Revista Cine
Seguro que a pocos de los amables lectores de este bloc de notas les resultarán familiares los nombres de Fletcher Knebel y Charles W. Bailey; aunque les asegure que hace años escribieron al alimón un libro que permaneció durante casi un año en los primeros lugares de las ventas, incluso señalando que fue durante los años 1962 y 1963 la comidilla de los Estados Unidos de Norteamérica, el cinéfilo se encogerá de hombros: pero si añado que esa novela fue la base de un guión escrito por Rod Serling a buen seguro que alguna ceja se levantará atenta.
Si además especifico que el guión escrito por el amigo Rod quedó a disposición de un director como John Frankenheimer y que éste contó como principales intérpretes a dos tipos independientes como Kirk Douglas y Burt Lancaster está claro que no vamos a sentarnos a revisar una película comercial y efectivamente se pueden decir muchas cosas de Seven Days in May (1964) (Siete días de mayo) pero no que jamás haya sido meramente comercial a pesar del tirón popular del conjunto de gentes que colaboraron para llevarla adelante.
Porque junto a los citados veremos a Fredric March, Edmond O'Brien, Ava Gardner y Martin Balsam componiendo un sólido grupo de secundarios de lujo que mantiene la cohesión y dinamiza con sus intervenciones una trama de calado político en la que la violencia soterrada de las situaciones se contextualiza verbalmente en diálogos muy descriptivos.
Esta es una pieza cuyo lugar en la estantería nos viene prefijado de antemano cuando, como es el caso de este escribidor, ya poseemos un ejemplar de Advise & Consent porque, rodada dos años antes, mantiene alguna que otra semejanza aparte de la básica de centrarse en el mundo político de la década de los sesenta del siglo pasado.
Porque el hecho que emulando la novela original Frankenheimer sitúe la acción en un futuro ¡1970! y Serling se esfuerce en otorgar al conjunto un aire de distopía tan querido en aquella época (y la década siguiente) no impide ni mucho menos que el espectador de la época y el actual que lo mire y piense con calma advierta ciertas circunstancias reales que coadyuvaron no poco al éxito de la novela primero y de la película en ella basada después.
La trama es bastante simple vista desde el presente siglo: la intención del Presidente Lyman de firmar un tratado de desarme con la U.R.S.S. despierta no pocos recelos en los sectores más aguerridos de la sociedad estadounidense que contemplan la figura del Jefe del Estado Mayor, General Scott, como líder salvador de la patria. Lo malo es que éste llega a creérselo y trama un golpe de estado.
Frankenheimer decide con buen criterio rodar la película en blanco y negro confiando el trabajo a Ellsworth Fredericks que iluminará con naturalidad, como si de un documental se tratara la pléyade de intérpretes mientras se mueven en los decorados ideados por Edward Boyle que recrea unas instalaciones del Pentágono inventadas y futuribles y copia de forma identificable las estancias de la Casa Blanca, domicilio del Presidente.
Y ello fue así porque el Pentágono se puso de espaldas a la filmación mientras que el Presidente Kennedy favorecía el rodaje: claro que los autores de la novela aseguraron siempre haberse inspirado para recrear al golpista General Scott en algún que otro militar crítico con la labor de Kennedy, quien no llegó a ver el estreno de la película.
Frankenheimer como ya antes hizo Preminger oculta deliberadamente la formación política a la que pertenece el Presidente: no importa para nada la filiación porque la motivación reside en la defensa a ultranza del sistema democrático y el respeto a la legislación vigente dada.
La trama ideada por Serling, ya veterano en esas lides, se presenta sólida, robusta y eficaz, aunque peca en mi opinión de exceso propagandístico hasta la reiteración, bien que en su momento debió de representar una inmejorable forma de comunicar un mensaje político de calado para el público que permanecía todavía atónito por el reciente asesinato de Kennedy.
La preparación del golpe de estado resulta bastante evidente para el espectador que en todo momento sabe más de la trama golpista que cualquiera de los personajes que se dedicarán afanosamente a investigar las maliciosas actividades de un grupo de militares y civiles que desprecian las urnas y sus resultados y Frankenheimer se vale de un truco ya conocido cual es la aparición de relojes murales que indican el paso del tiempo para imprimir premura en el tempo interno del metraje.
Sin embargo, algo no acaba de funcionar: la tijera de Ferris Webster no trabaja lo que debe y el metraje se les va de las manos alcanzando casi las dos horas y los diálogos escritos por Rod acaban por dar un aire panfletario que perjudica gravemente la película: lo que en la actualidad sería resuelto con un montón de escenas de acción, tiros, cohetes, bombas y mil rayos, se resuelve por Frankenheimer apoyándose únicamente en el texto de Serling descuidando en exceso la buena gramática cinematográfica que había aprendido en sus televisivos años mozos y se resiente el ritmo general pese a que son diversas las elipsis insertadas intentando aligerar la narración.
Queda esta película no obstante como un claro ejemplo de cine político no rompedor y comprometido con el pacifismo, en un juego moderado en el que asoma la crítica de algunos nombres como es el caso del Senador McCarthy y el General Lemay pero renuncia manifiestamente a criticar los poderes fácticos y económicos que se enriquecían y siguen enriqueciéndose con la industria armamentística, centrándose en los políticos mendaces y los militares insurrectos y poco respetuosos con las leyes civiles y aunque ciertamente no diría que sea una película imperdible, sí recomendaría a quien no la haya visto que le diera un vistazo, ni que sea por constatar que hace más de cuarenta años en Hollywood sabían rodar películas políticas con mensaje pacifista claro y sin usar efectos especiales.
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