Desde sus orígenes, la fotografía ha tenido un importante rol en la conservación de la memoria, ya sea como valiosos registros documentales o como custodio de los recuerdos familiares.
Pero, ¿qué pasa cuando el vínculo con la realidad que pretende atesorar se deteriora? ¿Qué pasa cuando ya nadie en la familia sabe quién es el que aparece en la foto? ¿Qué pasa cuando la fotografía pierde la memoria?
La fotografía es el medio predilecto que tenemos para dejar registro de nuestra historia.
Documentamos nacimientos, cumpleaños, vacaciones, graduaciones, fiestas y todos los hechos importantes que queremos preservar. Seguramente las familias ya no se reúnan junto al proyector a ver diapositivas y reírse del abuelo en pantalones cortos. Quizá sólo algunas se junten a hojear el álbum de fotos para reírse de papá cuando era adolescente. Pero seguimos compartiendo en Facebook o Instagram los álbumes familiares virtuales, y volvemos a ellos para buscar fotos graciosas para el vídeo del cumpleaños de nuestros hijos.
Pero hay veces que las fotografías van perdiendo su capacidad para transmitir recuerdos, generalmente porque se van deteriorando. La humedad facilita que sean atacadas por hongos. Los rayos ultravioletas decoloran los tintes. El mismo paso del tiempo provoca reacciones que van desvaneciendo la imagen. Joan Fontcuberta ha destacado al respecto que "no deja de ser paradójico que la fotografía, que nace para ayudarnos a memorizar, acabe volviéndose amnésica o aquejada de alzheimer".
Pero puede haber fotografías perfectamente conservadas que tampoco sean capaces de recordar. Puede que ya nadie reconozca a algún personaje, y que no quede nadie vivo, que haya presenciado el momento de la toma, para preguntarle. O puede también, que haya alguna foto donde, a pesar de aparecer claramente, ni los mismos protagonistas logren identificarse.
En particular me refiero al caso fotografías de hermanos o hermanas gemelos, a veces tan parecidos entre ellos que resultan indistinguibles. Más aún cuando los padres se empeñan en igualar sus vestimentas. Generalmente intentan resolver esa suerte de prosopagnosia apelando a diferentes señales, tales como una mueca, el color del baldecito, un juguete preferido, la forma de calzarse la gorra, o incluso quien se sienta al lado o toma la mano de tal o cual persona.
Pero a veces las señales son insuficientes o contradictorias, y pueden resultar fotos con trastorno de identidad disociativo, adquiriendo múltiples personalidades, pudiendo identificarse en ocasiones como uno u otro de los hermanos. O incluso algunas fotografías pueden terminar sufriendo amnesia disociativa, preguntándose eternamente quién soy, sin hallar respuesta alguna.¿Qué hacemos entonces con estas fotografías? ¿Qué papel pueden jugar si ya no sirven para cumplir la función de recordar que les habíamos conferido? ¿Qué otro valor pueden esgrimir frente al resto de las fotos familiares?
¿Qué les pasa a las fotografías cuando pierden la memoria?
Ariel Till
Un poco de mí