Madurar es eso: ser capaces de transformar nuestro egocentrismo infantil y adolescente en la capacidad de llegar a sentirnos uno con todos los demás. En sentir que no somos de nadie ni nadie es nuestro, pero al tiempo, todos somos de todos, porque sin el esfuerzo de todos nada de todo lo que somos y tenemos sería posible. A veces, muchos de los escenarios en los que nos movemos diariamente o de los que somos meros espectadores a través de la televisión o de los vídeos que se cuelgan en la red, se asimilan tanto a esos patios de guardería en los que los niños se enlazan en rabietas sin sentido porque el compañero les ha tocado su juguete o ha conseguido un beso de su “seño”, de esa “seño” que sólo es suya, que cuesta creer que estemos ante una reunión de profesionales supuestamente respetables o ante un hemiciclo lleno de políticos que, más que debatir sobre los problemas del país, parecen empeñados en retarse a ver quién dice la grosería más gorda o la estupidez más vergonzante.Parece mentira que, cuanto más preparada se supone que está la gente, más fácilmente cae en las trampas dialécticas, en la falta de respeto, en la ausencia de toda empatía y en la barbarie más absoluta. Cegados por los adjetivos posesivos, defienden a capa y espada lo que creen sólo suyo: su patria, su bandera, su lengua, su cultura, sus costumbres y sus creencias como si los demás no habitásemos su misma tierra, aunque prefiramos que en ella quepan todas las banderas, las lenguas, las culturas, las costumbres y las creencias. Porque lo nuestro, también tiene que ser vuestro y ser de todos. Si lo creemos sólo nuestro, pasa a no ser de nadie, porque preferiremos destruirlo antes que compartirlo.En un mundo tan globalizado como el actual, no podemos seguir limitando nuestros afectos, nuestras tendencias y nuestros intereses a unos pocos factores elegidos sin otro criterio que el de tratar de favorecer a los que creemos que piensan como nosotros. Relacionarnos sólo con aquellos que siempre nos van a dar la razón en todo, nunca contribuirá a que avancemos como sociedad ni como individuos particulares. Bien al contrario, nos hará más débiles y mucho más pobres. La gracia de la vida está en conectar con cuantas más realidades distintas mejor, porque cuantos más puntos de vista diferentes podamos llegar a conocer y tratar de entender, más sabios nos haremos entre todos, más nuestro lo sentiremos todo y a todos, vengan de donde vengan y vayan a donde vayan.
No seamos niños, no peleemos como energúmenos por un trozo de tela de colores, ni por un mapa en el que nada se dice de las personas que habitan esos territorios. No reduzcamos la esencia de lo nuestro a tan poca cosa. Lo que debería enorgullecernos de entender como nuestro es lo que verdaderamente sentimos por quienes queremos de verdad, lo que nos motiva a levantarnos cada día para seguir batallando por seguir adelante con nuestras vidas, con nuestros modestos o grandes sueños, junto a las personas que hacen que nuestros días tengan sentido. También deberíamos defender como nuestra la educación que nos legaron nuestros padres, el respeto por lo diferente, la capacidad de compadecernos de quienes no tuvieron nuestra misma suerte y de tender manos amigas en lugar de levantar murallas. Cuidar lo que somos y lo que hemos tenido la fortuna de conocer, disfrutar de lo que nos ofrece la naturaleza que habitamos y procurar preservarla para que los que vengan después también puedan maravillarse con ella. Compartir buenos y malos momentos con los amigos, con la familia y con los niños, sean hijos de quienes sean. Porque siempre resultan grandes maestros que transmiten una sabiduría innata, espontánea, sin filtros.
Atrevámonos a mirar con los ojos de un niño pequeño y no temamos sentir que todo es nuestro y aprendamos a cuidarlo con mucho celo. Pero, al tiempo, tengamos la suficiente madurez como para sentirnos uno con todos los demás. Defendamos lo nuestro en plural, nunca en singular. Porque, si sólo gana uno, acabamos perdiendo todos.Estrella PisaPsicóloga col. 13749
