No era jueves, lo sé; pero no podía evitar esa sensación de pesadez que acarrean los jueves consigo. Toda una semana de afanes y la impaciencia por la llegada del viernes, hacen de los jueves el peor día de la semana, al menos para mí. Me levanté de la cama y limpié un poco la baba de mis mejillas, pegué un brinco hasta el baño y me reparé en el espejo. Lucía la peor apariencia que se pudiera tener un falso Jueves y olía a aquello a lo que suelen oler quienes se acuestan con la ropa puesta. La ducha me invocaba, disfrutaba de enredarme en sus aguas, así como yo disfrutaba despojarme de mi aliento de falso jueves, envuelto en los encantos del agua helada.
El baño lo había cambiado todo, la pesadez se había convertido en buena vibra. Aún parecía jueves, pero uno de esos buenos jueves que se esperan con ansias, uno de esos buenos jueves que deben empezar con aroma a café, uno de esos buenos jueves que se deben embriagar con notas de saxofón y trompeta, uno de esos buenos jueves, como deben ser los jueves de verdad; con J de Jazz. Me vestí con lo primero que encontré y metí en mi bolso lo que necesitaría un jueves como este, mi libreta azul, un bolígrafo y unos cuantos pesos que alcanzaran para comprar algunas tazas de café.
Arranqué afanado al Café Baloma, donde solía pasar mis mejores tardes en compañía de la música y la tinta. Sentado frente a la ventana, disfrutaba imaginando lo que pensaban las personas al caminar por las estrechas calles del centro de la ciudad. Era como un juego, que duraba lo que dura la gente en recorrer de extremo a extremo la ventana. A partir de allí, el destino de las personas era desconocido para mi, y eso me encantaba, pues me permitía inventarle historias. La libreta azul estaba llena de anécdotas imaginarias de los transeúntes que desfilaban ante el cristal de la ventana del Baloma.
Dos tazas de café habían pasado por mi garganta, cuando una potente voz me obligó a mirar a la tarima del lugar. No habían visto mis ojos mujer mas hermosa que la que con esa potente voz de negra interpretaba Cry me a river. Ni mi libreta había recibido tan precisa descripción de persona alguna. Sin haberle escuchado más que una canción, ya conocía toda su vida. Le había imaginado un nombre, tenia que ser Juliana, como aquella Julie London que quien sabe a cuantos habrá enamorado cada vez que susurraba “I cried a river over you”. Así, justo así, me había enamorado esta Juliana a mi.
Mientras escribía imaginarios sobre Juliana; historias de su infancia, sobre el primer hombre que la hizo llorar, sobre como logró viajar a París en barco, e inclusive la vez que un loco en la calle la golpeó por ir bailando en la acera; se le fue agotando el repertorio a Juliana y se dispuso a bajar de la tarima, sabiendo que había hecho el mejor espectáculo de su naciente carrera. “¡Por favor, cánteme otra!” le grité, ella sonrió y tomó nuevamente el micrófono para interpretar a capella Begin the Beguine. Esta vez se bajó al terminar la canción y atravesó el umbral del sitio. La vi pasar frente a la ventana y por primera vez no imaginé nada sobre alguien que pasara por ahí, de ella ya lo sabía todo.
Tomé la libreta azul y la firmé con mi nombre, una dedicatoria a aquella Juliana que me había cautivado, una confesión de amor y una invitación a un café. La llevé a la barra, pagué lo que me había tomado y encargué que fuera entregada a ella, y solo a ella.
No he vuelto desde entonces al Baloma, estoy esperando que vuelva a ser uno de esos buenos jueves para encontrarme con ella, un jueves con J, tal vez uno con J de Juliana, tal vez uno con J de Jazz.
*Cuento ganador del I Concurso Nacional de Poesía y Cuento "El Tintero" de El Espectador. Publicado en http://www.elespectador.com/entretenimiento/agenda/musica/articulo-385232-j-de-jazz