoy en día la información meteorológica en los medios de comunicación llega a todo el mundo mejor que nunca, hay algunos términos que inducen a equívocos y merecen una explicación más extensa. Es el caso del anticiclón.
El anticiclón representa presiones atmosféricas superiores a los 1013 hectopascales o milibares. Es decir, altas presiones. Suele ir acompañado por el sol y por temperaturas en general suaves. Pero en algunas épocas del año, como ahora en invierno, un anticiclón puede llegar a ser peor que las más profundas borrascas en algunas zonas.
Imagínate al señor que vive en la Plana de Lleida. Dos semanas seguidas sin ver el sol por culpa de la niebla. Ni al mediodía escampa. Temperaturas bajo cero todas las mañanas. La escarcha pegada al asfalto hace que la conducción sea peligrosa. El campo sufre heladas severas. Y cuando vuelve a casa y escucha al hombre del tiempo decir “el anticiclón nos sigue regalando un buen tiempo”, es normal que coja el mando y cambie de canal.
Estas últimas semanas los anticiclones nos han recordado lo dañino que puede llegar a ser el progreso tecnológico con sus evidentes efectos: la contaminación. La falta de circulación atmosférica y el estancamiento provoca que los gases nocivos se vayan acumulando en nuestros cielos y aparezcan las típicas boinas o sombreros llenos de agentes contaminantes en las grandes ciudades.
Parece mentira que a estas alturas tengamos que desear la llegada de una borrasca para llevarse la polución con la que nos ha estado castigando el último anticiclón. Un mundo aparentemente al revés que pone de manifiesto que a corto plazo, solo la grandeza de la meteorología es capaz de acabar con la contaminación en tan solo 24 horas.