Por Rafael Rodríguez Guerra*. En la vida cotidiana se oyen grandes verdades, verdades a medias y pequeñas y baladíes como una palabra fuera de contexto. Desde los años difíciles del Período Especial estoy oyendo la sentencia: la escasez ha destruido la unidad de la familia. Antes, las gentes se querían.
Es contradictorio puesto que las crisis son períodos de reflexión, de hallar soluciones. Sin embargo, esta etapa cruelmente distendida ha destruido en parte aquel muro que eran las relaciones filiales. En Cuba se daba la especificidad de una tradición familiar generacional. El patrimonio familiar que pasaba de generación en generación era celosamente observado y conservado. Y no me refiero simple y llanamente a las posesiones materiales con algún valor mercantil sino de cuestiones como los méritos intelectuales y militares de algún abuelo abogado o veterano de la Guerra de Independencia. Pero de eso casi no se habla. Puede que la lógica del tiempo haga borrar hechos que no se han recogido en algún documento. Es absolutamente posible. En cambio, por otro lado, es obvio que las estrecheces han engendrado una nueva generación indolente, descreída e incluso irreverente hacia el legado de la familia. No sólo de la historia familiar sino de valores antiquísimos y tradiciones arraigadas que por sí mismas conservaban ese espíritu de unidad y cariño.
No podemos, claro está, retrotraer valores, gestos y maneras del pasado porque los tiempos cambian y la gente tiene una visión distinta de las cosas. Pero no es el caso que, apoyados en esto, contribuyamos a desintegrar de un solo golpe lo que ha sido edificado por personas valiosas que hoy ya no están con nosotros.
Despreciar una reliquia, burlarnos de una tradición de familia, reírnos cuando el viejito de la casa nos relata un suceso importante de la vida espiritual de quienes nos formaron, es negar nuestra propia historia. Y lo digo de esa manera porque pensamos que la formación nuestra empezó con los padres. Por supuesto que no. Hay una serie de patrones, una cultura de grupo cuya génesis parte de los más lejanos ascendentes.
De modo que ese calor del abrazo fraternal, ese estar en familia y amar lo nuestro sólo porque lo es, sin necesidad de una explicación minuciosa para poder decir: esto me pertenece y debo cuidarlo. Es precisamente lo que nos arrebató el período oscuro de escasez material.
Ahora, no es cosa de lamentarse o tomar el camino del conformismo alegando que es un problema mundial. Busquemos nuestras raíces. Aprendamos a amar lo que es nuestro. Escuchemos la voz de quien, corvo de espaldas, opta por el silencio, tal vez equivocadamente, apercibido de que no nos interesa cuanto tiene que contarnos.
La tradición familiar en Cuba siempre fue una joya inapreciable. Nos podrán decir que esto es un rasgo de sociedades que aun no han crecido espiritualmente, que es propio de países subdesarrollados. No obstante, esas pequeñas cosas como conservar una estampa religiosa porque era de la bisabuela o reunirse un domingo para conversar mientras se cena, son bondades que no se repetirán porque la vida se termina.
* Licenciado en Comunicación social, poeta, narrador y artista de la plástica.
Acerca de Liober Rodríguez
Diseñador y Bloguero, Artista de la plástica. Actualmente trabajo en la Universidad de Ciencias Pedagógicas de Granma.