Revista Cultura y Ocio

Cuatro gotas

Publicado el 08 abril 2011 por Diebelz

Inmerso en obligaciones, que no se exilian ni por esta noche, me he asomado al estante. Al coger los apilados documentos del pasado, cae una hoja de un poema no acabado. Lo tumbo rascándome la barba y retomo la lectura de los folios emanados de una profesora que todavía me envía másteres y cursos sobre literatura, incapaces de emprender por el rumbo equívoco que han tomado mis pasos. Suspiro sobre el hojeo que emana un aliento, calculo las ideas, propongo esquemas para mi primera aparición pública que ya se halla impresa en los trípticos (me planteé borrar ese Don con Tipp-Ex que tanto me asustó a mí y a mi compañero de departamento que se mordío una carcajada). Se pronostica otro fin de semana borracho de hastío silencio y delirios en mi voz; recordé que mañana la humanidad olvidará un nombre, un santo; que hace 3 años y un mes, borré parte de mi parte de existencia en este blog. Pero, de pronto, y sin saber por qué, entre tantas letras, artículos y anotaciones surge una sonrisa melancólica. Leí aquellas cuatro gotas. Releí aquellas cuatro gotas.
Me dejé caer sobre el sofá. Pensé que al final de este lapso de mosca de un día, es suficiente. Suficiente fueron las guardias, los discursos de los mandamientos, la batalla en las aulas que dilatan miradas, documentos que escuecen mis faros frente a la pantalla. Releí:
Olvidad mi nombre.
Sed sólo labios.
Sé que vais a medir
el tiempo que tardáis en pronunciarlo.
Y yo quiero desmesura.
Quiero bocas como grutas,
donde entre mi nombre y no sepa
ni cómo ni cuándo ha de salir,
mezclado
con no se sabe qué,
caliente,
amplio.
Bocas donde el cálculo sea
tan sómo una rima matemática.
Abismos como bocas
y bocas como océanos.
Donde mi nombre pueda hundirse.
Y volar.
Dulce Chacón, Cuatro gotas.
Me envolveré en sábanas y letras hasta que mis párpados se hundan o las agujas del reloj me contagien su hipnosis nocturna bajo esta luna menguante, sonriente. Y soñaré en la complicidad de un pronunciamiento susurrado, con garajes cerrados y una encogida sonrisa.

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