Revista Cultura y Ocio
Toda la culpa es del café que me recuerda tu sabor...
-Fito y Fitipaldis.
Un pie adelante del otro, en una sucesión infinita desde un punto al otro del salón. La mesa quince ha pedido un desayuno completo, la trece ha pedido la cuenta y yo trato de mantener la sonrisa a pesar de la monotonía.
Un capuchino. ¿Desea algo para acompañar, señora? No, querida, pero dime si va a tardar mucho, porque tengo algo de apuro. Entonces, ¿lo desea para llevar? ¿Y por qué me sentaría si así fuera? Solo tráeme el pedido con la cuenta, y que sea rápido.
Clientes que piden cosas dulces para quitarse lo amargo. Algunos deberían tragarse el azúcar directamente. Lo que soy yo, no tengo remedio. Por tu culpa.
Un café negro, que sea doble. Muy bien. Y que sea con un muffin de vainilla. Eh… está bien. ¿Ocurre algo? No, nada.
Gente extraña que se atiborra de sabores distintos, contradictorios. Como cuando yo intento recordarte a través de los aromas de este lugar. La intensidad del café recién molido, el dulzor de los pasteles recién horneados en la cocina del local. Las promesas de amor son tan efímeras como el contenido de las tazas que llevo en mi bandeja hacia esos clientes ansiosos. La memoria sensorial es cruel. Tu adiós fue muy claro, mi insistencia en seguir pensándote es el problema. Las lágrimas que se me escapan de camino a la caja, con el dinero de la mesa once, son solo culpa mía.
Ve a descansar un poco, no te ves muy bien. ¿En serio? Debe ser el insomnio. Sírvete un café y ve al patio del fondo por un rato. Yo atenderé tus mesas, ¿ok?
Fuerzo una sonrisa y me obligo a ir hasta la máquina detrás de la barra. El líquido marrón oscuro fluye hacia la taza hasta llenarla. Una, dos, tres cucharadas de azúcar. La vida sigue, ¿a quién le importa que no vayas a regresar? Pronto estaré llena de energía otra vez, pero ahora me daré permiso de lamentarme en una última ocasión. Toda la culpa es del café, que me recuerda tu sabor.
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