Revista Arte

Cuenten que viví en los tiempos de Héctor...; cuenten que viví..., en los tiempos de Aquiles.

Por Artepoesia
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En una de sus últimas películas, Woody Allen nos sorprende -como siempre- con uno de sus discursos ingeniosos en boca de sus personajes, más o menos diciendo algo así: posee complejo de nostalgia de otro tiempo, piensa que los años veinte en París fueron el mejor momento para haber vivido y para sentir la musa de la inspiración creativa. Cuando su protagonista logra -gracias al milagro del cine- regresar a esa época parisina de entonces, consigue relacionarse con los seres más fascinantes de aquel momento culturalmente excelso. Sin embargo, una de las muchas amantes de Picasso con las que consigue hablar, de pronto le dice: ah, que maravilla la Belle Epoque -años finiseculares del XIX al XX-, ésa si que fue una época única. Aun así, cuando alcanzan -volvemos al maravilloso recurso cinematográfico- a regresar a esta época anterior a los veinte, los pintores Monet y Degas alaban el Renacimiento como la más sublime, extraordinaria y más inspiradora época para vivir y crear.
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Por ejemplo, cultural y artísticamente ¿quién se atreve a afirmar lo contrario? Porque ahora, en este momento histórico que vivimos, se está desarrollando el mayor cambio, la mayor transformación vivida por el Hombre nunca antes. Ya comenzó hace treinta años aproximadamente, y su evolución es cada vez más progresiva, duradera y determinante. Tecnológicamente estamos aún en la infancia de nuestro acontecer. Y ésta, la tecnología, ha transformado absolutamente los medios, las formas, las recreaciones, los estímulos y las fantasías de los humanos como nunca antes se habría producido jamás. Seguiremos expresando nuestras contradicciones, nuestros miedos, nuestras aflicciones, pero todo será diferente a como antes -desde las paredes pétreas de las cuevas primitivas hasta los lienzos sublimes de los artistas de principios del siglo XX- se hubiese llegado así a expresar.
Por esto el Arte será arqueología cultural dentro de poco. Nos fascinará ver las creaciones de entonces como nos fascina ver los esqueletos paleontológicos ahora. No es esto desmerecedor de nada, todo lo contrario, el Arte conseguirá aumentar su valor y admiración con el paso del tiempo aún más todavía. Pero, ya está, se acabó. Como se acabaron los dinosaurios, a pesar de que deseen reactivar el ADN imposible de los restos petrificados de ellos. Posiblemente, lo que se haya conseguido en estos últimos años es un mayor conocimiento e interés por el Arte como jamás se haya alcanzado nunca antes. Y esto es sintomático de que su valor haya pasado tal vez de ser solamente estético a ser casi casi espiritual. Lo necesitamos más de lo que creemos, como los dioses fueron necesitados cuando el Hombre comenzara a emanciparse de sus dominios olímpicos, y tuvieron ya que aprender a luchar solos en el campo de la evolución.
Pero el ser humano no puede dejar de crear, de expresar de nuevo todas sus angustias, sus deseos, sus inspiradas y atrabiliarias nuevas formas de creatividad. Y es cuando surgen, de la mano de la última tecnología, las maneras nuevas de seguir fascinando a los demás -y el propio creador a sí mismo- para poder obtener lo mismo que entonces, sólo que de otra forma. ¿Cuál es la mejor? ¿Cuál es la que auténticamente haya o consiga emocionar más intrínsecamente al Hombre? No se sabe. El futuro es tan imprevisible que pocos autores se atreven a recrearlo con alguna forma de ciencia-ficción. No quieren hacer el ridículo que otros ya hicieron antes. Estamos en el camino de un mundo diferente. Y esta es la angustia, y a la vez la mayor -más fascinante- de las tesituras, que nunca antes el mundo del Hombre haya -sin duda- conseguido siquiera entender.
(Óleos del Renacimiento: La edad de oro, 1587, Jacopo Zucchi, Galería de los Uffizi, Florencia; La edad de plata, 1587, Jacopo Zucchi, Uffizi, Florencia; Óleos Impresionistas: Dos bailarinas en reposo, 1898, Degas, Museo de Orsay, París; Cuadro de Monet, Sauce llorón, 1919; Obra de Picasso, Los techos azules, 1901, Oxford, Inglaterra.)    


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