Revista Arte

Cuando el color de la luz es el escenario más decisivo y justificado de una representación artística.

Por Artepoesia
Cuando el color de la luz es el escenario más decisivo y justificado de una representación artística.
Cuando el gran pintor romántico inglés Turner estaba en su lecho de muerte, cuentan las leyendas que pronunciaría esta última frase lapidaria: Dios es el sol.  Y lo es... Para los seres humanos es la fuente de la vida y la vida misma. Para los paisajistas como Turner era la única razón de pintar. Pero en el Arte no es el sol realmente, o únicamente, el sentido total de su razón de ser. Es la luz. La emisión de cualquier luz, una fuente luminosa que, no solo producida por el sol, es manifestada también por el maravilloso efecto electromagnético de una llama en combustión. Y esa luz es la que, ahora, en esta extraordinaria obra neoclásica de 1817, veremos reflejada en los diferentes matices de color que, sabemos, la luz puede producir en un recinto oscurecido. ¿Qué fue primero en esta obra, el sentido del acecho a un dormitorio nocturno, o el sentido de una luz tan seductora? La realidad es que Pierre-Narcisse Guérin (1774-1833) consiguió una excelente composición artística-lumínica no superada para esa leyenda. Daba igual que la leyenda mitológica de Clitemnestra y Agamenón exigiera una noche...; o, tal vez, no. Porque pudo ser también una siesta vespertina. Pero, no; era preciso resaltar dos escenarios claramente divididos en la obra, y, además, una sensación de duda silenciada. Y, para esto último, la luz también debería estarlo. El pintor no mostrará aquí la fuente de luz, tan solo la luz. Porque en el plano principal no hay luz, solo penumbra, aunque la suficiente como para ver claramente la intención del personaje femenino.
En el Arte clásico los detalles son importantes. Si no tuviese Clitemnestra el cuchillo en su mano derecha, ¿qué podría también representar? Un deseo erótico claramente. Solo por ese pequeño detalle -el no incorporarlo en el lienzo- nos podría confundir toda una leyenda. Agamenón, el personaje dormido, es el marido de Clitemnestra. Ella desea terminar con su vida porque se ha enamorado de Egisto, que lo animará aquí a llevar la intención a un hecho. Pero el Arte -y su creador- buscarán resaltar la duda. Este es el mensaje ilustrador y clásico de la mitología helénica: aún podremos cambiar nuestra elección...  Esto es lo que le interesa al Arte, al auténtico, aquel que nos enseña y nos alecciona a sentir una emoción salvífica ante las cosas demoledoras. El pintor detiene y fija la escena en ese instante artístico; lo demás no interesa. Sabemos por la leyenda que ella asesinó a Agamenón, alguien que no era además un héroe glorioso ni un modelo de hombre. Pero ahora, en el Arte, lo importante no es la leyenda que cuenta esa mitología, no; lo importante es el sentido inspirador que nos producirá la sensación de comprobar, ante las luces y las sombras de la obra, que siempre hay un instante para dudar y poder elegir, así, otra cosa.
Es la sutil escisión que producirá el Arte a veces. En esta obra neoclásica, por la grandiosidad artística de los efectos poderosos de la luz. Cuando al pronto vemos la obra no vemos un crimen, ni un planeamiento de tal barbaridad; lo que vemos ahora es la maravillosa reflexión de la luz amarillenta de una llama que no veremos, además. Un sentido añadido de aquel clásico mensaje moralista. Los efectos -para el Arte- son más importantes que la acción en sí. Porque los efectos nos deslumbrarán, pero no los ojos sino el alma interior de nuestra conciencia. Y el pintor Guérin lo consigue prodigiosamente aquí. Vemos incluso una sombra en el suelo tras de la cortina plisada que ignoramos, e ignoraremos para siempre, qué lo producirá. También, vislumbraremos algo la poderosa llama detrás de esa sugerente cortina plisada. Porque debe ser poderosa, aunque no la veamos, pues sus efectos en el cuerpo dormido de Agamenón son muy señalados. Aquí, además, es muy importante que se vea éste con claridad: él es el motivo del objetivo criminal. Para que la duda de ella sea elogiosa hay que ver muy bien lo motivado. No se duda ante lo que no se ve, como no se paralizaría nadie tan fácilmente ante la invisibilidad de un objetivo a malograr. Sin embargo, distinto es verlo claramente. Ahora sí se detiene el ánimo ante la visión, sin aristas, de un mortal. Pero la luz no solo detiene y distrae aquí al personaje de Clitemnestra, también a nosotros, que ahora no veremos un crimen desolador sino una gran obra de Arte. Una obra extraordinaria aquí de contrastes, de luces y sombras que seducen, atraen y condicionan, a cualquier espectador.
Porque la obra de Arte dispone de una composición cromática magnífica. Comienza a la izquierda del lienzo, cuando la oscuridad protegerá a los insidiosos personajes; continúa luego en el centro, cuando la cortina plisada y translúcida determinará una tonalidad más pronunciada, acusadamente mucho más. Para pasar, más a la derecha, a la parte más iluminada. Pero, la maestría del pintor hace, como debe ser además hecho, representar así esos tres escenarios concatenados en planos de perspectiva diferentes, cada uno de ellos más alejado del espectador. Pero no acabará así la sensación luminosa. En la parte final y superior derecha de la obra, una ventana nos presenta la luz mortecina de una luna que no vemos, pero que cierra así el círculo luminoso de un escenario sobrecogedor. Toda esa magistral estructura artística nos distraerá aquí del objetivado motivo esencial de la obra... ¿Esencial? ¿Es ese el motivo esencial, un vil crimen, en esta neoclásica obra? No. El motivo es ahora una extraordinaria excusa. Por un lado, para mostrar la sensación emotiva de un momento de tensión dubitativa ante cualquier elección decisiva; por otro, para recrear la maravillosa justificación cromática de componer así escenarios de luces, matices, sombras, reflejos, brillos, opacidades y transparencias. Como lo fue la intencionalidad manifiesta, pero paralizada, de un acción criminal tan ofuscada como primorosa.
(Óleo neoclásico sobre lienzo del pintor francés Pierre-Narcisse Guérin, Clitemnestra duda antes de matar al dormido Agamenón, 1817, Museo del Louvre, París.)

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