Revista Espiritualidad
He aprendido que cuento conmigo. Punto. Hasta que muera.
Mi jefe me sustituirá sin problemas por alguien más dócil o más barato.
Mi compañero me cambiará por otra más divertida o apasionada, que cocine mejor o le baile el agua en cualquier circunstancia.
Mi amiga me cambiará por quien la escuche sin interrupción ni peros.
Mis hijas por sus novios.
Mis padres por sus otros hijos... pero yo... yo no me voy a sustituir por nadie.
Cuento conmigo, seguro.
Además de porque me caigo bien y me he demostrado en los peores momentos que no me aparto ni me voy lejos, porque conozco las palabras tiernas que debo decirme en la tristeza. No me ofendo por las duras explosiones que nacen de mi ira (potente hasta los extremos más injustos como todas las iras). Conozco las justificaciones de cada uno de mis actos y palabras y muchas veces hago como que los acepto. Los perdono y disculpo o los celebro y admiro sin ningún sonrojo. Me trato con la más dulce ternura.
Cuando todo se ausenta, ahí estoy yo. Presta y dispuesta.