Revista Coaching

¿Cuántos WhatsApp recibían tus abuel@s?

Por Jofoba @jordifortunybad

Esta es la pregunta con la que empiezo las charlas que imparto sobre efectividad personal. La respuesta es extremadamente fácil: cero. Pero esto no quita que no provoque murmullos entre la audiencia.

Esta aplicación se empezó a utilizar masivamente en 2012. Microsoft Teams en 2016. Y, el correo electrónico, aunque fue creado en los años 70, se popularizó, junto con Internet, a partir de los años 90 —será por eso que ahora ya nos empieza a oler a rancio—.

Como puedes comprobar, todas estas herramientas son muy recientes, pero, por el protagonismo que ocupan en nuestras vidas, nos parece que hemos nacido con ellas.

Supongo que es por eso que cuando propongo alejarnos de estas, ni que sea un poco, todo el mundo pone la cara del emoji con la gota de sudor 😅

¿Cómo sobrevivieron nuestros abuelos sin todas estas herramientas?

Muchas personas ya no se acuerdan de cómo funcionábamos hace nada. Yo mismo, sin ir más lejos. Me parece increíble pensar en cuando trabajaba en un departamento de exportación y viajaba por todo el mundo sin teléfono móvil, ni portátil, ni correo electrónico, ni ninguna aplicación con la que hacer videollamadas.

A mi familia y compañer@s de trabajo, antes de marcharme, les decía: «no news, good news, ok?»

Llamar desde cualquier país costaba muchos dólares. De vez en cuando podía mandar algún fax para reportar lo que fuera, y gracias. Y un buen libro era lo único de lo que podía disponer para las eternas horas de avión u hotel.

Te parecerá una historia viejuna, pero solo tengo 46 años. Y ya tengo la sensación que he vivido en —como mínimo— dos realidades.

Antes, hubiera pagado lo que fuera por tener un 10 % de lo que tengo ahora en lo que se refiere a herramientas de comunicación. Y ahora, pagaría para reducir como fuera el impacto de todas estas herramientas en mi vida y en mi trabajo.

Bueno, en realidad ya se paga. No son extraños los retiros de desconexión o las «cabinas aislantes» en las oficinas. Como si no se pudiera apagar el móvil o poner el ordenador en modo offline.

Pero, al mismo tiempo, queremos wifi en un avión o en el AVE y no podemos soportar la mala cobertura.

¿Qué loco todo, no?

No nos hemos dado cuenta y ahora somos esclavos de la inmediatez a la que nos someten. Estas herramientas entraron en nuestra vida para facilitárnosla; sin embargo, nos han hundido en la miseria.

El diseño de estas herramientas explota nuestro instinto primario. El de irnos a lo último, lo más llamativo y más ruidoso. El ping capta primero nuestra atención y luego nos mina la moral hasta que no hemos visto lo que hay detrás de este ruidito, colorcito o vibracioncita. Que suele ser nada o, al menos, nada que no pueda esperar un buen rato.

De hecho, hace unos años, cualquier cosa de estas que ahora me mandan en un mensaje y esperan respuesta inmediatamente, habría tenido que esperar a que volviera de viaje. Y no pasaba nada.

Seguíamos teniendo buenos resultados en ventas, los clientes estaban satisfechos, el negocio crecía e íbamos estupendamente de colaboración y cariño en el equipo.

Como te decía, cuando viajaba, me habría parecido genial disponer de una herramienta que me permitiera mandar un par o tres de mensajes —gratis y desde cualquier sitio— al día. Por si hubiera alguna necesidad/emergencia o para sencillamente decir un «Buenas noches, cariño. Todo bien».

Ahora que la tengo, se ha convertido en un «ya he llegado al aeropuerto», «ya estamos a punto de despegar», «ya hemos aterrizado», «ya estoy en el hotel», «te mando una foto del gato con el que me acabo de cruzar», «mira el cruasán del desayuno», etc. Y ojo, si rompo el ritmo, ya hay un «oye, ¿qué pasa?, que no dices nada».

Y así con todo.

Te mando un correo, lo refuerzo con un chat en el Teams y si no me contestas, te mando un WhatsApp. Aaaarrrggghhhh ¡salvadme!

¿Qué pasa?

Que nos hacemos trampa. Las ventajas de estas herramientas enseguida son absorbidas por una mayor exigencia y por un uso desaforado.

Es decir, en realidad, no avanzamos. Jugamos a un juego muy peligroso. Una herramienta nos aporta una mejora, y está genial durante unos días, porque automáticamente levantamos el listón de nuestras expectativas y esta ventaja se convierte en una condena.

Mal, muy mal.

Como dice Daniel Goleman: «Para muchos de nosotros es un lujo contar, durante el día, con un tiempo propio en el que podamos parar y reflexionar. Esos son, (…) algunos de los momentos más valiosos de nuestra jornada».

Esto no debería ser un lujo. Debería ser lo normal. Y la culpa de que todo esto sea así es nuestra, y solo nuestra.

Photo by Andreea Popa on Unsplash

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