POR MICHEL HERNÁNDEZ
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Continúan en todo el mundo los homenajes por el aniversario 30 de la muerte de Bob Marley, el más importante y trascendente exponente de la música reggae y profeta de la cultura rasta. Por eso, un colectivo de músicos cubanos y canadienses le rindió honores en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes. Y cientos de sus seguidores más apasionados se llegaron hasta la instalación habanera para ofrendarle su tributo personal al célebre músico jamaiquino, cuyo pensamiento ético y político, basado en los principios de la hermandad, la espiritualidad y el amor, permanece en los cuatro puntos cardinales del globo como una contraseña de vida.
Foto: José M. Correa Es poco frecuente que entre nosotros se recuerde al líder de The Wailers con conciertos de esta naturaleza, a pesar de su visible influencia en no pocos autores locales y de la numerosa cantidad de personas que veneran su obra hasta la médula a lo largo de la geografía insular. Una deuda que pudiera saldarse a partir de este recital que tuvo a la cabeza al baterista Ruy López-Nussa y su grupo La Academia y al cantante canadiense de origen jamaiquino Paul Everton, el principal “cerebro” de la iniciativa.
De un tiempo a esta parte, se va haciendo habitual que algunos intérpretes afronten en su vida creativa el riesgo de asumir desde otras músicas temas de iconos de la cultura popular a nivel mundial. En este caso era de esperar que el “concierto cubano” por el autor de Get up, stand up, diera abrigo a versiones de varios de sus himnos con un empaque sonoro entronizado dentro de los distintos registros de los ritmos que se cocinan en “casa”.
Un dato que tal vez haya definido la noche fue la excelente comunicación entre todos los instrumentistas y el espléndido empuje de sus discursos interpretativos. Dos atributos que, acompañados de una concepción creativa sin fronteras, potenciaron un interesante mestizaje estilístico con el que, desde sus propios criterios melódicos, cumplieron el propósito de hacer patente que la obra de Marley no está reñida con la sal y la tierra que impregna la música cubana. Cierto: esa fue la principal premisa que llevó a los instrumentistas hacia el teatro para jugarse a fondo sus cartas en el concierto, en el que se escucharon temas del calibre de Could you be loved, No woman no cry, It shot the sheriff, One love, entre otros. Sin embargo, se echó de menos un mayor diálogo entre los ritmos insulares y los elementos del reggae, una variante que, sin ningún género de dudas, habría enriquecido musicalmente el concepto universalista del programa. Por otro lado, las canciones elegidas para el tributo parecían pedir a gritos un respaldo interpretativo y escénico más intenso y coherente por parte del vocalista Paul Everton. De manera que este escollo jugó también en contra de que el concierto tocara con convicción la fibra emocional de una parte del público, que, por otra parte, quizás no comulgó con la idea de que Bob Marley, como el sol, puede brillar en cualquier cultura o estilo musical.
Tomado de Granma
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