Revista Ciencia

Cuando la pareja se desordena: cómo el apego romántico puede desencadenar una crianza más dura

Por Davidsaparicio @Psyciencia

Muchos psicólogos saben —por experiencia clínica o investigación— que la crianza de los hijos rara vez se limita a la relación entre el adulto y el niño. Detrás de una voz que grita, de una amenaza o de una mano alzada, suele haber una historia más amplia: una pareja distante, un miedo a ser dejado, una inseguridad difícil de nombrar. Un nuevo estudio publicado en Family Relations confirma esa intuición clínica: los conflictos o inseguridades en la relación romántica de los padres pueden tener un efecto directo sobre cómo disciplinan a sus hijos pequeños.

El equipo liderado por Yili Wu, psicóloga y profesora en la Universidad Médica de Wenzhou, se preguntó por qué algunos padres responden al mal comportamiento infantil con gritos, amenazas o incluso castigos físicos, a pesar de la evidencia abrumadora sobre sus efectos nocivos. La novedad de su enfoque fue mirar no solo al estrés general o a la conducta del niño, sino a la raíz emocional del comportamiento parental: el estilo de apego romántico.

Los investigadores encuestaron a 489 padres chinos de niños menores de cinco años. La mayoría eran madres con una edad promedio de 34 años. Midieron su estilo de apego en pareja (ansioso, evitativo o seguro), la frecuencia con que usaban disciplina dura, su capacidad para entender los pensamientos y emociones de sus hijos (lo que se conoce como funcionamiento reflexivo parental) y su percepción de competencia como cuidadores.

Los resultados fueron claros: tanto la ansiedad como la evitación en el apego romántico predijeron un uso más frecuente de disciplina dura. Pero lo que llamó la atención fue el mecanismo detrás de esas conductas.

Los padres ansiosos —aquellos que temen ser rechazados o necesitan constante validación emocional— no solo tendían a sentirse menos competentes como cuidadores, sino que también tenían más dificultades para imaginar o entender el mundo interno de sus hijos. En su caso, la cadena fue: bajo funcionamiento reflexivo → baja percepción de competencia parental → uso de disciplina dura.

En cambio, los padres con apego evitativo —más incómodos con la intimidad emocional y con una fuerte preferencia por la autonomía— también usaban más castigo físico o verbal, pero en ellos la explicación pasaba únicamente por una baja confianza en su rol como padres. No se sentían capaces, y esa sensación bastaba para desencadenar respuestas duras.

Wu lo resume así: “La ansiedad en el apego tiene un efecto más fuerte sobre la disciplina dura, mediado principalmente por un funcionamiento reflexivo deficiente. En los padres evitativos, la clave está en la percepción de competencia”.

Cuando los investigadores agruparon a los participantes en perfiles completos de apego —seguros, temerosos (altos en ansiedad y evitación) y evitativos— encontraron el mismo patrón: los padres inseguros disciplinaban con más dureza. El grupo más problemático fue el de los temerosos: no confiaban ni en su pareja ni en sí mismos, y eso se reflejaba directamente en cómo trataban a sus hijos.

Este tipo de hallazgos abre una línea interesante para los clínicos que trabajan con familias jóvenes. A menudo, las intervenciones se enfocan en las conductas del niño o en el manejo del estrés cotidiano. Pero Wu sugiere que vale la pena mirar hacia adentro, y más atrás: ¿cómo vive el adulto sus relaciones más íntimas? ¿Qué tan seguro se siente emocionalmente con su pareja? ¿Y qué efecto tiene eso en su capacidad para criar con sensibilidad?

Desde la teoría del apego, estas conexiones tienen sentido. Las personas con apego ansioso pueden sobreinterpretar las reacciones del otro como señales de abandono, lo que las deja emocionalmente agotadas e hipersensibles. Las personas evitativas, por su parte, tienden a desconectarse de la emoción, lo que puede dificultar una respuesta empática frente a la frustración de un niño. Si a eso le sumamos la exigencia constante que implica la crianza temprana, no es difícil ver cómo estas dinámicas pueden escalar.

Una de las fortalezas del estudio es que fue más allá de correlaciones simples. Al identificar mecanismos específicos —como el funcionamiento reflexivo y la autoeficacia parental— abre oportunidades concretas para intervenir. Talleres que fortalezcan la capacidad de los padres para leer las señales emocionales de sus hijos, junto con intervenciones que aumenten la confianza en sus habilidades como cuidadores, podrían reducir el uso de disciplina dura, incluso en contextos de relaciones románticas inseguras.

Pero hay que hacer una pausa antes de extrapolar demasiado. El estudio es transversal, lo que significa que no puede establecer causalidad. Y su muestra —compuesta en su mayoría por madres bien educadas de una sola región china— limita la generalización cultural. Wu lo reconoce: en China, prácticas como el castigo físico pueden entenderse bajo el lente del “amor duro”, una idea con fuerte peso cultural.

Aun así, la intuición detrás del estudio resuena más allá de sus límites geográficos. La crianza no ocurre en el vacío. Ocurre en camas compartidas, en discusiones a media noche, en mensajes sin responder y en silencios largos. Ocurre cuando un adulto se siente querido… o no. Y el niño, sin saberlo, queda en el centro de ese torbellino emocional.

Para los clínicos, el mensaje es claro: no se puede entender la crianza sin entender las relaciones íntimas de quienes crían. La violencia no empieza con el grito; empieza, muchas veces, con una herida no sanada en otro vínculo. Explorar esos vínculos, reconocer sus formas y sus efectos, puede ser el primer paso para una crianza más sensible, más firme y menos dañina.

Referencia: Zhou Jin, Minjie Ye, Hui Lu, Lanyue Chen, Wenyue Chen, Hongsheng Yang, Lei Chang, Deborah Baofeng Wang, y Yili Wu (2024). Distinct mechanisms linking romantic attachment dimensions to harsh discipline among Chinese parents of young childrenFamily Relations.


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