La respuesta a esto es corta y algo ambigua: depende. Si se trata de dinero, normalmente no cuesta nada o casi nada. En ese sentido, mantener un blog resulta relativamente sencillo. Abrir un blog en plataformas como WordPress o la igualmente popular Blogspot no cuesta un centavo –de ahí que prolifere tanto adefesio, también– y generar algunas modificaciones para, por ejemplo, tener más memoria o un domino propio puede estar al rededor de USD 20 al año, por lo que no se trata de algo muy oneroso. Como se comprenderá, entonces, mi pregunta no está dirigida a ese ámbito de cosas. Mi interrogante, más bien, se dirige a la variable del esfuerzo. Mantener un blog con relativo éxito es algo costoso, sobre todo si el blog no te da de comer, como sucede con la gran mayoría de los bloggers. Si se ve desde esa perspectiva, tener un “buen” blog cuesta y puede costar bastante. Pero hay que explorar mejor la idea de estos “costos”.
Estas líneas surgen porque hoy (sábado) decidí “no hacer nada”, cosa que hago muy mal, como ven, porque mi “no hacer nada” me llevó a desembarazarme de mis ocupaciones habituales para ponerme a ver TV y a revisar algunas cosas en la web. En ese sentido, decidí hacer algo que no realizaba hace tiempo: dar una mirada a los blogs de mis amigos. Noté algo bastante interesante, a saber, que solo los blogs de Daniel, Eduardo y Gonzalo (y también este) mantienen actualizaciones seguidas; todos los demás no se actualizan hace semanas, meses e incluso más de un año (este último caso, además, es el de un bloggero que una época era extremadamente activo). Al ver eso decidí dedicarle un breve post relativo no tanto a los beneficios de un blog, como ya lo hizo Daniel, sino a las demandas que este tipo de plataforma supone.
No quiero extenderme mucho, pero mi punto reside en una sola cuestión: para que un blog sea más o menos exitoso debe lograr ser un espacio capaz de articular con provecho los intereses personales y profesionales de su autor/es. Mi hipótesis, entonces, es que, salvo excepciones, todo aquel que abandona un blog, o lo hace discontinuo de un modo severo, lo hace debido a que su trabajo o sus estudios no le dan tiempo para escribir. Y, en efecto, así sucede. Las pocas veces que he dejado de escribir, digamos, por un mes, se han debido a que otro tipo de ocupaciones han concentrado mi atención: estudiar para un examen, una temporada muy intensa de corrección de trabajos de mis alumnos, etc.
Hay que recordar que para que un blog funcione hay varias reglas dependiendo de su género y de las expectativas del blogger, pero hay una cosa que sí constituye una directriz general: un blog tiene que ser actualizado seguido. Para actualizarlo continuamente es necesario que este no resulte una carga para quien lo escribe, sino algo vinculado lo más posible con lo que hace o, al menos, con una parte importante de lo que hace. Si te gusta opinar, el blog debe ser un espacio de expresión que te permita elaborar un poco mejor esas ideas que tenías en borrador en la cabeza; si te gusta leer, el blog puede ser un espacio que te motive a desarrollar pensamientos derivados de la lectura o a escribir resúmenes de los puntos centrales; etc. Lo que el blog debería ser, como bien lo pone Eduardo, es una suerte de laboratorio. Solo en la medida en que el blog se convierte en un espacio de experimentación en el cual uno elabora sus ideas a través del tiempo este logra tener un rol activo en relación al desarrollo personal y profesional de quien escribe. Cuando la propia labor se aleja tanto del blog como para que este se convierta en algo que resta tiempo, el blog ha fracasado en su propósito y, normalmente, se le abandona ya sea de modo titubeante –dejando de escribir cada vez más y por más tiempo– o de modo abierto –se cierra–.
Pienso en el blog que fracasa como en una experiencia de voluntariado, lo hago, además, con cierta base empírica, pues tengo en mente los estudios de un amigo sobre el voluntariado en el medio universitario. Está probado que los voluntariados funcionan más o menos así: la gente que a estos se integra tiene, normalmente, nobles motivaciones que conducen a poner el propio tiempo y esfuerzo al servicio de los demás; esta actividad dura, por lo general, alguno meses o años; habitualmente, también, la experiencia voluntaria finaliza cuando la persona empieza a trabajar o a practicar porque ya no dispone de tiempo. “Lo bueno”, sin embargo, es que como las universidades siempre tienen nuevos alumnos en un ciclo sin fin, los voluntarios se renuevan con alguna frecuencia y las ONG’s o demás organizaciones que los requieren encuentran siempre manos para llevar a cabo sus labores.
¿Por qué “fracasa” la experiencia voluntaria? O, mejor, reescribamos la pregunta en estos términos, ¿por qué normalmente el voluntario abandona su experiencia de servicio? Sencillo, porque no le produce ganancias económicas o desarrollo profesional o, incluso más grave, porque se convierte en una limitante para poder lograr aquello (también podríamos asumir que porque dejó de tener nobles propósitos, pero lo central yace en lo que he dicho). Algunos estarán pensando, “nada que ver, hay gente con convicciones muy firmes para la cual ayudar al otro jamás sería un impedimento”; bueno, las estadísticas de la tesis de mi amigo sugieren largamente lo contrario. La permanencia en el tiempo es mínima y la deserción es lo habitual con los meses o años. ¿Cuál fue la conclusión de la tesis de mi amigo? La misma que propuse, y que ahora reitero, en relación a los blogs: si uno no integra el voluntariado al resto de actividades de su vida, termina por abandonarlo. Si ser voluntario solo te hacía sentir bien o si solo lo llevabas a cabo por amor o generosidad, normalmente dejarás el voluntariado tarde o temprano. Sucede lo mismo con el blog.
No pretendo con esto, cuidado, decir que el voluntariado o el blog son un fin en sí mismo. Podríamos decir con total justicia que se trata de medios para lograr ciertas cosas y que, por ende, a medida que pasan los años el modo de conseguir esas cosas requiere de otros medios. Sin duda eso es correcto, pero hay algunas diferencias. Si bien uno puede dejar de ser voluntario, hay una enorme distinción entre dejar de servir al otro en absoluto y transformar el modo de servirlo: una cosa es ya nunca más ayudar a los que más necesitan y otra es estudiar una carrera que, si bien ya no me permite ser parte del voluntariado “x”, sí me ayuda a estructuralmente hacer de mi vida un servicio-profesión más orientada al otro. Con los blogs hay diferencias importantes, sin embargo. Uno puede, por supuesto, dejar de escribir en absoluto y ser consumido por las labores profesionales, familiares, etc., al punto de solo enseñar y enseñar/cuidar hijos y cuidar hijos, etc., sin elaborar intelectualmente cosas nuevas. Esto, como digo es posible, pero creo que le quitaría al intelectual su esencia, lo “oxidaría”, por usar un término habitual. En ese sentido, dejar la elucubración no es una opción si se quiere seguir produciendo intelectualmente algo provechoso, así como no es posible dejar el servicio al otro si uno quiere llamarse un voluntario o servidor. No hay pues intelectual o voluntario en potencia, como podría decir Aristóteles.
No obstante, y aquí sí habría que tener en cuenta los argumentos ofrecidos por Daniel en el post linkeado más arriba, la otra opción que propuse en el caso del voluntario no aplica con tanta propiedad para el caso del bloggero-intelectual. La razón es simple: si bien uno puede dejar de usar el blog y buscar articular su elaboración intelectual en otras vías, siempre se necesita de un “laboratorio de experimentación” y el blog es una herramienta fundamental en ese sentido. Puesto de otro modo, si bien uno podría empezar a dictar más, a dar más conferencias, etc., etc., el blog nunca tendría por qué ser algo prescindible; todo lo contrario, al tener un público mayor, el blog se hace más útil y más interesante en términos de retroalimentación. En resumen, entonces, si bien el blog no es un fin en sí mismo, es un medio permanentemente útil para el intelectual y, por ello, una herramienta determinante para el “progreso” de las ideas. No la única, claro, pero una central.
Por todo lo dicho, concluyo, mantener un blog puede ser algo muy oneroso, salvo que uno de verdad disfrute hacerlo y que a la vez ese disfrute se relacione con que nos produce beneficios de diverso tipo, pero suficientes en relación al tiempo y trabajo invertidos. En todo caso, siempre se puede tratar; lo peor que puede pasar es que uno termine dejando de publicar. Lo interesante, sin embargo, es lo que pasa cuando un blog pasa de un año o de dos, como en el caso del mío que cumple en pocos días tres años, o el de Gonzalo, que creo que supera los cinco. Cuando eso sucede, se configura una red de conocimiento sumamente interesante que permite cruzar ideas, reescribirlas, hacer seguimiento del propio desarrollo intelectual, etc. En algunos casos, me ha pasado, los blogs pueden convertirse en el borrador de algunos artículos académicos, en partes de nuestros trabajos de tesis o, incluso, en libros. En ese sentido, tener un blog (un blog más o menos “académico”, sobre todo) es una tarea compleja y demandante por momentos, pero incentiva el trabajo intelectual y lo favorece grandemente. Por eso vale la pena intentarlo, pero para que sea un reto que funcione es determinante que podamos enlazarlo a nuestro trabajo, de lo contrario la cosa no funcionará y lo que quedará es solo un proyecto trunco.