Hay momentos en la vida en los que uno siente con cierta profundidad que esta civilización es la elegida, la llamada a hacer algo grande en ese asunto que es la evolución del Cosmos.
A saber: deshacerse colectivamente en cenizas, fertilizar los campos de esta pobre Tierra y, más tarde que pronto, dar paso a una nueva estirpe de seres humanos –quizás ya estén ahí arriba esperando su turno…— que serán los portadores definitivos de una nueva conciencia que al homo sapiens no le corresponde, de la misma forma que al homo antecessor no le correspondía cargar con el peso de la individualidad y otras cosas de la evolución…
Esos momentos surgen cuando uno lee ciertas cosas en las secciones de ciencia de los periódicos serios y tal, donde los académicos y otras gentes de postín dan a conocer sus conclusiones más punteras al común de los mortales, a los cuales sirven como ejemplo de racionalidad y profundidad cognoscitiva más allá de toda duda.
En esta ocasión, la noticia que me conduce a ese estado melancólico que el Renacimiento tanto admiró por sus propiedades creativas, pero que nuestra época tanto desprecia por atentar contra las aspiraciones de lo superficial, es la siguiente: ”El consenso científico sobre el origen humano del cambio climático es casi absoluto”. Y comienza:
El 97,1% de los estudios sobre el calentamiento global publicados en los últimos 20 años y que analizan sus causas señalan al hombre como el gran culpable. Incluso en los que no tratan la causalidad, sus autores apuestan por el factor humano como determinante. Los datos son tan abrumadores que sólo algún tipo de sortilegio o los intereses económicos disfrazados de ideología pueden explicar que, en especial en los países anglosajones y más desarrollados, aún se niegue no ya el carácter antropogénico del cambio climático sino incluso su propia existencia.
Quizá cansados de ver en las encuestas que sus conciudadanos dudan de que el hombre esté provocando el calentamiento global, un grupo de científicos de los principales países anglosajones (Reino Unido, Estados Unidos, Canadá y Australia) han decidido poner sobre la mesa toneladas de datos.
(esMateria.com)
No sigo citando porque Google penaliza los copia y pega, pero si por alguna razón mereciera la pena atentar contra el posicionamiento de este blog, sería esta o alguna equivalente.
Qué diablos, un poquito más…
Pero Cook y sus colegas también encontraron que un 66,4% de los trabajos no trataban las causas, lo que podría hacer pensar a los escépticos que el consenso científico no es tal. “Los trabajos de investigación en geografía no se molestan en repetir el hecho de que la Tierra es redonda”, replica Cook. “En 2007, Naomi Oreskes [historiadora estadounidense de la ciencia] predijo que a medida que el consenso se fortalece, se debe esperar ver menos investigaciones que explícitamente apoyan el consenso. Esto es especialmente así en los abstracts, el pequeño resumen al inicio del estudio. La mayoría no desperdician un espacio tan valioso para repetir hechos asentados”, añade.
Y puesto que el consenso no tiene base científica alguna, pues no se han podido demostrar las causas reales del cambio climático, se acude a la estadística para sostener que el cambio antropogénico es un hecho porque así lo cree la mayoría, identificándose la verdad con la opinión de los muchos. O sea, que si hay mogollón es que mola, tron.
Por otro lado, hay quienes afirman que, para poder publicar en una revista científica, tienes que defender la cuestión antropocéntrica o, si no, tu estudio no pasará el filtro editorial. Es más, ni siquiera habrás podido realizar el estudio porque, en un filtro anterior, no habrás obtenido la subvención necesaria para emprender las investigaciones.
Visto así, no resulta extraño que el 97% de los estudios den por hecho el cambio antropocéntrico. Y está bien dicho eso de “den por hecho”, puesto que ya ni siquiera se molestan en cuestionarlo, de la misma forma que nadie se molesta en cuestionar que la Tierra es redonda, dice el artículo. Sólo un matiz: en su día alguien se preocupó por demostrar que la Tierra era redonda atentando contra el criterio de la mayoría, que “daba por hecho” que era plana, como “parecía obvio”.
Hubo un tiempo, el de la Ilustración, en el que se daba por hecho que las preguntas fundamentales se podían resolver mediante el conocimiento objetivo de los expertos. Posiblemente pecaron de ingenuos estos ilustrados, pero está claro que, si alguna vez funcionó ese pensamiento, la situación de los ilustrados no era la del mundo contemporáneo.
Y es que ya no se trata de que tengamos que aludir a aquello de que no existe la objetividad científica en un mundo donde la dependencia económica obliga a someterse a la corrupción de empresas e instituciones privadas o públicas. Es algo más, es la “obligación de ser libres”, de tomar partido en asuntos para los que no estamos capacitados. Obviamente, hay científicos que, en situaciones como la presente, dicen “no podemos sacar conclusiones”. Pero esos no salen en la foto… y se quedan sin subvención.
En un mundo así, cualquier decisión que se tome será irremediablemente arbitraria.
Es entonces cuando se recurre al consenso de la mayoría. Pero, como dice el filósofo esloveno Slavoj Zizek en alguna de sus críticas a la sociedad contemporánea, “¿por qué un debate democrático con la participación de la mayoría ha de tener mejores resultados cuando cognitivamente la mayoría sigue en la ignorancia?”.
En términos de Jacques Lacan, el gran Otro es ese implante social que todos llevamos interiorizado por el cual sabemos qué ha de considerarse como normal, como verdad aceptada en una sociedad concreta. Recurriendo a esta figura simbólica, Zizek llama la atención sobre el hecho de que, al mismo tiempo que se critica a la “pseudociencia” por no apelar a hechos y argumentos eficaces,
los científicos establecidos hablan con la autoridad que les otorga el gran Otro, representado en las instituciones científicas. El problema está en que, precisamente ese gran Otro se nos revela una y otra vez como una ficción simbólica consensual.
(Matrix, o las dos caras de la perversión)
Esto es, el argumento definitivo de esos científicos institucionalizados es el consenso que sobre la realidad ha adoptado la mayoría. Pero una realidad social compartida en nada resuelve la cuestión de la ignorancia. Simplemente es la fantasía con más éxito, y por tanto está al mismo nivel, en términos cognoscitivos, que cualquier otra fantasía menos aplaudida.
Estamos, pues, entrando de lleno en lo que se considera una realidad paranoica, es decir, una realidad que se aleja de lo Real y se inventa una alternativa que rellena los vacíos existentes de la manera más adecuada para cada cual, olvidando inmediatamente que tales rellenos son implantados para pasar a tratarlos como realidades absolutas, sin que quepa en el futuro más dudas al respecto.
Las patologías son independientes de la veracidad de los hechos, así que no se trata aquí de que el cambio climático resulte siendo efectivamente antropogénico o no. Se trata de la manera en que se abordan tales hechos lo que les da carácter de patología. Usando un ejemplo que plantea Lacan, “cuando un marido sufre celos patológicos y está obsesionado con la idea de que su mujer se acuesta con otros hombres, su obsesión no deja de ser una manifestación patológica incluso si se demuestra que tenía razón y su mujer, en efecto, se acuesta con otros”.
En nuestra civilización, la “vida real” adquiere la consistencia de un fraude en el que los ciudadanos se comportan como actores y lo cotidiano es lo más parecido a los anuncios de televisión. Antes era al revés, pero de eso hace mucho tiempo…
Al no poder soportar lo Real, en términos de Zizek, el hombre prefiere crearse un mundo de fantasía. Y se ve que ciertos sectores de la ciencia, los más divulgados, también.
Hanna Arendt, en su ensayo Verdad y política, se pregunta si la verdad, en tanto que impotente para triunfar en la esfera pública, no será algo tan desdeñable como el poder que no presta atención a dicha verdad. Desdeñable porque no aporta nada a quien la defiende. Salvo dignidad y una conciencia limpia.
(Risas…)
A lo largo de la historia, los que buscan y dicen la verdad fueron conscientes de los riesgos de su tarea; en la medida en que no interferían en el curso del mundo, se veían cubiertos por el ridículo, pero corría peligro de muerte el que forzaba a sus conciudadanos a tomarlo en serio cuando intentaba liberarlos de la falsedad y la ilusión, porque, como dice Platón en la última frase de su alegoría de la caverna, “¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos…?”.
(Arendt, Verdad y conciencia)
Pero por qué iban a querer matarlo no lo explica Platón. Pero para Hobbes, “tal verdad, no oponiéndose a ningún beneficio ni placer humano, es bienvenida por todos los hombres”. Una verdad que resulte indiferente no molesta. Las otras, sí.
Y puesto que los defensores del cambio climático antropogénico aluden a la conspiración de la industria contaminante, aludamos a la conspiración, que le das a alguien un motivo y parece que cualquiera puede lanzar ideas conspiranoicas. Pues no, oiga, no. En eso también hay clases y clases…
Cada día son más los científicos que consideran que la información relacionada con el aumento de temperatura en la Tierra no está siendo tratada correctamente, debido a las importantes connotaciones políticas y económicas que subyacen a la investigación científica en este sector. Incluso en los mejores casos de integridad profesional, se considera que negar el protagonismo humano como causante de los cambios tiene como resultado la negación de fondos y el aislamiento dentro de la comunidad académica, por lo que las investigaciones tienen que cuidar mucho sus objetivos y tratar de promover estudios cuyos resultados apunten a las ideas ya establecidas.
Como se apuntaba en el primer artículo de esta serie, esta supuesta gran farsa que ha durado décadas habría tenido como objetivo:
- promover la energía nuclear y sus intereses como solución necesaria y problema menor en comparación con las otras,
- fomentar las energías alternativas como un lavado de cara para calmar los ánimos de la población reivindicativa, pues al final han acabado en las mismas manos que antes se manchaban de petróleo y carbón,
- garantizarse la independencia de los países proveedores de petróleo,
- someter a aquellas regiones del planeta que no interesa vayan más allá en su desarrollo, obligándolas mediante resoluciones internacionales e impuestos a usar una energía limpia pero poco desarrollada, ¿deliberadamente?, y por tanto muy costosa e imposible de asumir.
(Artículo completo)
Volviendo con Hannah Arendt, esta matiza en el ensayo mencionado que las teorías y descubrimientos de carácter mental, como las verdades matemáticas, si se pierden o no pueden ser comunicados en un momento de la historia, seguramente podrán volver a ser descubiertos por otras mentes en otro tiempo posterior. Si Einstein no hubiera podido comunicar sus teorías, por ejemplo, habría que haber esperado a que otro genio hubiera recorrido sus mismos caminos mentales.
Pero no ocurre lo mismo con los hechos. Hay un peligro en el tratamiento de los hechos y es que éstos se pierden en “el campo de los asuntos siempre cambiantes de los hombres”, y:
Una vez perdidos, ningún esfuerzo racional puede devolverlos. Quizá las posibilidades de que las matemáticas euclidianas o la teoría de la relatividad de Einstein –y menos aún la filosofía platónica—se reprodujeran a tiempo si sus autores no hubiesen podido transmitirlas a la posteridad tampoco sean muy buenas, pero aun así son mucho mejores que las posibilidades de que un hecho de importancia, olvidado o, con más probabilidad, deformado, se vuelva a descubrir algún día.
¿No es una deformación de la verdad el que se dé por hecho científico el cambio antropogénico sin que se haya llegado a descubrimientos concluyentes? ¿No se están violando las más mínimas nociones de objetividad de la que presumen los investigadores si sus estudios parten de un consenso que permite obviar cualquier polémica y así dar por sentado un marco referencial que, por lo tanto, es una fantasía más, un acuerdo social sin verdad alguna que lo sustente? Y, puesto que se da por hecho, ¿quién osará, según pase el tiempo, meter el dedo en esa llaga para ver si es real?
Esta actitud permite que convivan juntas la falsedad deliberada y la ignorancia. La primera, síntoma del grave cinismo que afecta a nuestra época; la segunda, resultado de la apatía de quienes han decidido confiar, por comodidad, en los cínicos.
Finalmente, cínicos apáticos que decidirán olvidar su propio cinismo para poder seguir viviendo sin que la poca moral que les queda colapse sus órganos vitales.
Entre los filósofos griegos, señala Arendt, al tratar el asunto de la política no se referían a la mentira como tal, sino que…
la antítesis de la verdad era la simple opinión, que se igualaba con la ilusión, y esta mengua de la opinión fue lo que dio al conflicto su intensidad política, porque la opinión y no la verdad está entre los prerrequisitos indispensables de todo poder.
Pero aquí no estamos en una transformación de la verdad en opinión, como se suele hacer para disolver la autoridad de quienes se oponen a un sistema dado, sino que, al contrario, se trata de la conversión de la opinión en verdad. Y para ello se usa el arte del birlibirloque: puesto que los que opinan son científicos y todos comparten la misma opinión, sus opiniones –hipótesis sin base confirmada—se insinúan como verdades científicas –hechos comprobados—en virtud del peso que tiene la mayoría.
“El desplazamiento desde la verdad racional hacia la opinión implica un paso del hombre en singular hacia los hombres en plural”, de modo que se empieza a pensar la realidad no desde el razonamiento sólido, sino desde la simple confianza en la cantidad, en el número de los que el sujeto considera afines o familiares en términos sociales o culturales.
Pero la mayoría, como incluso los cínicos saben, no cambia la esencia del desconocimiento. Sólo cabe hablar de una verdad política. Es decir, de una ideología que ha triunfado entre la mayoría por razones particulares y se ha convertido en la base sobre la que se ha de trabajar, sin que haya lugar para cuestionarse el auténtico problema: la base en sí.
En The plague of fantasies, Zizek defiende que el acceso al conocimiento es algo no deseado y que el hombre se resiste a adquirirlo de forma voluntaria, pues ello aniquilaría de un golpe la paz de su vida diaria.
Las subvenciones forman parte de la vida diaría de todo buen científico…
Hay agujeros oscuros en la realidad que se llenan con fantasías para no tener que mirar qué hay allí dentro.
En Así habló Zaratustra, Nietszche se refería al último hombre antes del fin de los tiempo:
Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio. “En otro tiempo todo el mundo desvariaba” – dicen los más sutiles, y parpadean. Hoy la gente es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido: así no acaba nunca de burlarse. La gente continúa discutiendo, mas pronto se reconcilia – de lo contrario, ello estropea el estómago. La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud. “Nosotros hemos inventado la felicidad” – dicen los últimos hombres, y parpadean.”
La felicidad se impuso a la verdad, y el hombre firmó su sentencia de desaparición. Fue la mayoría quien decidió que así sería…
Estadística pura. Como la de los pingüinos del anuncio…
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