Revista Ciencia

Cuando la Diosa gobernaba el mundo

Publicado el 02 septiembre 2013 por Rafael García Del Valle @erraticario

FaceOfNature

El libro Los mitos de la diosa, de Anne Baring y Jules Cashford, es un tocho majo que da para varias entradas y abre las puertas a interminables referencias sobre la evolución de la conciencia humana, el desarrollo de los símbolos, el viaje de éstos desde el mundo exterior a lo más profundo del inconsciente y demás.

Es por ello que aquí nos limitaremos a extraer las ideas más elementales de sus primeros capítulos, aquellos que se refieren al tiempo en que la Gran Diosa gobernaba sobre los humanos, y dejaremos toda circunstancia externa a su contenido para tiempos donde la disposición al enredo sea más favorable.

Dicho lo cual, comenzaremos por el principio, actitud racional que a la gran dama no hubiera hecho demasiada gracia pero que, en tiempos como estos, y dado el actual estado de desarrollo de conciencia de quien esto escribe, facilita las cosas.

Existe a lo largo de la historia una transmisión continuada de imágenes de diosas como reflejo del aspecto vital y fértil del mundo.

La diosa madre, dondequiera que se encuentre, es una imagen que inspira una percepción del universo como todo orgánico, sagrado y vivo, de la que ella es el núcleo […]. Todo está entrelazado en una red cósmica que vincula entre sí todos los órdenes de la vida manifiesta y no manifiesta, porque todos ellos participan de la santidad de la fuente original.

¿Cómo se perdió el mito de la diosa y se produjo, por tanto, la desacralización del mundo? Fue a partir de la civilización babilónica, en torno al 2000 a. C., que la diosa comenzó a representar una naturaleza caótica que debía ser sometida.

El dios, por su parte, adoptó el papel de someter o poner orden en la naturaleza desde su polo contrario, el del “espíritu”. Sin embargo, esta oposición no había existido hasta entonces, así que es necesario, según Bahring y Cashford, “colocarla en el contexto de la evolución de la consciencia”.

Se trata de una evolución que ha exigido que ser humano y naturaleza hayan terminado por colocarse en polos opuestos. Nuestro pensamiento dual, por el que el mundo pertenece al ámbito de lo profano y caótico, y se reserva lo sagrado para un aspecto “sobrenatural” y creativo, nace por tanto a finales de la Edad de Bronce y principios de la Edad de Hierro.

Según Baring y Crashford, había en el paleolítico dos mitos básicos: el de la diosa y el del cazador. El primero tenía que ver con la naturaleza sagrada y los ciclos de fertilidad, muerte y renacimiento. El segundo, por el contrario, estaba relacionado sobre todo con el drama de la supervivencia; la acción de matar como un acto ritual llevado a cabo para vivir.

La primera historia se centra en la diosa como la imagen eterna del todo; la segunda, en la humanidad que, en tanto que cazadora, ha de quebrar de continuo esta unidad para poder vivir la vida cotidiana de la temporalidad. […] En una, la vida y la muerte se reconocen como fases de un proceso eterno; en la otra, la muerte del animal y del ser humano pierde su relación con el todo y deja de ser sagrada, es decir, la muerte adquiere un carácter final, y nuestra experiencia de la vida se hace trágica.

Aunque el mito del cazador está integrado en el de la diosa, puede llegar a olvidarse esta subordinación y entenderse como historias opuestas. Es así que en la Edad de Bronce, “el antiguo mito del cazador creció hasta convertirse en el mito del héroe guerrero”, y la diosa se fue refugiando, poco a poco, en la psique inconsciente de la humanidad.

Lunas y cuevas

La luna es el primer gran referente en las relaciones entre los seres humanos y sus actividades de supervivencia. La observación de sus fases permitió establecer ciclos superiores al día, marcado por el Sol. De hecho, el concepto de “medida” tiene su  origen en el latín mensura, derivado de mensis, “mes”, que se origina a partir del griego mene, “luna”.

De acuerdo a los descubrimientos de Alexander Marshack, los sistemas de notación lunar se remontan a 40.000 años atrás, y sientan el germen de descubrimientos muy posteriores, después de acabada la era glacial, como la agricultura, el calendario, la astronomía, las matemáticas y la escritura.

Dada su importancia, la luna se convertiría en la primera imagen central de lo sagrado para los pueblos antiguos:

Su ritmo dual, constante y cambiante, les proveyó de un punto de orientación desde el que medir diferencias, concebir patrones y establecer asociaciones. […] Ella era la medida de los ciclos temporales y de las conexiones e influencias celestes y terrestres. Gobernaba la fecundidad de la mujer, las aguas del mar y todas las fases de crecimiento y decrecimiento”.

Las fases lunares, relacionadas con el ciclo de fertilidad, expresaban el ritmo de la naturaleza en su totalidad. Con el tiempo, cada fase de la luna se imaginaría como un aspecto de la diosa: la joven doncella creciente, la madre fértil en su plenitud, la anciana que se desvanece para regenerarse en el próximo ciclo. El desarrollo de la conciencia hacia el pensamiento abstracto también tiene aquí su papel:

A las tres fases visibles –la creciente, la llena y la menguante—se le añadió la cuarta fase, los tres días de oscuridad, cuando la luna no puede ser vista, sino sólo imaginada. La cuarta fase invisible debió de comprenderse como la dimensión invisible en la que la nueva vida se gesta, y desde la que la luna pasada renace como luna nueva. Cuando la oscuridad lunar se incluye como parte esencial del ciclo continuo de la luz, se hace necesaria la capacidad de mantener en la mente una imagen de lo que no es, de hecho, visible. Meandros y espirales constituyen la evidencia de un pensamiento abstracto y, más tarde, en la cerámica del Neolítico, las imágenes de una cruz de cuatro brazos representan las cuatro fases de la luna.

A partir de la regeneración de la luna tras la fase de oscuridad, “la vida y la muerte no tenían por qué ser percibidas como opuestos, sino que podían ser consideradas fases que se suceden la una a la otra en un ritmo sin fin”. El modelo lunar debía sugerir que, tras la muerte, los seres se desvanecían, como la luna, del mundo de los vivientes, quizás para renacer en otro mundo, a lo mejor para regresar a éste.

roca paleolitica

Junto a la luna, la cueva es el hogar natural de todo ser viviente, pues toda vida surge del interior de la tierra, “el útero de la diosa“, el lugar oscuro de la última fase donde se dan los misterios de la regeneración. De ahí que sea lógico que los muertos regresen allí donde todo comienza.

El acceso a los secretos de la diosa exige perderse en laberínticas galerías y seguir el curso de aguas subterráneas que se hunden cada vez más en los secretos de la naturaleza.

La serpiente, con su forma y movimiento fluido y veloz, llegó a simbolizar los poderes dinámicos de las aguas subterráneas. Debido a su capacidad para cambiar de piel, también se convirtió en la imagen del poder regenerador de la diosa, “especialmente de su poder para devolver a los muertos a la vida”.

Al igual que el pasaje laberíntico a través de la cueva, la espiral y el meandro simbolizan la manera sagrada de acercarse a una dimensión invisible para los sentidos humanos.

El agua y la serpiente están asociadas íntimamente a la espiral, como lo están al meandro y al laberinto. El laberinto se enrosca como una serpiente, o como el movimiento serpentino del agua a través del útero de la tierra, que es la cueva. […] Todo esto constituye una constelación perdurable de imágenes relacionadas con la figura de la diosa, pues simbolizan el intrincado sendero que conecta el mundo visible y el invisible, del tipo que las almas de los muertos habrían recorrido con el fin de volver a entrar en el útero de la madre.

Los efectos del sedentarismo

El movimiento de la conciencia en el Neolítico es de diferenciación y de proliferación, mas no hay pérdida del sentido original de unidad. […] La diosa madre del Neolítico es una imagen que, de modo más obvio que antes, inspira una percepción del universo como totalidad viva, sagrada y orgánica, en la que la humanidad, la tierra y toda la vida terrestre participan como “sus hijos”. Como gran madre, preside como diosa de la vida, la muerte y la regeneración sobre toda la creación, conteniendo en sí misma tanto la vida de las plantas, como la de los animales y los seres humanos.

La luna es aún la imagen primordial del nacimiento, del crecimiento, de la muerte, de la putrefacción y de la regeneración. No obstante, con el control del territorio y sus recursos y la consiguiente posibilidad del sedentarismo, la fase anual de la vida, con sus cuatro estaciones dirigidas por la posición del Sol con respecto a puntos fijos, comienza a cobrar su importancia, permitiendo la asociación con la agricultura y el dominio del ciclo anual de siembra y siega, igual que anteriormente se había logrado asociar las fases lunares con los ciclos menstruales.

El sedentarismo y la existencia de excedentes alimenticios habrían ampliado el tiempo para las inclinaciones artísticas, impulsando así la abstracción y la complejidad de los símbolos. De este modo, las imágenes del laberinto, la espiral y el meandro se hicieron variadas y simplificadas en sus rasgos, labradas en piedra y pintadas en los recipientes de la comunidad.

Vasija-neolitica-de-ceramica

El recipiente que contenía el agua, la leche y los alimentos era, lógicamente, una imagen primordial de la gran diosa, en cuyo útero está la semilla de la vida.

Muchos recipientes están provistos de pechos alzados y están decorados con meandros y zigzags, que significan los movimientos del agua y los dibujos que forma la misma. También simbolizan a la madre del cielo, cuya lluvia cae como leche de sus pechos.

Frente a la idea de que los pueblos del Neolítico utilizaban estos signos sólo como motivos decorativos sin especial significado, los estudios de la arqueóloga Marija Gimbutas en la segunda mitad del siglo XX cambiaron la dirección de tales interpretaciones, permitiendo comenzar a profundizar en el simbolismo de la diosa madre.

Se han encontrado estatuillas y esculturas casi idénticas de la diosa en Europa oriental y en el valle del Indo (en un lugar llamado Mehrgarh). Quien hubiese recorrido la larga distancia que separa estos lugares entre sí habría reconocido las imágenes y comprendido su significado, incluso a pesar de no entender el lenguaje de una tribu diferente, pues en esta etapa de la evolución de la consciencia no había dioses tribales, sino únicamente una diosa universalmente adorada.

Las implicaciones de esto aún no han sido asimiladas y, aunque  la creencia generalizada sigue siendo que el origen de la civilización fue la zona comprendida entre Sumer y Egipto, hoy en día existe suficiente conocimiento sobre la civilización neolítica que, de acuerdo a Marija Gimbutas, pobló la “Vieja Europa”.

La Vieja Europa

Con este término, Gimbutas se refiere a la región que comprende los Balcanes, Hungría, Bulgaria, Rumania, Austria, Chequia, Eslovaquia, Polonia y el área mediterránea del sur de Italia, Sicilia, Malta, Creta y Grecia con sus islas.

Esta Vieja Europa es la conexión entre la Edad del Bronce y las culturas micénica y griega. La imagen central de esta cultura es la diosa madre, y su desarrollo cultural corre paralelo al de la más famosa Anatolia.

En la cultura de Vinca, por ejemplo,

…se han descubierto ciudades –que no pueblos—de hasta 24.000 metros cuadrados de amplitud, con calles bordeadas por casas espaciosas de dos o tres habitaciones cada una, algunas de hasta 7.000 años de antigüedad.

[...] Parece incuestionable una continuidad con el Paleolítico, particularmente en las esculturas de las figuras de diosas y en la construcción de santuarios y templos, que continúan la tradición del santuario de la cueva.

Un poco anterior a todo esto y más hacia el Este, la diosa madre de Çatal Hüyük, sentada en un trono flanqueado por leones, tiene 8.000 años de antigüedad y es la antecesora de Cibeles, la diosa de Anatolia y Roma.

 grimaldi statue

Las gentes de Çatal Hüyük sabían fundir cobre y plomo en el 6400 a. C., tres mil años antes de Sumer. En sus santuarios, la diosa aparece como joven, madre y anciana. En cuanto al dios, éste se manifiesta en las imágenes que representan al toro y su cornamenta, pero aún no existen figuras fálicas que expongan el poder de lo masculino.

En cambio, el parto es el tema por excelencia de muchos de los santuarios de Çatal Hüyük, donde la diosa aparece dando a luz cabezas de toro, el principio masculino emergiendo del femenino.

También se le muestra como cazador y consorte de la diosa, “un drama este al que se vuelve más adelante en el mito de la Edad del Bronce de la diosa madre y su hijo-amante”.

Alrededor de 5.000-6.000 años antes de la Grecia clásica, los pueblos neolíticos desarrollaron las imágenes míticas del Paleolítico para formar una matriz cultural vital que constituyó el fundamento de las grandes culturas de la Edad del Bronce. Parece como si las imágenes de la diosa, formuladas inicialmente durante el Paleolítico, se transformasen en una unidad cultural en el Neolítico.

Existen las mismas estructuras rituales desde Anatolia hasta las islas británicas, desde Malta hasta las tierras bálticas.

El descubrimiento de la existencia de civilizaciones con un ideario metafísico coherente y común en épocas hasta hace poco impensables por los investigadores contemporáneos debería ser un toque de atención para “modificar nuestra concepción de lo que es la evolución de la conciencia”, dicen Baring y Cashford.

Tendremos al menos que desechar nuestra idea de tribus primitivas acechando en la oscuridad de la prehistoria, esperando a que las iluminen nuestras mentes civilizadas.

Gimbutas, en El lenguaje de la diosa, diría al respecto que:

La Diosa, en el conjunto de sus manifestaciones, era un símbolo de la unidad vital en la Naturaleza; su poder estaba en las aguas y en las piedras, en las tumbas y en las cuevas, en los animales terrestres y en las aves, en las serpientes y en los peces, en las colinas, en los árboles y en las flores; de ahí la percepción holística y mitopoética de la sacralidad y misticismo  de todo cuanto existe sobre la Tierra.

vincaUna de las maneras en que evoluciona la conciencia es a través de la diferenciación de lo que antaño se experimentó como una unidad. Parece que se diferenciaron las características femeninas y masculinas de la diosa andrógina europea, de cuello fálico y cuerpo oval de acuerdo con esto último, a lo largo del séptimo y sexto milenio a. C.; el macho se convirtió en poder fertilizante y la hembra en útero preñado.

La imagen del dios aparece casi simultáneamente en la vieja Europa y en Anatolia. El principio masculino diferenciado se encarna en el falo, en el toro, en el animal provisto de cuernos –carnero y macho cabrío—y en la serpiente de forma fálica. También se personificó en una figura mitad hombre, mitad animal (toro o cabra), y en la figura de un hombre representado como un dios.

Los mitos sumerios, egipcios, minoicos y griegos escenificarán al dios toro como “hijo” de la diosa madre, y su sacrificio es “la epifanía del hijo que regresa a la madre con el objeto de renacer, renovando de esta manera la fuerza vital que encarnaba”.

Hacia el 4500 a. C., entran en Europa los pueblos kurgánicos, nómadas que rendían culto a los dioses del cielo, los cuales blandían el rayo y el hacha. Según Gimbutas:

Se truncaron tradiciones milenarias; ciudades y pueblos se desintegraron […] Se debilitó el gusto por la belleza y la sofisticación en el estilo y en la realización de las piezas. Desapareció el uso de los colores brillantes en casi todos los territorios europeos, excepto en Grecia, las Cícladas y Creta, donde las tradiciones de la vieja Europa continuaron durante tres milenios más, hasta el 1500 a. C.

La Vieja Europa pervivirá, así, en las culturas minoica, micénica y griega. En el resto de Europa, se impondrá una cultura nómada, pastoril y organizada según una jerarquía guerrera.

Creta

Para los griegos, Creta fue la tierra legendaria donde nacieron sus dioses, y la leyenda, conocida únicamente por los poemas de Homero, se mantuvo como tal hasta principios del siglo XX, cuando Arthur Evans descubrió las ruinas que convirtieron el mito en historia.

En Creta se experimentaba la gran diosa como un flujo de energía dinámica que podía manifestarse en un enjambre de abejas, en el brinco alegre de un delfín, en una bandada de pájaros, en el enroscarse de las serpientes y de las criaturas marinas, así como en el gesto humano.

El arte cretense refleja la vida desahogada de una civilización a la que nada faltaba en medio de una naturaleza generosa con sus necesidades, “una alegría que no se encuentra en ninguna otra cultura contemporánea de Próximo Oriente”.

Pintura minoica

La civilización minoica fue paralizada por la misma naturaleza a la que reverenciaba: en el 1450 a.C., violentos terremotos y maremotos provocados por la actividad del volcán Tera destruyeron todos sus palacios y templos.

A diferencia de muchas de las culturas de su entorno, la isla de Creta no fue invadida en los 1.500 años que van del 3000 al 1500 a. C., por lo que ofrece una perspectiva única sobre cómo evolucionó sin trastornos una sociedad neolítica para convertirse en una sociedad de la Edad del Bronce, pero manteniendo su creencia en la unidad de la vida.

Creta se hallaba en el centro de las rutas marinas que la conectaban con todas las otras grandes culturas:

…al norte, con la vieja Europa; al este, con Anatolia y Siria y, más allá, con Sumer; al sur, con Egipto; y, más lejos hacia el oeste, con las islas de Malta y Sicilia. Las espirales decorativas de los dibujos de Malta y minoicos, por ejemplo, son prácticamente idénticas.

Sin embargo, mantuvo su cultura vinculada a la diosa:

La diosa flanqueada por leones, los grifos dibujados en las paredes de la sala del trono en Cnosos, los santuarios de columnas, los cuernos de toro y la serpiente, evidencia todos la presencia de la antigua diosa madre neolítica.

Aquí se comienzan a extender las representaciones del dios sentado en el regazo de la diosa, el hijo que personifica la fuerza dinámica del crecimiento, la semilla, y que como tal “debe morir cada año, sumergiéndose en el cuerpo de la diosa para renacer de ella en la siguiente primavera”.

El laberinto de Cnossos es el heredero de un antiguo linaje que se remonta a los meandros paleolíticos, las aguas del subsuelo que señalan la entrada al otro mundo, el templo de la diosa donde se celebraban los misterios del renacimiento.

ritual toro minos

La leyenda del minotauro hace referencia al ritual minoico del matrimonio sagrado.

Si miramos al toro como lo habrían hecho los minoicos, percibimos la encarnación sagrada de la fuerza vital, que el rey también encarnaba en su persona en tanto que hijo-amante de la diosa. Al final de ocho años, los poderes sagrados del monarca necesitaban renovarse, y mientras que en otros tiempos y lugares determinados ello requería que se sacrificase al rey en el máximo apogeo de su poder, aquí el toro podría suplantarle.

Ocho años es el ciclo por el que el Sol y la Luna coinciden en la unión de luna llena y solsticio de verano, o de invierno. Esta conjunción determina el matrimonio sagrado. En la unión de la reina sacerdotisa con el rey sacerdote, ella se transformaba en diosa y él en su hijo-amante, y a través de esta unión se regeneraba la tierra.

El hecho de que el toro personifique al sol antes que a la luna refleja el proceso de crecimiento, conducente a la independencia, del poder masculino generador de la diosa antaño andrógina. Este poder generador, imaginado primero como un animal con cuernos y después como el hijo de la diosa, puede ahora encontrarse con ella como su amante. Tras su matrimonio sagrado, el amante ha de ser sacrificado para renacer de ella como su hijo, en la imagen de la renovación constante.

En la leyenda griega, los cinco matrimonios entre el toro –representado por Zeus, Minos, Posidón, Teseo y Dionisio— y la diosa –como Europa, Pasífae y Ariadna— simbolizan el matrimonio del sol con la luna como ciclo sin fin.

El mito de la diosa alcanza su culminación aquí, antes de su declive gradual en las culturas de la Edad del Bronce de Próximo Oriente y de su extinción casi completa en la Edad del Hierro. Pues Creta fue la heredera directa de la visión neolítica, que había persistido relativamente imperturbada sobre la tierra durante muchos milenios. […] No es de extrañar que, muchos siglos más tarde, la Grecia clásica mirase hacia atrás a Creta como a una perdida Edad de Oro, hallando en ella la inspiración de sus dioses y diosas.

 Las huellas psíquicas de la Gran Diosa

Las experiencias de una especie no se pierden, sino que se transmiten a sus miembros futuros en forma de instintos.

La consecuencia lógica es que, en cualquier tiempo particular, la experiencia de las generaciones más arcaicas, así como, en efecto, toda la historia de la humanidad, está de alguna manera siempre viva en la psique, como parte del ser humano.

[...]

Podríamos imaginar una analogía geológica para el inconsciente colectivo en que la capa más antigua de la psique consistiese en los millones de años de vida animal instintiva. Tras ella, la primera y más antigua capa cultural sería la de la experiencia paleolítica, seguida de la capa correspondiente al Neolítico, seguida de la de la Edad de Bronce, y así a través de las eras hasta el presente; la capa superficial del siglo XX sería aún accesible a lo que llamamos memoria “viva”.

Jung se refiere a ello como un ser humano colectivo, un organismo vivo con una memoria de dos millones de años cuya experiencia sería un “pronosticador incomparable”.

Según esto, “la experiencia neolítica no está muerta y enterrada, sino que pervive en nosotros como fundamento arcaico de la psique del siglo XX”. Si la evolución de la conciencia es un proceso de diferenciación, entonces, dicen Baring y Cashford, “el Neolítico debe de haber registrado, como estrato profundo del alma, una visión de la vida como constante celebración del ser”.

Los estudios sobre la diosa suelen estar impregnados de una suerte de alegría vital que, al menor descuido, sumergen en cierta época superhappyflower donde pastan ponis de colores, los puñales de sílex sólo tienen uso artístico y el personal vive con sonrisa de fumata permanente.

Pero si algo se aprende de tanta parrafada sobre símbolos y cultos a la Madre, es que aquellos tipos vivían en persistente contacto con la muerte y el sacrificio. Y que lo tenían tan asimilado como parte de la existencia que honraban la oscuridad al igual que gozaban de la luz.

Todo lo cual hace sospechar que, como es arriba es abajo, llegar a los estratos neolíticos del cerebro, sin ayuda de enteógenos y en pleno uso de conciencia, según marcan los principios de la individuación, junguianos mediante, es labor ardua donde las haya.

Ciertamente, los humanos han olvidado cómo retornar a la Diosa.

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