Revista Cultura y Ocio

'Cuatro noches romanas'

Por Agora

Cuatro noches romanas
Guillermo Carnero
Cuatro noches romanas
Tusquets Editores.
Colecc. Nuevos textos sagrados.
Barcelona, 2009.
Qué decir de Cuatro noches romanas sino que es una gran celada, un gran poema de evocación y reflexión escrito en forma dialogada. Una forma decadente para llevarnos de nuevo a los escenarios donde mostrar la lucha interior del artista, donde mostrar la génesis de lucha agónica de la que nace el arte, “…de nuestros deseos de verdad y belleza y de nuestro conocimiento de que no son lo mismo” como dice W.H. Auden en su libro La mano del teñidor.
Cómo había de empezar sino con una gran “plaisanterie” con que invita a los personajes a iniciar el baile, la esgrima verbal con que Roma recibe al viajero “Después de tantos años escribiéndome/ hoy has venido a verme…” y a partir de ahí los escenarios que a lo largo de cuatro noches le hará recorrer, al fin y al cabo, los escenarios interiores del artista, la gloria y el olvido, la belleza y el espejo, el deseo y la muerte.
Naturalmente, la ciudad a la que vuelve el viajero no podía ser sino Roma, aunque nos venga a la memoria la Alejandría o la Istanbul de Kavafis, o la Venecia de Thomas Mann, estas son más bien escenarios para la lenitud y la pasividad. Sólo Roma puede ofrecer una esgrima interesante, sin tregua ni cuartel. Ciudad mefistofélica a la que el viajero le pide infaustamente que cese, que se pulverice en sus mármoles, que se disipe en los aires pútridos de sus patios traseros. Y a la que acaba pidiéndole en un giro magistral hacia el final del tercer poema, elevación “…quiero ver/ más lejos y contigo, con la pasión postrera/ antes de que me alcancen la indiferencia y el rencor residuo/ del fervor malogrado y la melancolía…”
Pero Roma, oh infausto viajero, vieja y puttana que a nadie llama sólo puede ofrecer un paisaje de insensibilidad y aridez si es el rostro de la verdad lo que el artista quiere contemplar al final.
Finalmente, este baile, abierto con un cruel invite: “Mi misión es dañar/…/el filo de la espada obstinado en brillar/ sobre el que se debate la conciencia”, planea suavemente en una suave albada llena de respuestas insatisfactorias pero necesarias, como necesaria es la permanencia en ruina de Roma misma, allí en el fondo del espejo donde el viajero encuentre reposo perentorio y fugaz, fuente de nuevas preguntas.
Poema extraordinario de Guillermo Carnero en su concepción y de dificilísima hechura, en lo que arriesga de perder su halo en lo discursivo y su encanto en lo racional. Sin embargo queda sostenido en un justo equilibrio entre la exposición conceptual y la tensión lírica. Por tanto, ese latido nos da una idea tanto de la altura intelectual como de la inspiración poética del autor. Y no es poco, en estos tiempos de miseria, colocar la poesía a la altura de la exigencia de elevación con que lo hace Guillermo Carnero.
Antonio Rubio López


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