A menudo acuden pacientes a consulta por diferentes motivos o trastornos tras los cuales encontramos un gran sentimiento de culpabilidad que les impide avanzar en su vida.
En este artículo aprenderemos a transformar la sensación de culpabilidad de nuestros actos o pensamientos, por una responsabilidad de los mismos. Todo ello nos protegerá psicológicamente frente a nuestras actitudes negativas, facilitando así una buena salud mental.
Diferencias entre culpabilidad y responsabilidad
Aunque a priori puedan parecer sinónimos, ser culpable no es lo mismo que ser responsable.
Según la Real Academia Española (RAE), se define culpable como “aquel que tiene la culpa de algo”; y responsable como “obligado a responder de algo o por alguien”. Por lo tanto, la principal diferencia reside en que la culpa es algo que se tiene, y la responsabilidad es algo que hay que hacer. Es decir, es difícil que el culpable encuentre solución a lo que ha hecho, ya que la culpabilidad no se cambia; es una losa que nos persigie el resto de nuestras vidas. En cambio, el responsable admite el error y trata de responder por ello, por lo que puede remediar o solucionar la situación.
Resumiendo, la culpabilidad podemos entenderla como algo general que te define como persona, y la responsabilidad como algo particular, basada en un hecho concreto. De esta manera, la culpabilidad es inamovible e inmodificable (no hay posibilidad de cambio), mientras que la responsabilidad facilita la acción. Con lo cual, podemos afirmar que la culpabilidad es negativa y la responsabilidad es útil.
Sentimiento de culpa
Es sencillo entender la diferencia entre ambos términos pero, ¿y en la práctica?, ¿sabemos utilizarlos correctamente? Lo más común es que la respuesta sea no, y esto es algo que también le debemos a nuestro aprendizaje a lo largo de la historia.
El ser humano se ha empeñado, desde la antigüedad, en juzgar los comportamientos propios y ajenos. Juzgar un acto supone sentenciarlo y, si es declarado culpable, ya no hay vuelta atrás. Por lo tanto, es muy común que también nosotros juzguemos nuestro propio comportamiento, pensamientos o emociones como algo negativo de lo que no podremos despegarnos nunca. A esto nos referimos con el sentimiento de culpa.
El sentimiento de culpa se refiere a la sensación interna y permanente de haber actuado mal, de ser mala persona o haber hecho daño a la gente que nos rodea, tanto en situaciones reales como imaginarias, lo cual nos produce un constante malestar.
Se encuentra, en general, acompañado de emociones negativas y displacenteras, tales como tristeza, angustia, frustración, impotencia o remordimiento, así como de pensamientos reiterativos e improductivos como: “soy mala persona”, “nunca me perdonará”, “no sirvo para nada”, “estropeo todo lo que tengo”, “no tengo derecho a que nadie me quiera” entre otros.
Causas del sentimiento de culpa
Una vez indagamos en este sentimiento de culpa, es muy probable que encontremos una infancia marcada por una educación rígida, donde se utiliza el castigo y el reproche más que el refuerzo o la aprobación.
Todo ello se relaciona en la edad adulta con una baja autoestima y baja seguridad en sí mismo, por lo que nos encontramos con personas que se estiman respecto a la valoración que otras personas realizan sobre ellos. Si esperamos la aprobación de los demás, daremos más importancia a lo que quiere o necesita el otro, dejando de lado nuestros deseos y necesidades. Esto dará como resultado un sentimiento de inferioridad respecto a los demás (nos colocamos por debajo del otro, y no en una relación de iguales).
Otra de las causas tiene que ver con la propia experiencia. Si hemos sido juzgados o criticados a lo largo de nuestra vida por cualquier equivocación, habremos aprendido que cometer un error es algo muy negativo, que tendrá como consecuencia el alejamiento de la gente que nos rodea.
Transformar la culpabilidad en responsabilidad
En este punto es muy importante considerar si la sensación de culpabilidad es respecto a una realidad o respecto a un sentimiento interno o percepción. Deberíamos intentar responder a la pregunta: ¿me he equivocado? ¿he cometido un error? (nos basamos en realidades, hechos).
El primer paso tras cometer un error es aceptar que, como seres humanos, podemos permitirnos fallar. Analizar el error nos hará aprender de él, es decir, responsabilizarnos del mismo e intentar remediarlo. Culpabilizarnos nos serviría para entrar en un bucle de maltrato y flagelación hacia nosotros mismos que no nos llevaría a ninguna parte. Responsabilizarnos nos hace aceptar que hemos fallado, disculparnos si es necesario y ponernos en acción para remediar o resolver el fallo. Es decir, podremos aprender del error y hacernos responsables del mismo.
Si por el contrario, el sentimiento de culpa no se basa en la realidad, sino en una sensación de haber fallado al otro, o una inadecuada interpretación de los hechos, debemos trabajar en consulta respecto a nuestra confianza, autoestima y seguridad; analizaremos el origen y transformaremos nuestro diálogo interno. Para la psicología, la correcta utilización del lenguaje hace que transformemos nuestro punto de vista respecto a nosotros mismos y los demás, por lo que es imprescindible hablarnos de forma adecuada; utilizar un diálogo interno positivo.
Pongamos un ejemplo
“Acude a consulta una pareja con problemas en la relación. Tras varias sesiones, deciden pasar más tiempo juntos y salir a cenar solos, dejando a los hijos en casa de los abuelos. Durante la cena, la madre se siente muy culpable por haberlos dejado solos, reprochándose ser una mala madre”.
En este caso, la sensación de culpabilidad se refiere a una percepción, ya que no se basa en la realidad (no ha cometido ningún error). Por lo tanto, debemos trabajar en consulta aspectos tales como su elevada autoexigencia como madre, su seguridad en sí misma y los pensamientos distorsionados respecto a ser buena o mala madre.
En definitiva, debemos aprender que nosotros mismos somos los responsables de nuestros actos y pensamientos, por lo que es muy necesario escucharnos y ser conscientes de la forma en la que nos hablamos o nos tratamos. Si aprendemos a identificar patrones ineficaces y pensamientos distorsionados, podremos actuar sobre ellos y transformarlos. De este modo, tras la práctica, conseguiremos hablarnos y tratarnos de forma más positiva, protegiendo así nuestra salud mental.