Me declaro culpable,
de dibujar sobre el pupitre
el garabato de un corazón
herido por una flecha sin punta.
Culpable de escribirte versos
en las puertas de los baños
de cada uno de los bares
que cada noche cerramos.
Me declaro culpable,
de llamarte a las cuatro de la madrugada
despertar los pájaros a pedradas
abrir las ventanas en otoño
y sacudir las sábanas, de las flores secas
que esparcimos durante el último verano.
Culpable de fumarnos a besos
lo que estaba escrito en una cajetilla
de cigarros americanos.
Me declaro culpable,
de escribir tu nombre
en el margen de un periódico
abandonado en la cafetería
donde nos ponían churros sin chocolate
y un café frío con sacarina.
Culpable de vaciar el cajero de aquel banco
arrojar las monedas a una fuente sin agua
romper las botellas de cerveza
contra una señal de prohibido el paso.
Me declaro culpable,
de saltarme los semáforos en rojo
cruzar la ciudad por la noche
apedrear las farolas de una calle sin salida.
Culpable de entrar en tu habitación
y robarte durante el insomnio
lo que un día soñaste entre pesadillas.
Me declaro culpable
de lo que tú te condenas inocente.