Después de una larga espera, volvió a rodar la pelota. Regresó el torneo de clubes más importante del planeta, donde los jugadores más cotizados del mercado pueden desplegar su talento. El problema se da cuando los técnicos tienen otra idea, y guardan a sus estrellas para disputar un partido de ajedrez en vez de uno de fútbol. Después de 70 minutos de especulaciones, Real Madrid y Manchester City finalmente se dedicaron a jugar y demostraron por qué este era el duelo más esperado de la jornada con un emocionante encuentro, que finalmente quedó para el Merengue por un marcador final de 3-2.
A más de uno se le debe haber hecho agua la boca al pasar la vista por el banco de suplentes local. Sentados al lado de José Mourinho estaban entre otros Mezut Ozil, Kaká y Luka Modric, mientras que en la cancha se ubicaba el trivote, eufemismo utilizado para justificar el hecho de llenar la cancha de volantes centrales que presionan, recuperan la pelota y después no saben qué hacer con ella.
Por el lado del conjunto inglés, la cosa era peor. Los talentos como David Silva y Samir Nasri (salió lesionado promediando el primer tiempo) estaban dentro del rectángulo, pero para rescatarlos del embotellamiento de piernas fueron ubicados por las bandas, algo similar a lo que ha hecho últimamente Matías Almeyda con Manuel Lanzini y Juan Cazares. Resultado: el City no logró hacerse de la pelota y los habilidosos terminaron aislados.
El Madrid, gracias a Xabi Alonso, Sami Khedira y Michael Essien (el mencionado trivote) tuvo la posesión del balón durante gran parte de la primera etapa, pero no lograba generar peligro. Sus mejores chances llegaron con arrestos individuales del triste Cristiano Ronaldo, que derrotó en el duelo personal a Maicon, pero no pudo vulnerar la resistencia del siempre seguro Joe Hart. ¿Su rival? Esperaba, esperaba, y esperaba, mientras ideaba la forma de hacerle llegar la pelota al desamparado Carlos Tévez.
Faltando 25 minutos para el cierre, Mourinho resolvió que su estrategia no estaba rindiendo frutos y mandó a la cancha a Ozil por Essien. Con tanta mala fortuna que, justo tras el cambio, un contraataque manejado a la perfección por Yaya Touré encontró libre a Edin Dzeko, quien se encargó de poner el 1-0.
Allí comenzó el verdadero partido, el que todo el mundo esperaba ver. El portugués quemó las naves e hizo ingresar a Karim Benzema y Modric para intentar dar vuelta la historia, mientras que para el conjunto hoy vestido de azul comenzaron a aparecer los espacios. Así las cosas, comenzaron a sucederse las emociones: empató Marcelo en su tercer remate al arco del partido, Aleksandar Kolarov silenció al Bernabeu con un gol de tiro libre, volvió a igualar Benzema tras una buena jugada de Angel Di María, y cuando todo parecía cerrarse con reparto de puntos, apareció Cristiano Ronaldo para sellar el marcador.
Electrizante cuarto hora de final, que deja el interrogante de qué hubiera pasado si ambos equipos se hubieran dedicado a jugar desde el minuto uno. En cuanto a los merecimientos, es difícil arribar a una conclusión, aunque parece justa la victoria de un Real que fue el que más buscó. Lo más interesante sería que ambos entrenadores hayan aprendido la lección: cuando juegan los que saben, hay más chances de ganar…