Un libro agudo, mordaz e inteligente. Leerlo ha sido para mi un ejercicio de tolerancia, porque yo sí soy cristiana, y he sorteado las embestidas de Lord Russell a mi religión con humor y flexibilidad. La fe es una creencia, y como tal, una cuestión emocional, y también de educación, y esos, entre otros, son dos de los sólidos sustentos de la mía. Por ello no me ha convencido este brillante matemático con su fría y devastadora lógica de nada de lo que no hayan tratado de convencerme con anterioridad, en balde. Que Dios no existe y es una invención humana; que la religión es ante todo una fuerza opresora; que, en caso de existir, un Dios justo y benévolo no permitiría jamás las terribles enfermedades mortales que asolan al hombre, la devastadora desnutrición que sufren miles de niños, las guerras y todas las desgracias de este mundo. El homo sapiens tiene algo que ver con algunas de estas miserias, pero culpar a Dios es gratis, y tanto creyentes como no creyentes estaremos de acuerdo en que el de arriba no va a quejarse. Esto último es puro empirismo, no me lo negaréis.
Cuando era (más) joven me daba apuro en según que ambientes decir que era cristiana, pero con la edad lo afirmo sin titubeos. Supongo que antes me producía pudor porque estaba en minoría, y en la adolescencia y la primera juventud el apoyo de tu tribu es muy importante. Ahora estar en el bando menos numeroso ya no me acobarda y me siento libre para expresarme, de igual forma que respeto todas las creencias religiosa y la ausencia de las mismas, pasando por la duda agnóstica.
Ya puedo decir sin temor a causar chanza o burla o tener que soportar miradas escépticas que una de las personas que más me ha ayudado en un momento doloroso de mi vida ha sido un sacerdote, y que el hecho de que dejara la parroquia del barrio donde resido este pasado verano me produjo tristeza.
Soy una cristiana del siglo XXI, con mis altibajos de fe, debilidades, pasiones, una mujer normal, y mis amigos, sean del credo que sean, saben que pueden contarme sus cuitas, porque no me rasgo las vestiduras fácilmente (antigua costumbre del pueblo judío para mostrar escándalo, vergüenza o dolor). Las mías, enteras y en su sitio.