Hoy os voy a explicar un cuento porque a veces esa es la mejor manera de explicar las cosas.
Esta historia empieza como todos los cuentos, érase una vez una niña que vivía en un lugar muy muy lejano, allí arriba en las montañas, al que llamaremos Vallcarca. A esta niña le gustaba leer y lo que más le gustaba era leer cómics, se pasaba horas y horas en la biblioteca o en casa devorando toda la colección de Tintin, Asterix y Obelix, los motorateros, Jano y Pirluit, Benito el forzudo, Mafalda, Garfield y un largo etcétera. En ese país el tiempo hace que crezcas y al crecer se olvida lo que a uno le apasionaba. Pero el paso del tiempo es tan lento que no te das cuenta que aquella imagen se ha borrado de tu cabeza o que ya no recuerdas el nombre de ese personaje. Así poco a poco lo que antes era importante se va sustituyendo por otras cosas que lo parecen más. La niña no era una excepción y sin darse cuenta fue olvidando los cómics que tantas horas le habían acompañado y empezó a despreciar esas cosas de críos para leer libros que decían ser más serios.
El tiempo pasó y cuando menos se lo esperaba encontró a una persona adulta, seria y respetable, de esas que van a la universidad, se casan de blanco, no les gusta el chocolate y mueren sin haber cogido un día de vacaciones, que no había olvidado esa pasión por los cómic. Había conseguido transformar la pasión a los cómics japoneses, mangas. La niña se rió e hizo burla pero algo dentro de ella que llevaba dormido mucho tiempo despertó perezoso y sin prisa la volvió a llamar. Cada vez se burlaba menos y no pasaron muchos meses hasta que ella misma se vio envuelta en ese mundo volviendo a devorar libros sin piedad. Además descubrió que el manga tenía muchísimos géneros e infinidad de tipos e historias: Había exclusivos para adultos, jóvenes, niños, de robots, series costumbristas, de relaciones… Una lista interminable que no acababa nunca y que continuaba en series de animación, películas, blogs y el gran colofón cuando todo se fusionaba en los tres días de celebraciones que se celebraban en un reino cercano llamado Hospitalet. Sin evitarlo se dejó cautivar por todo eso. Leía y veía todo lo que caía en sus manos. Así un día pilotaba un robot gigante mientras discutía la existencia de Dios, al siguiente peleaba en la revolución francesa, tres días después era una niña de cinco años que vivía con su padre, al cuarto estaba salvando vidas imposibles y al quinto la bomba de Hiroshima lo había desolado todo alrededor. Todas estas historias venían de un país muy lejano al suyo, más allá del continente y del océano, por allí donde la gente es diferente y, aunque tengan un sentido del honor, la obligación y el deber muy estricto, nadie crece para olvidar los cómics. Las costumbres de ese país se reflejaban en las historias y de mucho leer la niña las fue integrando sin darse cuenta. Aprendió la geografía, cultura, religión y parte de la historia de ese país, reconocía el idioma, las costumbres, entendía sentimientos que no hubiese captado años antes, el pescado crudo ya no le parecía tan raro, comer con tenedor era un sacrilegio y conocía miles de historias.
Pero el tiempo no perdona y ya hemos quedado que la niña vivía en el país donde crecer es olvidar así que un año no asistió al Salón del Manga que tan impaciente había esperado anteriormente. Comprar cómics importados de ese país lejano le parecía cada vez más caro aunque el precio no hubiera variado y ella tuviera más ingresos. Y aunque algunas costumbres se quedaron con ella poco a poco ese entusiasmo se fue desvaneciendo y empezó a olvidarse de esos cómics que la habían apasionado. La niña ya no era tan niña y se mudó dejando muchos de esos cómics atrás. Pesan mucho y no tengo espacio, argumentaba. Volvió a mudarse y a utilizar la misma excusa, así hasta cinco veces. Al final sólo quedaron con ella algunos mangas que aunque ya no los leía le traían recuerdos y no era capaz de desprenderse de ellos. A veces miraba hacía la estantería y con nostalgia pensaba que debería volver a ese mundo de fantasía pero la realidad había superado al mundo de ficción y la resolución duraba poco.
Mucho tiempo después esa niña dejó de ser niña pero dentro y no muy dormido algo quedaba de ella porque seguía buscando cosas que la sorprendieran y se entristecía cuando ya todo le parecía mundano.
Por esa razón un día cogió la mochila y se fue a buscar cosas sorprendentes y nuevas. Pero tanto había crecido que no quiso añadir el país que años atrás tan lejos la había llevado sin moverse de casa. Decía que era muy caro y que ya iría otra vez. Hicieron falta muchos meses para que al final en un último momento de cordura decidiera añadirlo a la lista. Así que un día de mediados de agosto cuando esa niña que ya no era tan niña y hacía mucho tiempo que había dejado Vallcarca aterrizó en la capital de Japón.
En el mismo instante que puso un pié en la ciudad le empezaron a venir recuerdos de esos libros: los petos blancos de los policías, los guantes, la manera contar, de poner el paraguas en las bicicletas, las reverencias, las mascaras para el resfriado, las máquinas expendedoras, las guías telefónicas de papel, los templos, los cementerios, los carteles de no fumar en la calle incluso el tipo de asfaltado de las calles le resultaba familiar. Todos eran pequeños detalles que la hacían sentir como si ya hubiese estado ahí miles de veces y a la vez ninguna. Era cruzar el umbral de la tierra media y llegar a la tierra de los elfos pero en la vida real. Eso que había estado en su imaginación tanto tiempo, de pronto estaba delante de ella. Sentía que había cruzado el armario y entrado en Narnia, en Oz o en algún lugar de fantasía que hasta ese momento sólo parecía existir en la imaginación. Así la niña caminó toda la tarde callejeando por la ciudad viendo como cada detalle salía de las páginas de sus libros y se volvía realidad. Teniendo miedo que en cualquier momento llegara un robot gigante y buscando al japonés estresado que salía de trabajar a las tantas.
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espero y deseo que esa niña no se pierda nunca, que vuelva otra vez a ese país que lleva en su corazón, para disfrutarlo más tranquilamente
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