Le encanta septiembre. Desde niña. Es un mes de reencuentros. En el que todo es posible, huele a nuevo y está por estrenar. De acuerdo que es el mes de la vuelta al cole, de apretarse el cinturón, de cubrirse los kilos que el descanso de un mes ha solidificado en las caderas para todo el año. Prueba de ello es cómo se encuentra el cauce del río una tarde cualquiera. Hay más gente que en la guerra. Y salir a entrenar con la bici, más que un deporte de riesgo, se convierte en un videojuego en el que una gana puntos al sortear, por este orden, mujeres que caminan en fila de a tres por el carril bici, otros corredores sordos por obra y gracia del iPhone, niños asilvestrados y perros sin cadena de amos sin educación ni bozal.
Septiembre es un mes tierno, encantador. Es como un hombre que acaba de estrenar la cuarentena. Imposible no quererlo. Está hecho un solar pero él se ve lleno de posibilidades. Y de repente, con la mitad de su existencia consumida, mira en derredor, y le entran unas ganas loquísimas de huir, de echar a correr. Literalmente.
Se compra las zapas fluorescentes de running más feas que encuentra y se pone a hacer piernas con el loable objetivo de correr una media maratón en tres meses. Sin chequeo previo. Total para qué. Si tiene el corazón a estrenar, hasta la fecha.
Pero ¿qué les ha dado a los hombres con el deporte, animalicos? Este síntoma vigoréxico del tren inferior suele ir acompañado de un desaforado ejercicio dactilar. Sospechen si no dejan el móvil ni a sol ni a sombra, si aparecen códigos de bloqueo en la pantalla. El hecho de perder unos gramos de grasa debe de ser directamente proporcional a desprenderse de unos cuantos kilos de decencia. Y, de repente, se sienten más atractivos, más vivos, más comunicativos. Y una juraría que tienen hasta más pelo.
Los caminos de un hombre de cuarenta hacia el tonteo son inescrutables, señoras. Pueden comenzar por Linkedin, Twitter, Facebook, Spotify o, incluso, le cuentan, por Apalabrados. Y todos suelen acabar en el mismo lugar: en el WhatsApp. Para empezar. A abrir, boca, dice.