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Cuando la rutina muere II

Publicado el 03 mayo 2014 por Daniel Rubio @DanielRubioM

   Víctor Cutícula consiguió cruzar en verde los dos semáforos restantes sin quitarse de la cabeza el amargo sentimiento que le producía haber cruzado uno en rojo.

«¿Y si hubiese esperado? ¡No! El jodido semáforo debía estar en verde.»

   —¿Y el azar, Víctor?
   —No creo en él. Dudo que exista.
   —¿Y aquélla mañana?
   —Rompí un ciclo, eso es lo que ocurrió.

MARTES

   Víctor Cutícula despertó al primer "bip" de su despertador. La noche había sido larga, atormentado por la idea de haber roto un ciclo vital en su rutina, en su cabeza sólo hubo espacio para intentar resolver algo que jamás había visto como probable. Cambiar un hábito no es fácil, menos todavía lo es para Víctor.

   «Verde, verde, verde, verde,verde»

   Como siempre había sido.

   Treinta y cinco minutos más tarde estaba en la calle. Listo para comenzar su paseo sin olvidar el manual que lo ataba a su rutina y después lanzar el primer paso, siempre con el pie derecho.

   —Échame algo, bailarín —dijo el desarrapado del Puente de Campanar.

   Tras las palabras del vagabundo Víctor creía que todo volvía a ser como antes y que quizá había exagerado con que el Universo fuese a conspirar en su contra.

   Llegó al cruce de Pérez Galdós con Avenida del Cid. Todo estaba en su sitio: el fumador del bar de enfrente, la chica del perro, el barrendero y la furgoneta. El escenario estaba montado tal y como marcaba el guión, por lo que no detuvo su paso. Miró el semáforo.

   «¡Verde!»

   Un coche blanco se aproximaba al cruce a bastante velocidad, pero Víctor Cutícula iba tan ensimismado que no se percató.

   «Todo vuelve a ser como antes»

   ¡PÍÍÍÍÍÍÍ! Víctor Cutícula mantenía la mirada al frente, sin estremecerse esta vez por el sonido del claxon.

   «Está en verde»

   El conductor tuvo que esquivarlo con un volantazo seco.

   —¡Gilipollas! —Gritó el conductor cuando pasó a su lado.

   Antes de entrar al edificio donde trabaja, Víctor realiza otro ritual: detenerse justo a tres pasos de la puerta, y a uno del único escalón, para saludar a Juan, el portero.

   —¿Un nuevo truco de cartas, Juan?
   —Sí, y baraja nueva. Mira.

   Víctor Cutícula mira la baraja y se fija durante unos segundos en el as de corazones.

   —¿Todo bien? —Suena una voz grave a su espalda.

   Víctor Cutícula se gira y comprueba que quien le dirige la palabra es el mayor socio del bufete, el cual lo mira por encima del hombro pero sin grandeza, sino como quien busca algo.

   —Sí, claro, todo bien.

   El abogado entró en el edificio sin añadir nada más. Y a Víctor sólo se le ocurrió pensar en que algo gordo se estaba cociendo, pues a excepción de él, Juan y la recepcionista, nunca había nadie en el edificio antes de las nueve.

   Víctor avanzó los tres pasos que lo separaban de la puerta.

   Continuará...
  


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