Revista Cultura y Ocio

Cuatro microrrelatos sobre "Sueños de Piedra"

Publicado el 03 enero 2016 por Castillosenelaire

Hace ya mucho (creo que fue allá por el año pasado) convocamos un concurso con el libro de Selene M. Pascual e Iria G. Parente, "Sueños de Piedra", publicado por Nocturna Ediciones. El caso es que las dos autoras están leyendo los textos y decidirán cuál de estos textos se lleva un ejemplar, de momento, si os apetece, os dejamos que los leáis (sin poner aún el nombre de los autores, claro)
Dragón
— ¡Eh, Sam! ¿Y el dragón? —Sam se volvió mientras corría y me gritó:— ¡Encima!— ¿Qué? —Levanté la cabeza y vi una enorme sombra negra rugiendo— Oh. Vaya…— ¡Corre, Clara!—Sí... Creo que sí —Y eché a correr. Parecía que estaba todo fuera de control y, de hecho, lo estaría, de no ser por...— ¡Por la puerta, vamos!
Abrió una puerta de la nada y pasó corriendo, yo le seguí después de unos segundos y cerré la puerta detrás de nosotros. De repente, nos encontramos en una sala azul eléctrico, el dragón y el paisaje de jungla nocturna habían desaparecido. Apoyamos las manos sobre nuestras rodillas, resoplando como focas asmáticas.
Miré hacia arriba y mi corazón se paró.
—Sam… —dije con voz trémula— ¿Por qué sigue el dragón aquí? —Como si lo hubiera llamado, el monstruo se lanzó contra nosotros. Eché a correr, pero vi como Sam se quedaba quieto. Me volví a mirarlo, y entonces lo entendí. Justo delante de Sam, el dragón parpadeo, como con interferencias, y desapareció. Menos mal, porque la sala de entrenamiento de realidad virtual media, cinco metros cuadrados.
Le iba a caer una buena a Mike por la broma.
Un dragón resfriado
«¡Únete a la reunión nocturna!», me dijeron. «Un dragón como tú no puede estar todo el día ahí, despanzurrado sobre su tesoro, sin hacer nada de provecho». Pero, ¿qué narices sabrán ellos? Aún así, soy un dragón de postín, un elemento bastante maleable, sobre todo si los del poblacho de al lado han preparado a las vírgenes de turno para el sacrificio anual; así que me dejé convencer. ¡Error!
¡Ay, ya lo decía mi madre! «Escamoso, Escamoso, que no por picotear te lleves un disgusto horroroso». Mi querida madre, que entre bramido y aliento de fuego que chamuscaba a mi padre de hocico a colilla, le gustaba eso de improvisar pareados (la poesía de escasa calidad es la maldición de la familia por rama materna; reconózcolo).
Pues, a lo que iba. Fui a la cacareada reunión. Pasé hambre por el escaso festín y cogí frío. ¡Frío! ¡Un dragón! Y por si fuera poco ya el cachondeo generalizado, cuando volví a mi cueva me topo con el pesado del príncipe ese que me quiere trinchar para obsequiarme a su dama y llevarse, de paso, mi tesoro. Al menos algo bueno tuvo aquella velada: me libré del príncipe de un sonoro estornudo.
Una cuestión sucesoria
La sucesión estaba clara: la princesa se casaría y el pequeño varón sería rey.
Nadie contó con que ese mago tarumba que debía embellecer a la princesa se confundiera de hechizo y le lanzara una maldición nocturna. Desde entonces, ella se convertía en un hombre cada noche, lo que volvió locos a muchos juristas, ya que en ese tiempo se convertía en el primogénito y, por tanto, en heredera al trono.
Todo empeoró cuando pidieron al mismo mago que deshiciera el entuerto y, en vez de retirar la maldición, lo más lógico pero también lo más complicado, maldijo al príncipe para que se convirtiera en mujer de noche y todo fuera más equilibrado. 
Intentaron contratar a otros profesionales, pero revertir los hechizos ajenos era peligroso y nadie quería arriesgarse a hacer daño a los herederos, así que se llegó a una conclusión insólita: ambos reinarían, el uno de día, la otra de noche. 
Nada más redactarse la ley, la princesa pagó al mago. Salvado el primer escollo (acceder al trono siendo mujer) quedaba la parte difícil: aprovechar sus horas de reinado para engañar a todos, cambiar las leyes de sucesión por otras menos machistas y ser reina a tiempo completo.
Nocturna
Ella permanecía las noches en vela, sólo quería vivir cuando todos dormían, sentir todos esos anhelos, ilusiones y fantasías que siendo muy niña  se los arrebató cruelmente y  sin miramientos la propia vida.
Al anochecer, se vestía con pantalones anchos, camisa, botas de campo y su sonrisa, ella iba por las calles, con sus sacos llenos de preciosas telas  y  bisutería fina, veía como todas las mozas acudían a su encuentro manoseando toda su mercadería, que después, convertirían en los  más bellos vestidos y lucirían divinas . Le encantaba escuchar sus comentarios: - me haré un vestido morado y blanco- es precioso este collar- qué bonito me va a quedar…, - para mañana ¿me traerá cinco metros más de este telar? , se pasaba horas y horas por las calles deambulando, sonámbula ante los ojos curiosos de quien al balcón se asoma, pero viva dentro de su  sueño hecho realidad, ¿acaso a alguien hace algún mal?...
Él se reía de ella, “nocturna”, le llamaba, pero eso a ella no le importaba, eran tantas aberraciones las que cargaba, que,  si te acercabas , incluso podías verlas al detalle en su mirada. Ella sabía que esta, era, la única manera de enmascarar, su desgraciada verdad.

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