En 1838, Rosas ofreció las Malvinas en pago de una deuda que se arrastraba desde el tiempo del gobernador delegado Martín Rodríguez.
Rivadavia, ministro de aquél gobierno, había emitido títulos en 1824 y contratado a la Baring Brothers para que los colocara en Londres. Merced a esa operación, Buenos Aires había recibido 560 mil libras – para construir obras sanitarias e instalaciones portuarias que no construyó – y se había endeudado por 1 millón de libras, dando en garantía las tierras, los bienes y las rentas provinciales.
Era un hipoteca difícil de levantar.Rosas, con el fin de recaudar fondos y pagar así el servicio de la deuda, aumentó 25 % los derechos de importación. Ese aumento – aplicable sólo para productos que hubieran sido transbordados en Montevideo – perjudicaba a Francia, que centralizaba operaciones rioplatenses en ese puerto. Como represalia, la armada francesa bloqueó – invocando otras razones – Buenos Aires y todo el litoral argentino del río de la Plata.
Según el gobienro rosista, los tenedores de bonos (bonholders en Londres, “bonoleros” en Buenos Aires) debían entender que, si antes el gobierno no podía pagarles, ahora menos. Ellos tenían que saber, además, que la culpa de tal imposibilidad era de Francia, rival del Reino Unido.
Manuel Moreno fue designado (por segunda vez) embajador en Londres; y allá fue con la orden que Rosas le dio el 21 de noviembre: hacer lo imposible para congraciarse con los “bonoleros” , decirles que los pagos se reanudarían apenas se levantara el bloqueo francés, y hasta sugerirles que la solución definitiva al problema de la deuda estaba en sus manos.
Lo que debían hacer era explorar “si en el gobierno de Su Majestad habría disposición a una transacción pecuniaria para cancelar la deuda pendiente del empréstito con el reclamo respecto de la ocupación de Islas Malvinas”.
La propuesta era sencilla: la Corona le pagana a los “bonoleros” y la Argentina renunciaba a las Malvinas.
Muchos creen que, con esa sugerencia, Rosas manchó el historial de reclamos argentinos, abierto cuando, en 1833, el Reino Unido ocupó las islas.
El británico John Lynch, un estudioso de las relaciones anglo-argentinas, tiene otra interpretación: cree que la de Rosas fue una hábil maniobra dilatoria.
El gobierno británico – razona Lynch – no tenía por qué asumir la deuda de la Confederación Argentina con sus acreedores privados. Además, la compensación ofrecida era inaceptable: según la Corona, las Malvinas le pertenecían. No solo eso: las tenía en su poder, y la Confederación no tenía posibilidad alguna de quitárselas por la fuerza.
El Foreign Office ni quiso oir la oferta de canje. En cambio, los “bonoleros”- agrupados en el Committee of Buenos Aires Bondholders – lograron que la cancillería británica intermediase en el conflicto franco-argentino.
Algo tuvo que ver Lord Palmerston en el acuerdo que, en 1840, dejó libre el puerto de Buenos Aires, permitió la reanudación del comercio exterior, y creó las condiciones para que – con los derechos de la aduana – Rosas cumpliera su promesa de reiniciar el pago de la deuda.
Sin embargo, ahora había que reparar los daños causados por el bloqueo. Es lo que decía el gobierno a los “bonoleros” , que empezaron a mostrar su impaciencia.
El Committee envió en 1842 a Franck de Pallacieu Falconnet a Buenos Aires. Debía obtener la reanudación de los pagos y, si chocaba con la negativa de Rosas, ejecutar la garantía.
A su llegada, Falconnet fue recibido por el ministro de hacienda, Manuel Insiarte. Fue entonces cuando Las Malvinas aparecieron otra vez sobre la mesa.
Insiarte argumentó ante su visitante “La Confederación Buenos Aires no puede hacer pagos con destino a Inglaterra mientras no se le indemnice por el desapoderamiento de las islas”.
Le sugirió entonces un esfuerzo común: el comité de tenedores de bonos debía avalar una gestión, que Moreno haría en Londres, para compensar créditos entre ambos países. Si el Reino Unido aceptaba, los “bonoleros” cobrarían cien por ciento de sus créditos.
Como era de esperar, el Foreign Office volvió a negarse.
En 1844, Rosas – que ya presentía una intervención del Reino Unido en el Plata – trató de poner a los ahorristas británicos de su lado. Llegó entonces a un acuerdo con Falconnet: la Confederación volvería a pagar los intereses de la deuda, con una quita del 80 %. No obstante el descuento, los ahorristas – temerosos a esa altura de no cobrar jamás – celebraron el acuerdo.Al año siguiente, el puerto de Buenos Aires volvió a quedar bloqueado, ahora por el Reino Unido y Francia de consuno. La deuda nada tenía que ver. Las potencias europeas querían abrir los ríos interiores, demoler las barreras aduaneras y entrar con sus productos a estos mercados.
Rosas volvió a declarar el default, y les hizo saber a los tenerdores de bonos que, si el bloqueo se levantaba, el acuerdo de 1844 cobraría vigencia. En Londres, el Times, vocero de los pequeños ahorristas con bonos en Buenos Aires, se convirtió en crítico pertinaz del bloqueo.
El Reino Unido lo levantó en 1849 y Francia en 1850. Rosas, entonces, volvió a pagar intereses – con la quita de 80 % – y seguía haciéndolo en 1852, cuando se produjo su caída.
El pago con Malvinas había quedado atrás. Tal vez fue, como dice Lynch, una mera maniobra dilatoria.
Si fue más que eso, podrá discutirse si la propuesta era conveniente; y conjeturar sobre los beneficios o perjuicios que habría causado.
No se podrá, en cambio, tomarla como una contradicción en el tradicional reclamo argentino de soberanía. Uno sólo puede dar en pago aquello que le pertenece.
Extraído de “Historia y futuro de las Malvinas” de Rodolfo H. Terragno.