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Cuatro minutos que lo cambiaron todo

Publicado el 28 febrero 2011 por Ferbelda @ferbelda
En febrero de 2006, un chico de 18 años se convertía en protagonista en los principales telediarios de Estados Unidos. Si decimos que fue noticia por anotar 20 puntos en un partido de baloncesto escolar, se podría pensar que estamos ante una historia de lo más común. Y sin embargo, el nombre de Jason McElwain dio la vuelta al mundo por protagonizar una de las más hermosas historias de superación que jamás ha conocido el mundo del deporte.
Cuatro minutos que lo cambiaron todo
Jason McElwain (J-Mac para sus compañeros) no comenzó a hablar hasta los 5 años, y aún en la actualidad, siendo todo un hombre, su expresión oral es limitada, no regula el volumen de su voz, no interpreta el lenguaje corporal… J-Mac es autista. Nacido el 1 de octubre de 1987, hijo de Dave y Debbie, vivió desde pequeñito con sus padres en Rochester, un suburbio de Nueva York. A muy temprana edad, le diagnosticaron autismo y fue enviado a clases de educación especial. Eso no le impidió desarrollar su pasión por el baloncesto, deporte que descubrió de la mano de su hermano mayor, Josh. Se apuntó para jugar en el equipo de su colegio, la Greece Athena High School, una modesta escuela secundaria de Rochester, pero no le aceptaron. Y es que a su autismo unía otro importante obstáculo: su escasa estatura (1,65 m.) para un deporte de gigantes. Pero su pasión por el baloncesto era tan grande que, tras ser rechazado como jugador, se ofreció para ser el delegado de los Trojans, nombre con el que se conoce al equipo de su escuela. Así, durante tres años, siempre entusiasta y servicial, fue el apoyo perfecto para el entrenador y sus compañeros: llevaba las estadísticas y las fichas del equipo, tenía las toallas y las bebidas siempre preparadas, ayudaba a los jugadores en las sesiones de tiro… Era uno más del equipo, pero no jugaba… hasta aquel día. Cuatro minutos que lo cambiaron todo


Cuatro minutos
El 15 de febrero de 2006, J-Mac -un chico especial, un jugador diferente- acaparó todo el protagonismo que no había tenido durante años. Aquel día, Greece Athena se enfrentaba a la escuela de Spencerport en el que era el último partido de la temporada regular. Las cosas marchaban viento en popa para los Trojans, que habían logrado una ventaja superior a la veintena de puntos. Entonces, con el partido ya decidido, el entrenador Jim Johnson quiso recompensar su tesón y dedicación de años dejándole jugar unos instantes. Con el número 52 en su camiseta y una cinta en el pelo, su aparición en la cancha fue celebrada con enorme júbilo por el público que asistía al partido, en su mayoría conocidos de este chico de infinita bondad que siempre compensó sus limitaciones con una tremenda fuerza de voluntad y ganas de mejorar.

Saltó a la cancha, entusiasmado, a falta de cuatro minutos. Su primer lanzamiento -un triple- no tocó ni el aro, y también falló su segundo tiro, cercano a canasta. En la siguiente posesión de su equipo, recibió el balón y se jugó otro triple desde siete metros, que esta vez sí entró. A partir de ahí, hizo lo que nadie jamás había hecho antes: anotó, sin fallo, otros cinco triples más y una canasta de dos puntos. En total: 20 puntos en tres minutos, tiempo en el que batió todos los récords de puntuación de la historia. En los últimos instantes del partido, los compañeros le buscaban una y otra vez, conscientes de la gesta que estaba protagonizando. Y J-Mac, tocado por una varita mágica, absolutamente encendido, no paraba de lanzar…y de anotar. El público que llenaba las gradas y sus compañeros –incrédulos- celebraban alborozados, dando saltos de alegría, cada una de sus canastas. El resultado final (79-43 para Greece Athena) no fue más que una anécdota. En cuanto sonó la señal del final del partido, los espectadores invadieron la cancha y corrieron a abrazar a J-Mac quien, profundamente emocionado, fue alzado a hombros. El chico tímido y callado que sufría para relacionarse con su entorno era el héroe del momento. En los días posteriores, las imágenes de su gesta darían la vuelta al mundo. Y su historia llenaría de esperanza miles de hogares en los que viven niños con problemas.

Avalancha mediática
Aquel día, Jason había pedido a su abuela que acudiera al pabellón, ya que sabía que podría salir a jugar si el marcador era holgado. Y también estaba presenciando el encuentro Andy McCormack, el logopeda que durante sus años de escuela secundaria le había ayudado con su trastorno. Fue McCormack quien, el día después, llamó a John Kucko, director de deportes de la cadena WROC 8 TV de Rochester, y le pidió que viera la cinta de lo acontecido la noche previa en el pequeño pabellón de la escuela Greece Athena. Reacio en un principio, Kucko reconocería más tarde que fue la insistencia de McCormack lo que le llevó a echar un vistazo a la cinta. En cuanto lo hizo, supo que debían emitirlo en el telediario de la tarde. En unos días, las imágenes de la gesta de McElwain se estaban emitiendo en todas las cadenas de ámbito nacional y en otras muchas de todo el mundo. En su Rochester natal, Jason se convirtió en una celebridad. Pero su fama fue mucho más allá, y el 4 de marzo fue recibido por el entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, quien se detuvo en un aeropuerto, camino a Canandaigua, para conocer y charlar un rato con el joven que había despertado el interés de todos. “Nuestro país quedó cautivado por su increíble historia en una cancha de baloncesto –dijo Bush-. Es la historia de la voluntad del entrenador Johnson por dar una oportunidad a una persona. Es la historia del amor profundo de Dave y de Debbie por su hijo. Y es la historia de un joven que encuentra su lugar en una cancha de baloncesto y que, a su vez, toca el corazón de los ciudadanos de este país”. Bush admitió también haber llorado al ver por televisión las imágenes de la hazaña de McElwain, “tal como lo hicieron otras muchas personas”. En los días siguientes protagonizó una avalancha de entrevistas en los programas de televisión de mayor audiencia (The Oprah Winfrey Show, Larry King Live o Good Morning America), homenajes de todo tipo, audiencias con famosos deportistas como Magic Johnson, con personalidades públicas... Además, recibió el premio que la ESPN concede al mejor momento deportivo del año y compusieron una canción en su honor. Cuatro minutos que lo cambiaron todo


Derribar el muro de Berlín
Tras su ascenso a la fama, Jason escribió, con la ayuda de un escritor profesional, un libro titulado “El juego de mi vida”, en el que se repasaba su vida y la gesta de aquel día. En 2009 protagonizó un anuncio para Gatorade como parte de la campaña publicitaria de esta marca de bebidas deportivas, y sus padres alcanzaron un acuerdo con la productora Columbia Pictures para que llevara su historia a la gran pantalla, aunque desde entonces el proyecto está en punto muerto.

En la actualidad, McElwain compatibiliza sus estudios con un trabajo a media jornada en un mercado de alimentos en su Greece natal, donde sigue siendo una celebridad. Mientras tanto, siempre que puede, viaja por todo el país para ayudar a recaudar fondos para la investigación del autismo, y aún hoy en día sigue concediendo alguna que otra entrevista para rememorar el partido en el que anotó 20 puntos en tres minutos. Pese a aquella gesta, Jason no volvió a jugar al baloncesto con continuidad, aunque reconoce que en ocasiones va a hacer algunos tiros a canasta. En 2006, en aquellos días de locura mediática para nuestro protagonista, en medio de la vorágine, fue su madre Debbie quien mejor entendió y puso en contexto donde residía el verdadero valor de su hazaña: “Yo veo el autismo como el muro de Berlín y Jason lo ha roto –dijo entonces-. Por primera vez en su vida se ha sentido orgulloso de sí mismo y eso no tiene precio”. Y todo ocurrió en cuatro minutos. Cuatro minutos que lo cambiaron todo.
Cuatro minutos que lo cambiaron todo


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