Un periódico fracasa cuando sus lectores dejan de identificarse con su cabecera. También cuando, entre líneas o sin tapujos, por intereses de viabilidad empresarial o a instancias del poder político, cambia su linea editorial en favor del Gobierno. El País ha fracasado: hoy se confunde con otros medios de inequívoca apuesta partidaria. Colaboraciones como las de Juan José Millás o El Roto, entre otras, mantienen la dignidad y la identidad de un periódico indispensable en la Transición. Hoy, como tantas otras cosas de aquel periodo, El País, ha quedado obsoleto. Ahora, en agosto, cuando sus mejores firmas están de vacaciones, es un periódico absolutamente prescindible.
En tiempos de periódicos y columnistas al servicio del poder, de proliferación de tertulianos incondicionales y bullangueros, el periodismo precisa de representantes inteligentes y dignos. Volveré a El País, por septiembre, para encontrarme nuevamente con El Roto y con su periodismo de trazos simples y textos escuetos.
El viejo OPS, de los últimos coletazos del franquismo y los primeros del actual periodo constitucional, se transformó en El Roto. Mutó en un autor de viñetas diarias para despertarnos cada mañana sacudiéndonos de la modorra y poniéndonos en guardia con su perspectiva lúcida de la actualidad y su advertencia severa de que somos unos cerebros tricotados por los intereses de los poderosos. Sus dibujos son una tabla de salvación a la que agarrarse, una luz que ilumina y ayuda a comprender; inteligencia entre tanta casquería y material de desecho. Un fogonazo, un pálpito vivo de la realidad. Dibujos sobrios, textos directos de mensajes contundentes que, en ocasiones, no precisan de palabras. Sus personajes, rostros apenas esbozados, difícilmente identificables y, sin embargo, reconocibles: el banquero, el gran empresario, algún gerifalte eclesiástico, arquetipos de alta gama financiera, social y política. También aparecen ciudadanos anónimos, trabajadores, mendigos; simples voces. Y siempre con el dinero como valor central, el poder y la mentira como método de sometimiento y control.
En ocasiones nos hace sonreír, pero sus viñetas no son chistes ni gracietas. El Roto es un observador social, que con lenguaje sencillo y unos pocos trazos, apenas insinuados, nos seduce con sus sentencias, con sus relatos breves y metáforas agazapadas entre cuatro trazos y unas pocas palabras.
Es lunes, escucho música:
Andrés Rábago, “El Roto”, El nacionalismo visto por El Roto, El Roto, lo bien que va todo, Humor ambientalista, animalista y economista: El Roto, Editorial de El Roto, Los jóvenes salieron a la calle…, Oh, la l’art ! de El Roto, El Roto / Hugo Martínez-Tormo: la corrupción y el fraude.
http://wp.me/p38xYa-R5