Revista Arte

Cuando la memoria puede retener mucha más vida y sentido que la propia realidad...

Por Artepoesia
Cuando la memoria puede retener mucha más vida y sentido que la propia realidad...
En esa nebulosa gruta de los recuerdos deslavazados, en esa misteriosa recreación de los momentos ya pasados, de los sentimientos ya vividos, o de las emociones registradas tras una visión alcanzada de antes, puede haber ahora, de hecho lo habrá, mucha más fidelidad a lo que es la realidad que la realidad misma. Entonces los colores, las distancias, los reflejos, las sombras o la luz difuminada que habría hecho ya sentir la imagen en la memoria de los seres, todo eso se vuelve ahora así magnificado, todos vuelven decididos, redivivos, para justificar la impresión más auténtica de todas las que pudieran visionarse. Cuando el extraordinario pintor Corot recorriese parte de Italia y luego casi toda Francia buscando los lugares más hermosos para fijarlos en sus lienzos, lo habría hecho siempre junto, y en el mismo momento, al paisaje visitado. Así compuso esos espacios que, según él, guardaban la armonía precisa que necesitaba ya una imagen artística. Buscando por las orillas del Sena, por ejemplo, consiguió él plasmar ya así, matizadamente, la fragancia de las luces del atardecer ahora reflejada entre sus aguas.
Con su estilo tan personal, nunca exactamente adscrito a una sola tendencia, deslumbraría pronto a los ojos de sus seguidores la tenue inspiración luego de un triunfante Impresionismo. Pero, tan solo lo insinuaría. Porque, para Corot (1796-1875), la sensación de la mirada debe primar sobre cualquier otra cosa, incluso sobre el instante impresionista. No es la impresión, es la sensación..., y eso fue lo que le diferenció de todos aquellos que entonces y luego lo admirasen. Y en este deseo de sentir lo que viese, de comprender con su emoción, ayudado por sus ojos, Corot frecuentaría mucho la región francesa de Picardía durante la década de 1850. Y en un paraje próximo a Mortefontaine, a orillas del Sena, pasaría horas ya por entonces mirando y sintiendo ahora los contrastes favorecedores del verde mortecino de sus árboles sobre las brillantes y silentes aguas del río. Y ya está, sólo eso. Dejaría pasar una y otra vez de fijar por entonces en sus cuadros las emocionantes sensaciones que aquellos reflejos de Mortefontaine ya le produjeran.
Pasaron los años, y no volvería el viejo Corot a retornar por allí, no ya por los serenos paisajes vibrantes de Picardía, sino por Mortefontaine, aquel lugar escondido entre dos riberas del Sena y que una vez su mirada, asombrada y querida, dejara ya más sentir que pintar con los colores de una mejor bendecida emoción que de un tan deseado artificio... Fue luego, sobre 1864, en París, en su estudio, cuando el creador recordara ya por entonces los sentidos colores, los bordeados perfiles de un paisaje ahora ya fijado en su memoria. Habrían pasado más de diez años, tal vez, desde la última vez, y, sin embargo, no fue ahora la mirada sino el sentimiento, no fue la luz..., sino su emoción, quienes dejaran plasmada la visión de un maravilloso escenario visitado años antes. Y los impresionistas quedarían entonces fascinados... ¿Cómo es que no comprendería él aún que todo eso, esa inspiración extemporánea, según aquéllos, era ya la impresión y no otra cosa, lo que perseguirían ellos y acabarían luego creando así una tendencia?
Pero, no; no fue una impresión, ni un deseo de tendencia, ni una fuerza inspiradora para reflejar en un lienzo alguna cosa, no. Fue la poderosa sensación de su recuerdo, fue la plasmación más fiel que de una escena recordada pudiera ya la memoria componerla. Algo superior, incluso, a la recreada ante los ojos de un momento y de una escena. Porque lo que Corot hizo en su estudio fue, verdaderamente, realizar Arte con sus manos. No sólo con ellas, ellas solo le ayudaron; no, fueron por entonces sus recuerdos más sentidos, esos que seleccionan cosas, que obvian otras, que matizan lo que deben, que describen con las formas de la memoria lo más importante, lo más necesario, lo que no pasó entonces... Lo que, tan sólo, dejaría en su interior más profundo la mejor de las sensaciones que con ellas pudiera ya fijar, alguna vez y para siempre, la imagen ahora más conseguida, la más deseada, o la más auténtica... 
(Óleo del pintor francés Jean-Baptiste Camille Corot, Recuerdo de Mortefontaine, 1864, Museo del Louvre, París.)

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