Revista Cine

Cuando el cine destapa nuestro amor por la violencia

Publicado el 23 septiembre 2010 por Lapalomitamecanica
       
Scorsese, Tarantino o Álex de la Iglesia. Los mesías del mal hacen cine.  Un reportaje de nuestra nueva redactoraPatricia Serrano Martín-Mora.
Cuando el cine destapa nuestro amor por la violencia
Atrás quedó el gusto por los dramas con finales felices y amores encontrados. Hoy en día lo que más satisface nuestra sed de fantasear con otras realidades a través de la gran pantalla no es ver un idilio romántico entre un vampiro anémico reprimido y una tía que parece estar las 24 horas en estado vegetativo. Lo que verdaderamente nos hace gozar y encogernos de placer sobre la butaca son las escenas más sangrientas, sádicas y bestias que el séptimo arte es capaz de mostrarnos sin que ello conlleve culpabilidad moral alguna. Hemos evolucionado, o puede que involucionado, hacia unas preferencias por las tramas más gore, orientadas a mostrar lo peor de nosotros mismos, nuestro lado oscuro… Y nos encanta.
El mal es bello, atractivo, y el cine ha sabido retratar esas cualidades a la perfección,  permitiéndonos liberar las pasiones más sombrías y despreciables del hombre. Disfrutamos con cada brutalidad de Hit Girl en Kick ass. Hey, que es una jodida niña de once años apuñalando y degollando a unos hombres cada 20 segundos, pero lo sé, resulta tan mona... Nos encantó ver cómo un tío con un bate de béisbol arrancaba cabezas a los nazis en Malditos bastardos. Quisimos sumarnos a la misión de los chicos de Reservoir dogs y «empezar a lamernos las pollas» pensando en derramar sangre. Nos corrimos de placer cuando vimos a Álex haciendo todo tipo de salvajadas en La naranja mecánica. ¿Y qué me decís de la niña vampira de Déjame entrar? Absolutamente enternecedora... Ya lo decía Friedrich Nietzsche, la crueldad es el mayor placer del ser humano.
Cuando el cine destapa nuestro amor por la violencia
Y es que la violencia gratuita, necesaria, o como queráis catalogarla, al final todo es lo mismo, nos pone cachondos. Pero no sólo eso, sino que además, esos asesinos, psicópatas, mafiosos, y demás fauna criminal nos seducen hasta el punto de amarlos y rendirles culto.  Perdonamos sus perversiones más inmorales. Que Don Vito Corleone va matando por ahí… ¡No pasa nada! Todos sabemos que lo hace por su familia. Que Hannibal Lecter se come a la gente… Bah, todos tenemos rarezas en nuestros gustos culinarios. Que Joker quiere acabar con la humanidad… Pssss, un pequeño defectillo. Además, nadie podría odiar a un tipo que es como Ronald Mcdonald, va dibujando sonrisas por el mundo. Vale, sí, con un cuchillo, pero oye, Manolo Lama lo hace burlándose de los vagabundos en televisión y nadie le dice nada. Ellos son la inteligencia convertida en maldad, el carisma personificado. Inquietantes, interesantes, misteriosos, irónicos… Y, sobre todo, libres para dar rienda suelta a sus pasiones más pecaminosas. Nos gustan y puede que sea porque son todo lo que nosotros no somos. Porque lo que deseamos en secreto, ellos lo llevan a la realidad.
Mojamos más nuestras camas pensando en la orgía criminal montada entre Robert De Niro y Joe Pesci que una adolescente con el póster a tamaño real de Robert Pattinson. Y puede que sea porque, como afirma Scorsese, mantenemos una historia de amor con malvados (Scorsese se refirió sólo a los gánsters) porque son los «héroes trágicos». Adoramos su figura porque hacen todo lo que nosotros no nos atrevemos. Porque a lo mucho, bien por los límites morales o bien por el riesgo de permanecer el resto de nuestra vida evitando recoger jabones en la ducha del trullo, a lo que llegamos es a disfrazarnos de Beatrix Kiddo embutidos en un traje cutre de neopreno amarillo y parecer uno de los pequeños ayudantes de Gru con una katana de plástico en las manos.
Cuando el cine destapa nuestro amor por la violencia
Kubrick, Scorsese, Coppola, Tarantino, Robert Rodríguez o Álex de la Iglesia han depositado en nuestro paladar la violencia más dulce para que podamos saborearla sin censura, para que a través de nuestros ojos sintamos ese rincón oscuro que todos albergamos. Y ese dominio de la imaginación, ese descaro y desvergüenza a la hora de mostrar nuestros gustos más crueles, sádicos y sangrientos son los que han hecho grandes a estos señores del cine en mayúsculas.
Y para terminar, una última reflexión. Mi madre es una buena persona, no mataría a una mosca. Una vez me dijo viendo Kill Bill que Tarantino le resultaba un bestia y que le producían repugnancia sus películas. Sin embargo, no cambió de canal hasta que terminó. Y entonces, yo pensé que más que un animal, era un sabio al que una vez se le ocurrió decir que «la violencia seduce porque es gráfica, fascinante cinematográficamente. Cuando Edison inventó la cámara fue para besar y matar».

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