Revista Cine

Cuéntamela otra vez/XXI

Publicado el 26 julio 2012 por Diezmartinez

Cuéntamela otra vez/XXI
Mañana se estrena, finalmente, El Caballero de la Noche Asciende. Hace unos días, para escribir un ensayo sobre Nolan que fue publicado en Primera Fila de Reforma el viernes pasado, volví a ver las dos primeras cintas batmanescas de Nolan. Y, luego, revisé lo que escribí de ellas en su momento -y que publiqué en el desaparecido sitio web cinevertigo.com. Ante la re-visión de las dos primeras películas, no cambié de parecer: la primera me sigue pareciendo muy floja mientras que la segunda me siguió pareciendo fascinante, especialmente por El Guasón de Ledger. Aquí abajo, pues, el rescate de los dos textos que escribí hace años, sin haberles cambiado una sola coma (bueno, a lo mejor una que otra sí). 
Cuéntamela otra vez/XXI  "-No te me duermas, orita te vuelvo a explicar lo que voy a hacer con Ciudad Gótica"
Cuando una cinta es adaptada de una novela, un cuento, una obra teatral, un musical de Broadway, un juego de vídeo, una radionovela y, por supuesto, un cómic (o novela gráfica, pues), la fidelidad o falta de ella a la fuente original debe entenderse como un dato anecdótico y nada más. Lo que importa en una película es la película en sí misma: si los argumentistas, al hacer la adaptación, quitaron a un personaje, agregaron otro, borraron algún pasaje clave, resumieron la trama, cambiaron la motivación de aquél o inventaron un final distinto, esto no resulta trascendente al juzgar el resultado final del filme de marras. Para dar algunos ejemplos de grandes “traiciones” a las fuentes originales, la obra maestra de Hitchcock De Entre los Muertos (1958) se tomó muchos libertades con el libro del mismo nombre de  Boileau y Narcejac, el extraordinario melodrama hollywoodense Al Este del Paraíso (Kazan, 1955) apenas si representa la adaptación fílmica del último tercio de la novela homónima de Steinbeck y la maravillosa comedia de humor negro Ensayo de un Crimen (Buñuel, 1955) indignó al autor del texto Rodolfo Usigli que no reconoció su historia en la adaptación buñueliana. Disculpe usted esta digresión. Mi punto es este: Batman Inicia (Batman Begins, EU, 2005) ha sido alabada, creo, por los motivos equivocados. O, si se quiere, por las razones menos importantes. Y es que muchos amigos, compañeros y hasta uno que otro respetado colega ha escrito maravilla y media del cuarto largometraje del londinense americanizado Christopher Nolan apuntando el hecho “incontrovertible” de que, ¡por fin!, el auténtico Bruce Wayne (o sea, Batman) ha llegado a la pantalla grande. No voy a discutir eso: voy a dar por un hecho que la adaptación fílmica de los personajes originales es, en efecto, la más cercana al espíritu de Bob Kane, el creador de Batman. El problema es que, independientemente de ello, la película como tal no resiste comparación con el díptico de Tim Burton, Batman (1989) y Batman Regresa (1992). Es cierto, Burton retomaba al hombre-murciélago como simple pretexto para centrarse en lo que realmente le importa al cineasta –es decir, su galería de desplazados “freaks” como “el Guasón”, “el Pingüino” y “Gatúbela”—, de tal forma que Batman termina, hasta cierto punto, arrinconado en su propia película por los más carismáticos e interesantes villanos. Sin embargo, el humor amoral y chocarrero, la inagotable inventiva visual y el desaforado juego interpretativo de Nicholson (y luego de Pfeiffer y DeVito) son también la mejor prueba de que aquellas dos cintas fueron hechas por un autor dueño de sus propios recursos y de su muy personal visión cinematográfica. No sé si aquellas cintas de Burton retomaban al Batman “auténtico” –what-ever-that-means—pero sí estoy convencido que son bastante mejores, como cine puro, que la sobrevalorada Batman Inicia. Por supuesto, el filme de Nolan tiene sus méritos: un buen actor protagónico (Christian Bale), un reparto secundario de primer nivel y un interesante diseño de Ciudad Gótica (curiosa mezcla de Chicago, Nueva York y la urbe fascista de Metrópolis/1926) pero, ni modo, debo confesar que la película me aburrió moderadamente. Y es que no sé, insisto, qué tan fiel es al cómic la primera parte del filme –eso de que Bruce Wayne se va a Oriente a ser educado por un pariente lejano de Obi-Wan Kenobi encarnado por Liam Neeson—pero ese laaaaaargo prólogo me pareció francamente soso. Es cierto, la historia mejora notablemente cuando Batman ya es Batman (especialmente porque junto a él aparecen Morgan Freeman, Michael Caine y Gary Oldman, que dotan al filme de humor y humanidad), pero el enfrentamiento con el villano mayor Ra’s Al Gul es más bien anticlimático y sus planes para destruir Ciudad Gótica son incomprensibles. Al final de Batman Inicia, Gordon (Oldman) le dice al hombre-murciélago que le ayude a capturar a cierto asesino que deja la carta del comodín (o sea, del Joker, o sea del “Guasón) sobre sus víctimas. ¿Significa esto que van a re-estrenar el Batman de Tim Burton? Esa sí es una gran película, fiel o infiel al “auténtico” Bruce Wayne. 
Cuéntamela otra vez/XXI
Cuando la Warner decidió reformular a Batman hace tres años, en Batman Inicia (2005), yo fui uno de los pocos que se declaró indiferente por la relectura del Hombre Murciélago hecha por Christopher Nolan. ¿Indiferente?: incluso, a ratos, aburrido. Nunca entendí, por ejemplo, qué es lo que buscaba el villano Liam Neeson. Por lo mismo, entré a ver la esperadísima secuela Batman, el Caballero de la Noche (The Dark Knight, EU, 2008) con un buen grado de escepticismo. Honestamente, esperaba aburrirme de forma moderada para luego escribir una reseña en donde podría alabar lo alabable –Heath Ledger, Michael Caine, la sustitución de Katie Holmes por Maggie Gyllenhaal- y confesar que, ni modo, este Batman no era para mí. Pero no: el sexto largometraje del inglés hollywoodizado Christopher Nolan me sorprendió hasta borrar (casi) todas mis defensas. No, no es la mejor película de todos los tiempos, como los cibernautas ya lo decretaron con sus votos en la Internet Movie Database, pero no sería exagerado afirmar que se trata de una de las mejores comic-movies de toda la historia, al lado del díptico burtoniano Batman (1989) y Batman Regresa (1992), y las primeras dos entregas de El Hombre Araña (Raimi, 2002 y 2004). Con un añadido: ninguna de las cuatro cintas antes mencionadas –ni siquiera las dos dirigidas por Burton- tiene ese aire oscuro, desesperanzador, digno del más asfixiante film-noir, del más escéptico de los westerns revisionistas. Ciudad Gótica es, más que nunca, una ciudad temerosa y acorralada por el crimen organizado y, por lo mismo, es también vil y mezquina. En ella, Batman (Christian Bale) sigue deteniendo todos los delincuentes que puede, con la no deseada “ayuda” de varios imitadores que, disfrazados de murciélagos, hacen su propia luchita justiciera. En este confuso entorno llega alguien completamente nuevo: alguien a quien no le interesa el dinero, que no le interesa el poder, que no le interesan los planes. Sólo quiere ver al mundo arder, como lo describe el sabio mayordomo Alfred (Michael Caine con su impecable gravitas). Mejor aún: el nuevo chico del barrio, el Guasón, quiere ser el que encienda el fuego. Y nomás porque sí. El corazón de Batman, el Caballero de la Noche, está en el impredecible Guasón de Heath Ledger, muy distinto al también inolvidable Guasón de Jack Nicholson. Mientras que el Guasón de 1989 era el resultado de un ego distorsionado –Nicholson encarnaba a un gangster con el rostro deforme que buscaba vengarse de Batman-, el Guasón 2008 es un animal diferente, mucho más inquietante, mucho más temible, imposible de vencer sin convertirse en alguien como él. Se trata de un nihilista-anarquista cuya única regla es no tener reglas y que desprecia todo lo que hace posible que existamos en sociedad. Es un villano enfermizamente fascinante y Ledger, contagiado por la anarquía de su criatura, nos entrega un palimpsesto interpretativo: la risita contagiosa de César Romero (el Guasón televisivo), la seguridad psicopática del Malcolm McDowell de La Naranja Mecánica (Kubrick, 1971), la caprichosa dicción del más extravagante Marlon Brando. Es imposible apartar la vista de Ledger y es imposible verlo sin sentir escalofríos. Batman, entonces, se enfrentará a un rival que, al final de cuentas, no podrá vencer totalmente. El veneno de El Guasón –el darnos cuenta que nuestra vida no vale un centavo, que el orden existente es precario, que el universo es cruel e indiferente e injusto- ha sido inoculado y el único antídoto posible para resistir, para seguir viviendo, para tener esperanza, será la mentira. El creer en un héroe que nunca existió (Aaron Eckhart, como el audaz fiscal Harvey Dent convertido en el rabioso vengados Dos Caras), el cargar crísticamente con los crímenes no cometidos, el quemar una carta postrera para que no haga más daño a quien dañado ya está y para siempre. Por supuesto, Batman, el Caballero de la Noche, dista de ser perfecta. Hay por lo menos dos secuencias demasiado confusas en su montaje y ejecución (la captura de El Espantapájaros/Cillian Murphy y la secuencia del edificio en el que Batman busca a El Guasón) mientras que la música de James Newton Howard y Hans Zimmer comete el peor de los pecados: llama la atención sobre sí misma cuando no debe. Es decir, estorba. Lo que no estorba nunca es aceptar que nos equivocamos en nuestras expectativas. Esperábamos un petardo veraniego y recibimos una inteligente, provocadora y adulta obra mayor que podría pasar, ¿por qué no?, como el primer filme herético súper-heroico basado en un cómic. La primera cinta súper-heroica en la que se nos asegura que la única manera de vivir en sociedad es construir una gran mentira… y creer en ella. Y perseguir a nuestro protector, convertido en chivo expiatorio. Una película notable.


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