Revista América Latina

Cuba, ¿un país de corruptos?

Publicado el 27 febrero 2014 por Yohan Yohan González Duany @cubanoinsular19

corrupcion-cubaPor: Yohan González

Una vez un profesor me dijo, al referirse a la corrupción, que si se aplicara  el modelo musulmán de castigar cortando la mano de todo aquel que robe, pues Cuba sería casi un país de mancos. Sus palabras me vienen a la mente en estos días en los que los llamados a luchar contra la corrupción nos acercan a una cruzada, casi santa, por extirpar de Cuba lo que muchos han considerado como el verdadero enemigo de la Revolución y del sistema político actualmente imperante.

Las reflexiones hacia las que se encaminará este post están lejos de cuestionar el peligro de la corrupción, un enemigo que lejos de ser un arma contra X sistema o ideológica, es un mal que vive en el interior del ser humano y que es expresión de la degradación y de la pérdida de valores de la sociedad humana en su conjunto. Tampoco abundaré en los mecanismos para luchar contra ella, en ese sentido apostaría por incitar a que usted lector o lectora que me lee sea quien haga un ejercicio de libertad de expresión a fin de abordar en su muy personalísima fórmula para derrotar la corrupción y si los pasos que se dan son los más idóneos.

Entonces, si no voy a hablar sobre el impacto de la corrupción o tampoco de las fórmulas para acabar con él, ¿de qué voy a hablar? Sencillo, hablaré de la relación de nosotros los cubanos con la corrupción.

Pensar en una convivencia casi inseparable del cubano con la corrupción podría presentar, para quien no conoce en profundidad la realidad cubana, considerar a Cuba como un país corrupto. No les niego que en muchas ocasiones yo he pensado lo mismo, sobre todo cuando vemos la relación de amor y odio que sostenemos con la corrupción. Quizás este sea un terreno propio para los sociólogos y los psicólogos quienes tendrán las respuestas o los elementos para esgrimir o desmontar esa idea. Pero mi visión es la de un joven nacido en los años 90, que vive en La Habana, para muchos la capital de la corrupción en Cuba, y que directa o indirectamente ha tenido que convivir con la corrupción.

La compleja situación económica de la sociedad cubana, demostrada en el hecho de la poca capacidad adquisitiva de sus ciudadanos y el aumento cada vez acelerado y poco socialista del nivel de vida, ha repercutido en que para muchos, “vivir de la izquierda”, sea prácticamente normal.

La responsabilidad de esta situación no recae en una sola causa, es la suma de varios elementos que van desde la economía, el nivel de vida, la política del igualitarismo o la división en clases y categorías dentro de la sociedad cubana. Pero gran parte de culpa dentro de todo esto tiene la importación de un estilo de vida y valores poco humanistas y demasiado individualistas. Este estilo encuentra forma en la proliferación entre los cubanos de la teoría del “sálvese quien pueda” que convierte en una perenne lucha por la supervivencia personal.

Otro punto importante a expresar es el fenómeno de la corrupción dentro del sector de los funcionarios públicos y los políticos. Es bien sabido que dentro del imaginario popular se ha enraizado el concepto de que la forma más fácil de poder hacerse de un nivel de vida “cómodo” es el ejercicio de funciones dentro de la administración pública o la política. Ejemplos sobran, poco a poco, como fichas de dominó, caen en las manos de la justicia varias personas que han utilizado sus cargos en beneficio personal en pro del enriquecimiento personal. Vale señalar, para quien no conoce, que ninguno de todos esos “grandes casos” han sido divulgamos, pues, lamentablemente adolecemos de una política oficial en cuanto a la divulgación y el tratamiento público de los casos.

A pesar de todo, para algunos cubanos sigue siendo “normal” que una persona sucumba a la corrupción y hasta hay quienes fomentan que sus hijos y sus familiares recaigan en ello, por lo que poco a poco se erigen como “héroes de la supervivencia” a quienes burlan las leyes y se enriquecen porque “la vida está dura y hay que vivir”. Para quienes vieron el video del caso en el centro de procesamiento de carne en Guantánamo y vieron la pasividad de los trabajadores y de los agentes del orden frente a los hechos de robo podrán tener claro a lo que me refiero.

Detener la corrupción no es ni debe ser considerada como una tarea política, mucho menos como una herramienta demagógica en manos del Gobierno y de las instituciones para desempeñar una política de cambio; destrozar la corrupción es una tarea que atañe a todos los ciudadanos. Mientras quienes ejercen de manera oficial la tarea de liderar el proceso de lucha contra la corrupción no comprendan que en esta batalla contamos todos y que la transparencia de los procesos investigativos y judiciales debe estar a la orden del día, seguiremos acudiendo al desangramiento de un país que se consume por sus propios vicios y males.


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