Revista Salud y Bienestar
Vivir con párkinson es un desafío diario. Es la segunda enfermedad neurodegenerativa más importante tras el alzhéimer, pero mucho menos conocida. Hay un drama añadido: algunos de los enfermos –150.000 en España– desarrollan adicciones por los efectos secundarios de la medicación que toman. Edgar perdió todo su patrimonio jugando al póker en internet. Lo descubrió a tiempo. Bajó de la nube y se enfrentó a la enfermedad
El párkinson no tiene cura. A algunos la medicación que inicialmente le prescribieron le provocó una ludopatía.
A la consulta de Javier Pagonabarraga, neurólogo del Hospital Sant Pau de Barcelona, llega un paciente con párkinson de diez años de evolución. Después de varios titubeos, el hombre suelta a su médico: últimamente no puede evitar irse “de putas”. Pasados los días, se siente fatal. Al especialista no le sorprende lo que escucha. La hipersexualidad de su paciente, un hombre mayor, está relacionada con la medicación que toma para el párkinson. Son los efectos secundarios de los agonistas dopaminérgicos, una de las familias de fármacos indicadas para la dolencia. Son una herramienta muy útil para muchos enfermos –150.000 en España–, pero a su vez resulta devastadora para otros.
Hasta un 15 por ciento de los enfermos que reciben tratamiento desarrollan conductas adictivas relacionadas con un trastorno del control de los impulsos. Entre las más frecuentes: ludopatía –tragaperras, casino, juegos de internet…– e hipersexualidad, pero también compras compulsivas, trastornos alimentarios y punding, la adicción a ciertas aficiones o hobbies. Pagonabarraga recuerda a un paciente que era músico y se pasaba el día montando y desmontando guitarras.
El problema no está en la medicación en sí, precisa el neurólogo, sino en que no es válida para todos los enfermos: “Descubrirlo ha supuesto tener que informar muy bien a los pacientes. Hay un porcentaje en los que pierdes una herramienta de tratamiento muy útil. No sabemos qué pasará en el futuro. A lo mejor tienes enfermos con los que ya no puedes utilizar esos fármacos porque, en dos años, desarrollan una ludopatía”.
A Edgar nadie le explicó nada. Apenas tuvo tiempo de recuperarse del mazazo de conocer su diagnóstico de párkinson, una enfermedad que todo el mundo asocia con la vejez, cuando comenzó a tomar una medicación que trastocó su vida: “Son mucho más terribles los efectos secundarios que la propia enfermedad. A mi familia y a mí casi nos destroza”. Edgar tuvo los primeros síntomas de párkinson con 27 años. No es lo habitual, aunque cada vez hay más inicio precoz: un 20 por ciento de los enfermos tienen menos de 50 años. Edgar comenzó notándose lento. Contradictorio, si se tiene en cuenta que fue campeón de España de tenis de mesa, “uno de los deportes más rápidos del mundo”, señala. Comenzaron a tratarlo en un hospital público catalán: “Al principio de tomar la medicación iba al 110 por ciento, muy rápido. Subí el nivel de competición. Flipaba”.
**Reportaje completo en la revista INTERVIU
El párkinson no tiene cura. A algunos la medicación que inicialmente le prescribieron le provocó una ludopatía.
A la consulta de Javier Pagonabarraga, neurólogo del Hospital Sant Pau de Barcelona, llega un paciente con párkinson de diez años de evolución. Después de varios titubeos, el hombre suelta a su médico: últimamente no puede evitar irse “de putas”. Pasados los días, se siente fatal. Al especialista no le sorprende lo que escucha. La hipersexualidad de su paciente, un hombre mayor, está relacionada con la medicación que toma para el párkinson. Son los efectos secundarios de los agonistas dopaminérgicos, una de las familias de fármacos indicadas para la dolencia. Son una herramienta muy útil para muchos enfermos –150.000 en España–, pero a su vez resulta devastadora para otros.
Hasta un 15 por ciento de los enfermos que reciben tratamiento desarrollan conductas adictivas relacionadas con un trastorno del control de los impulsos. Entre las más frecuentes: ludopatía –tragaperras, casino, juegos de internet…– e hipersexualidad, pero también compras compulsivas, trastornos alimentarios y punding, la adicción a ciertas aficiones o hobbies. Pagonabarraga recuerda a un paciente que era músico y se pasaba el día montando y desmontando guitarras.
El problema no está en la medicación en sí, precisa el neurólogo, sino en que no es válida para todos los enfermos: “Descubrirlo ha supuesto tener que informar muy bien a los pacientes. Hay un porcentaje en los que pierdes una herramienta de tratamiento muy útil. No sabemos qué pasará en el futuro. A lo mejor tienes enfermos con los que ya no puedes utilizar esos fármacos porque, en dos años, desarrollan una ludopatía”.
A Edgar nadie le explicó nada. Apenas tuvo tiempo de recuperarse del mazazo de conocer su diagnóstico de párkinson, una enfermedad que todo el mundo asocia con la vejez, cuando comenzó a tomar una medicación que trastocó su vida: “Son mucho más terribles los efectos secundarios que la propia enfermedad. A mi familia y a mí casi nos destroza”. Edgar tuvo los primeros síntomas de párkinson con 27 años. No es lo habitual, aunque cada vez hay más inicio precoz: un 20 por ciento de los enfermos tienen menos de 50 años. Edgar comenzó notándose lento. Contradictorio, si se tiene en cuenta que fue campeón de España de tenis de mesa, “uno de los deportes más rápidos del mundo”, señala. Comenzaron a tratarlo en un hospital público catalán: “Al principio de tomar la medicación iba al 110 por ciento, muy rápido. Subí el nivel de competición. Flipaba”.
**Reportaje completo en la revista INTERVIU
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