Hay tanto cine sobre la Mafia, sobre cualquiera de sus variantes regionales o nacionales, que asomarse a ese terreno añade un plus de heroísmo al creador que acomete dicha tarea.
Si la obra además es descomunal en cuanto al periodo de tiempo abarcado, producción, reparto y acomodo a hechos reales, el trabajo parece condenado a un fracaso anunciado o a una dispar, o tibia acogida cuanto menos porque todo ya nos es conocido.
Sin embargo, " Il traditore", la película de uno de los últimos mohicanos del cine europeo que se resiste a abandonar el trabajo, Marco Bellocchio, afronta todos esos retos, y todos los supera hasta conseguir una película excelente, siempre contenida, siempre creíble, siempre tensa; pese a que lo que cuenta ni se caracteriza por la contención de sus personajes y los acontecimientos, a grandes rasgos, son conocidos por cualquier persona informada y no podrían sorprendernos.
"Il traditore" habla de la llegada de nuevos tiempos desconocidos para la historia de la Mafia siciliana, tiempos de exterminio interno y de reacción externa usando a la gente de dentro. Lo que podría haber quedado en una farsa de estética televisiva termina alzándose como un retrato sociopolítico de primera magnitud, como una película que recupera al mejor Bellocchio conocido, siempre comprometido con la historia de su país, pero cuyos resultados no siempre han conseguido situarse a la misma altura que sus intenciones.
El cine de este octogenario ya ha tenido tiempo y ocasión para pronunciarse sobre la Italia del pasado reciente, y hasta del medieval, pero nunca hasta ahora, opinión plenamente subjetiva, el resultado había sido tan acertado y redondo como en "Il traditore".
Sus acercamientos a los turbios intereses de la Democracia Cristiana para que Aldo Moro fuera asesinado finalmente por las Brigadas Rojas, o a la figura de Mussolini a través de su amante, combinaban aciertos y desaciertos, esmerado clasicismo con pasajes innecesarios o convencionales, pero con "Il traditore" consigue el equilibrio justo y acertado entre un relato, por lo demás muy clásico y que no busca el efecto visual gratuito, heredero del documento histórico, y el propósito crítico acerca de cómo un cáncer social de tal entidad como la mafia y sus familias emponzoña las instituciones que rigen el país, y no sólo los bajos fondos olvidados por el poder.
Así, con mucho brío, mucho ritmo, mucha potencia en los diálogos y en las figuras de sus personajes, Bellocchio reconstruye una parte de la historia de Italia desde los albores de la década de los 80 hasta la muerte de Tommaso Buscetta, el primer arrepentido conocido en la reciente historia judicial italiana, el primer ariete destinado a acabar con la Cosa Nostra desde dentro, una muerte natural y apacible como la de Michel Corleone en El Padrino III.
Y es que Bellocchio, no se sabe si consciente o inconscientemente, homenajea a "El Padrino", el gran referente del cine mafioso, dando la vuelta a la estructura de las películas de Coppola. Si en Coppola el ritual sangriento va en progresión hasta su conclusión múltiple con la sucesión de muertes de todo tipo, en Bellocchio se comienza de forma similar a la trilogía norteamericana, presentando a los personajes en medio de una especie de reunión de familias y al tiempo celebración íntima, donde los rostros ya enseñan que, por encima del abrazo o del beso ritual, sobrevuela la idea de exterminar al rival para quedarse con su parcela. De ahí que en la primera media hora de película se desgrane todo el grueso violento de la historia, la eliminación del clan Buscetta a manos del ambicioso clan de los Corleone (casualmente estos verdaderos y no herederos del relato de Mario Puzo) liderado por Totó Riina, una eliminación de la que sobreviven muy pocos miembros de la familia Buscetta, unos por suerte, otros por sus conexiones internacionales como Tommasso.
Es la sensación de traición sin motivo la que provoca el giro radical en la mentalidad de Buscetta una vez que es extraditado desde Brasil (ojo a la imagen que proyecta también Bellocchio sobre ese Brasil dictatorial tan querido por su actual presidente Bolsonaro).
Ahora es cuando se rompe la relación estructural de la película de Bellocchio con la herencia coppoliana, el núcleo del relato gira alrededor del arrepentimiento, que para Buscetta no es tal por cuanto su discurso siempre aparece adjetivado considerándose, en todo momento, un hombre de honor dentro de la Cosa Nostra, un hombre que se ha mantenido fiel a los códigos vulnerados por los demás y que le eximen de mantener la omertá.
Se avanza en el retrato poderoso de un hombre enfrentado a todos, por un lado obligado a colaborar con el Estado para que éste proteja lo que queda de su familia, por otro a delatar a quienes han participado de sus mismas acciones y crímenes pero que, a manos de un jefe cegado por la ambición y la psicopatía, se han convertido más en peligro para sus propios miembros que en hombres respetables y respetuosos de un código muy personal que no atacaba a quien nada tenía que ver con los errores o las traiciones.
La muy creíble y acertada composición que el omnipresente actor italiano Pierfrancesco Favino hace del personaje de Buscetta, obtiene un gran contrapunto que equilibra el relato con la aparición de Fausto Russo Alesi en el papel del juez Falcone, otro de los grandes aciertos de la película, mostrando ese progresivo acercamiento entre dos personas que, inicialmente se repelen y que finalmente se terminan respetando sin perder la distancia que resulta insalvable.
Un relato de casi tres horas que pasa ágilmente ante nuestros ojos, que abre múltiples subtramas sin dejar ningún cabo suelto, más allá de los que persisten sin resolver en la realidad alrededor de la figura de Andreotti o la colaboración vaticana con ciertas familias mafiosas.
Bellocchio abarca mucho con su última película, y sin embargo consigue apretar lo suficiente como para no perder nunca el control y el equilibrio entre las diversas partes de la misma; sin que lo judicial anule lo criminal, sin que el pasado se olvide por el presente, sin que lo personal oculte lo social. El clasicismo de las imágenes no sienta nada mal a la solidez del relato, la reconstrucción de acontecimientos no queda empañada por esa sensación de acartonamiento que acompaña a mucho del cine que quiere recrear las últimas décadas del siglo XX, los diálogos suenan naturales, creíbles, reales; los juicios se acercan más a un circo que a la solemnidad de lo que se trataba en ellos, y sin embargo ahí está la hemeroteca para aseverar que lo filmado será cualquier cosa menos irreal aunque parezca inverosímil.
Haciendo cercano Bellocchio al personaje de Buscetta, ni lo juzga ni lo redime; el pasado del mafioso ahí está y el director no lo oculta y hasta concluye con lo que Buscetta no quiere recordar, el personaje reacciona así por aplicar sus códigos de honor, no porque repudie a la Cosa Nostra.
El único héroe de la película es Falcone, y hasta en la reconstrucción de su asesinato, por más conocido que es, Bellocchio también demuestra su genio y su capacidad para sorprendernos.
Una maravillosa película que huele a cine perdurable, a cine de siempre.
IL TRADITORE. Italia, Brasil, Francia, Alemania. 2019. Director: Marco Bellocchio. Guión: Marco Bellocchio, Valia Santella, Ludovica Rampoldi, Francesco Piccolo. Intérpretes: Pierfrancesco Favino, Maria Fernanda Cândido, Fabrizio Ferracane, Luigi Lo Cascio, Fausto Russo Alesi, Giovanni Calcagno. Fotografía: Vladan Radovic. Montaje: Francesca Calvelli. Sonido: Adriano di Lorenzo. Música: Nicola Piovani. Compañías productoras: IBC Movie, Kavac Film con Rai Cinema. 146 minutos.