Revista Cultura y Ocio

Cuatro décadas.

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez
Cuatro décadas.
Hacen cuarenta años que murió Francisco Franco, el dictador. Diecisiete años antes del óbito, a mi primeras luces, aún era el Generalísimo y treinta años atrás, cuando mi madre niña, había sido "El Caudillo". Tiempo después gobernó como Jefe del Estado hasta el mismo día 20 de noviembre de 1975 en que, con ojos lacrimosos y voz compungida, un tristísimo Arias Navarro nos comunicó por TV: "Españoles... Franco ha muerto".
A partir de entonces muchas palomas han dejado sus excrementos sobre su estatua en los jardines. Aquellos bustos, ya todos ausentes de nuestras calles, se cubrieron con el polvo de los años. Algún chiquillo que jugaba en los parques acaso miró alguna vez ese rostro extraño y serio sin adivinar quién pudo ser  aquel señor calvo con cara de garbanzo y nariz gruesa que miraba a la lejanía. Su figura ha ido perdiendo lustre hasta enterrarse también en el polvo. Dictador, tirano, fascista... Cuarenta años dan para muchos entierros y sus correspondientes epitafios. Los libros de historia fueron corregidos. El Azor, su emblemático yate, fue deconstruído. El Pazo de Meirás fue obligado a abrir sus puertas al populacho. El Valle de los Caídos, se postula para monumento alternativo o para su demolición... Han pasado cuarenta años, cuatro largas décadas de cambios.
En este tiempo el país, entre briscas y tutes, ha cantado (cara al sol o a la sombra, según el caso) muchas veces "las cuarenta":
"Cuarenta en oros" y se ha enriquecido como pocos. Y aunque la crisis ha obligado a parar y recuperarse la economía de la nación es motivo de envidia entre sus pares.
"Cuarenta en copas" y la alegría de vivir y de disfrutar durante estos años ha producido fenómenos de resonancia internacional como la conocida Movida madrileña.
"Cuarenta en bastos", que también ha habido represión y la porra continuó en el cinto de grises, azules y verdes.
"Cuarenta en espadas", que es su moderna versión de metralletas y pistolas han teñido de sangre las calles aterrorizando inocentes y castigando inculpados con la justicia de la propia mano.
¡Cuarenta años, toda una vida! Tan difícil de entender para las vidas nuevas. Dos veces cuarenta: Ochenta y más, como la larga edad de mis padres. Vidas que ya casi nadie recuerda. Vidas que ya a nadie importan. Pero vidas irrepetibles.
Ocho lustros. Cuatro décadas. Cuarenta años. 495 lunas. El tiempo se releva en ciclos interminables. No sé si estamos ahora muy lejos del dictador o llegamos ya a la nueva, siguiente, dictadura.

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