Revista Arte
Pasaron dos años casi desde la derrota del rey don Rodrigo en la batalla del río Guadalete, cuando los musulmanes cercaron las murallas de la ciudad extremeña de Mérida. Con un ejército de más de diecisiete mil hombres, la mayoría árabes, consiguieron, al fin, que la ciudad claudicara. Los sitiadores pusieron sus condiciones, primero, que se permitiría abandonar la ciudad a todos los que quisieran hacerlo, pero sólo podrían llevarse aquello -los bienes- que pudiesen transportar; a los demás -a los que se quedaran-, se les respetarían sus propiedades, salvo a la Iglesia, que las perderían todas. Así que, cuenta una leyenda, que siete obispos tuvieron que huir de Mérida con los tesoros y las valiosas reliquias religiosas que pudieron esconder.
Al parecer huyeron hacia Lisboa, en Portugal, y corrió el rumor que embarcaron y marcharon lejos, muy lejos, hacia un lugar en donde fundaron una ciudad llamada Cíbola y otra llamada Quivira, llenas de tesoros y construidas además con oro y piedras preciosas. Así, la leyenda caló en el imaginario de los cristianos españoles que no dejaron ya de pensar en conseguir algún día encontrar aquellas maravillosas ciudades. Algunos años después, una morisca de Hornachos -población cercana a Mérida- había profetizado ya el destino trágico de aquellos que persiguieran la mítica y deseosa Cíbola.
Otra historia musulmana que arraigó en la España medieval, fue la de un personaje legendario de la mística sufí, Al-Khidr, o el Verde, llamado así porque en una ocasión que andaba por el desierto se detuvo a descansar en un lugar que, de pronto, se volvió paradisíaco, lleno de árboles, con mucha agua, y un gran verdor. También se interpretó como un símbolo del conocimiento auténtico y de la vida eterna. Toda una descripción, además, de la mítica Fuente de la vida, de la juventud y de la eternidad. Fue por lo que la idea de la Fuente de la Juventud también se convirtió en otra leyenda a perseguir cuando el renacimiento trajo nuevas tierras más allá del océano peligroso.
Y así fue como el explorador español Juan Ponce de León (1460-1521), cuando tuvo conocimiento de que al norte de la isla de la Española podía existir tal Fuente maravillosa, se dirigió en 1513 a una costa que resultó ser la noreste de la actual Florida. Acabó por descubrirla y regresó a Cuba sin haber hallado nada más que manglares, lagos, caimanes e indios. Pasados los años, en 1527, el rey Carlos I de España decidió comisionar al Adelantado Pánfilo de Narváez para conquistar definitivamente La Florida. Desde Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) salieron cinco barcos y unos seiscientos hombres, llegando finalmente a la península de Florida en abril de 1528. Con trescientos hombres desembarcó, internándose en territorio de indios hostiles, a la busca del codiciado oro.
Narváez fue un hombre brutal y decidido, y no dudó en utilizar la violencia a veces para conseguir lo que quería. La respuesta de los indios y de la dura naturaleza le hizo desestimar continuar con la expedición. Decidió navegar cerca de la costa hasta alcanzar Méjico, pero una gran tormenta acabó por hacer naufragar las embarcaciones y terminar todos ahogados cerca de la desembocadura del río Mississipí. Todos perecieron, excepto cuatro hombres, Alonso Maldonado, Andrés Donantes, el esclavo Esteban y Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1490-1560).
Estos cuatro hombres llevaron a cabo la más extraordinaria aventura vivida entonces en América. Recorrieron, a pie, durante casi ocho años, todo el Sur de lo que hoy son los Estados Unidos y bajar luego hasta alcanzar la ciudad de Méjico. Allí descubrieron lugares extraños, con pueblos que les hablaban de unas ciudades llenas de tesoros. Tan dura fue la experiencia sin embargo, que cuando el virrey Antonio de Mendoza le propuso a Donantes, después de volver, dirigir una expedición de nuevo a esos lugares, éste lo rechazó -realmente quiso regresar ya lo antes posible a España-, ofreciéndole a cambio a su criado bereber Esteban, para que fuese él quién les indicase dónde se encontraban aquellos nativos que les habían contado aquel maravilloso relato.
El virrey entonces acudió a un fraile franciscano, Marcos de Niza, para que junto al esclavo Esteban organizaran la expedición hacia lo que, supuso fray Marcos, eran las ciudades que tanto habia él leído de las leyendas de Cíbola y Quivira, aquella historia musulmana que había arraigado ya en el imaginario español de principios del siglo XVI. La expedición fue un fracaso, el moro Esteban acabó muerto por los nativos, pero Marcos de Niza regresó contando que había visto a lo lejos una ciudad más grande incluso que la gran Tenochtitlan -la Ciudad de Méjico-, y, además, animó con sus fabulosas historias de tesoros, joyas, perlas, esmeraldas y demás piedras preciosas, todo un alarde literario de lo que, sus horas de lectura, le habían llegado a provocar.
Poco bastó para que se organizara en 1540 el más ingente viaje de descubrimiento para tratar de conseguir conquistar esas tierras y sus fabulosos tesoros. Al mando de la expedición estaba Francisco Vázquez de Coronado (1510-1554), el cual con más de trescientos hombres y cientos de indios se encaminó desde Sinaloa, en el actual México, hasta las tierras norteñas de Arizona. El viaje de estos hombres alcanzó incluso hasta el territorio de Kansas, en pleno centro de los Estados Unidos. No consiguieron encontrar más que tierra, nativos, culebras, alacranes y sol. Buscaron el oro y la mítica ciudad de Quivira. Hasta un indio les llegó a contar que existía un lugar así, como relataba fray Marcos. Todo falso. Llegaron a encontrar un asentamiento de indios llamados Zuñi, al que pensaron que se trataba de Quivira, acabando incluso llamándolo así. Desde aquí, una pequeña expedición mandada por García López de Cárdenas marchó hasta el noroeste y lo único que descubrió fue un maravilloso tesoro natural, el Gran Cañon del Colorado, realmente el único tesoro que llegaron a descubrir. Francisco Vázquez regresó a Ciudad de Méjico en 1542 con tan sólo cien de todos sus hombres.
La expedición había sido un total fracaso, al igual que las anteriores. Desde entonces, la búsqueda dejó de dirigirse hacia el norte, los avezados aventureros, buscadores de Cíbila y Quivira, terminaron volviendo sus ojos hacia el sur. No podían dejar de hacerlo, necesitaban seguir persiguiendo aquellos sueños. Los sueños que, desde niños, les habían llenado el alma y la cabeza de algo que nunca acabarían de comprender entonces, que ello estaba sólo en sus deseos de ir más allá de sí mismos, de sus propias miserias, limitaciones, bajezas, desesperanzas y anhelos.
(Cuadro del pintor norteamericano Frederic Remington, 1861-1909, Expedición de Coronado, siglo XIX; Parte izquierda del tríptico del Bosco, Óleo del Jardín de las Delicias, en donde se observa ya la Fuente de la eterna Juventud, 1490; Grabado medieval de una imagen de ejército invasor musulmán; Grabado de una ilustración con el retrato de Alvar Núñez Cabeza de Vaca; Grabado con el retrato de Juan Ponce de León; Grabado con el retrato del conquistador Francisco Vázquez de Coronado.
Vídeos de Ponce de León, de Alvar Núñez Cabeza de Vaca y del Gran Cañón:
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